Últimamente hasta el queso se lo estoy comprando a una vecina. No hay nada mejor que bajarse del bus y, en la caminada a casa, encontrarse en un lado al vecino con lechugas, luego toparse con unos huevos inmensos, con dos yemas, que no valen oro sino lo justo, y cerrar pudiendo comprar queso fresco, para así alegrar el regreso a casa después de un día de trabajo.
No es un modelo que está ganando fuerza solo en Colombia. Es todo un movimiento mundial: reconocer y abrir la puerta primero a lo local. “Mercados Locales”, plazas itinerantes, ‘recoger lo que voy a comer’, y así, un sinfín de actividades de producción y abastecimiento que se enmarcan en el sello local. Bogotá, y en general Colombia, gozan de la cultura de ir por el mercado a la plaza, algo que hoy es un premio de la vida tenerlos.
Qué bueno tener ciudades que aún abren sus calles a esas plazas móviles, que con megáfono y carpas, llegan una vez a la semana a surtirnos con frutas, verduras, lácteos y a veces carnes. Es un privilegio que muchos no reconocen como tal, y que deberían. Y hay unos que, peor, se embarcan en peleas sin sentido por el uso del espacio público, que creen que no es apto para esto.
Por lo general, estos espacios itinerantes llegan y se van dejando todo limpio, recogido y con vecinos felices. Sin embargo, uno que otro amargado ha emprendido peleas que, de verdad, parecen quijotescas. Luchan contra la tradición, contra lo práctico, y contra el sustento de otros. Pensar en lo sencillo que sería no solo fomentarlo, sino ayudar el crecimiento de estos negocios…
Pero en Colombia nos quejamos por todo, eso está en el ADN. Lo paradójico es que cuando está en nuestras manos fomentar el comercio justo, la producción local y empoderar nuestro campo, ahí sí no aparece nadie, o muy pocos. Parece que el chiste se cuenta solo, y esta es la realidad de un país que necesita voltear sus ojos al campo.
El poder que tienen los proyectos locales, donde la producción permite desarrollar comunidades enteras y abrir la puerta a procesos más equitativos, debería ser lo más justo y con mayor apoyo, pero nos encanta la fruta en bandeja de icopor, cubierta de plástico y con fecha de vencimiento. Seguir buscando cómo fortalecer el comercio directo debería ser tarea de todos los mandatarios locales, y de los candidatos, que ya empiezan a prometer hasta la cabeza con tal de un voto. Yo, la verdad, he revisado ya varios proyectos electorales, y todavía no he visto nada que me muestre que la seguridad alimentaria, el comercio justo y una mayor inversión en el campo, entre otros temas que deberían ser prioridad, estén en su radar.
Y ahora que comienzan las pujas del poder, no sobra revisar las promesas de quienes elegimos hace cuatro años. No dudo que hasta la alimentación garantizada para los niños había, algo que, tristemente, no se cumplió en su mayoría. Arranca la campaña y todos están preocupados por infraestructura electoral o favores, mientras que lo básico, la relación alimentación – comunidad, ni en las curvas.
Es el momento de comenzar a buscar a fondo qué nos plantean en esta nueva época electoral, más allá de ese temido mundo flexible donde por un voto seguro hay cerveza, lechona, tamal, tejas y promesas. Es hora de revisar a profundidad que pasó con la alimentación escolar, las promesas de inversión en el campo, la promesa de “todo incluido y gratis”, y no dejarnos engañar nuevamente, si así pasó. Colombia no es un país donde todo se dé por generación espontánea, y estamos lejos de poder tener un acceso común a situaciones privilegiadas, como tres comidas diarias. Con el voto podemos ayudar a que esto no ocurra nuevamente, pero lo primero es informarnos y votar a conciencia, así suene a discurso de tía.
Y es que es claro que depende de cada uno quejarse menos y actuar más. Exigir más, dejar las vías de hecho, que definitivamente son un mal trecho para todos, y centrarnos en lo que se refiere a nuestro día a día. Revisemos lo que hay en las propuestas de planes de gobierno en torno a la alimentación de niños, adultos mayores, y en general todos nosotros. Preguntemos que tenemos sobre desarrollo agropecuario, formalización y beneficios para los negocios locales, inversión en capacitación y desarrollo del sector… La decisión del voto debe tener en cuenta que nos proponen frente a la alimentación, la producción de alimentos y todo lo relacionado con esta cadena de valor, que debería cobrar vital importancia en este momento de cambio.
Es hora de tomar el poder local en serio, pues la situación no está fácil, todos lo hemos vivido, y estamos en un momento donde el mundo vive una serie de cambios estructurales que nos están afectando a todos. Es momento de abrirle la puerta a esos planes locales que beneficiarán a todos de una manera directa.
Últimamente hasta el queso se lo estoy comprando a una vecina. No hay nada mejor que bajarse del bus y, en la caminada a casa, encontrarse en un lado al vecino con lechugas, luego toparse con unos huevos inmensos, con dos yemas, que no valen oro sino lo justo, y cerrar pudiendo comprar queso fresco, para así alegrar el regreso a casa después de un día de trabajo.
No es un modelo que está ganando fuerza solo en Colombia. Es todo un movimiento mundial: reconocer y abrir la puerta primero a lo local. “Mercados Locales”, plazas itinerantes, ‘recoger lo que voy a comer’, y así, un sinfín de actividades de producción y abastecimiento que se enmarcan en el sello local. Bogotá, y en general Colombia, gozan de la cultura de ir por el mercado a la plaza, algo que hoy es un premio de la vida tenerlos.
Qué bueno tener ciudades que aún abren sus calles a esas plazas móviles, que con megáfono y carpas, llegan una vez a la semana a surtirnos con frutas, verduras, lácteos y a veces carnes. Es un privilegio que muchos no reconocen como tal, y que deberían. Y hay unos que, peor, se embarcan en peleas sin sentido por el uso del espacio público, que creen que no es apto para esto.
Por lo general, estos espacios itinerantes llegan y se van dejando todo limpio, recogido y con vecinos felices. Sin embargo, uno que otro amargado ha emprendido peleas que, de verdad, parecen quijotescas. Luchan contra la tradición, contra lo práctico, y contra el sustento de otros. Pensar en lo sencillo que sería no solo fomentarlo, sino ayudar el crecimiento de estos negocios…
Pero en Colombia nos quejamos por todo, eso está en el ADN. Lo paradójico es que cuando está en nuestras manos fomentar el comercio justo, la producción local y empoderar nuestro campo, ahí sí no aparece nadie, o muy pocos. Parece que el chiste se cuenta solo, y esta es la realidad de un país que necesita voltear sus ojos al campo.
El poder que tienen los proyectos locales, donde la producción permite desarrollar comunidades enteras y abrir la puerta a procesos más equitativos, debería ser lo más justo y con mayor apoyo, pero nos encanta la fruta en bandeja de icopor, cubierta de plástico y con fecha de vencimiento. Seguir buscando cómo fortalecer el comercio directo debería ser tarea de todos los mandatarios locales, y de los candidatos, que ya empiezan a prometer hasta la cabeza con tal de un voto. Yo, la verdad, he revisado ya varios proyectos electorales, y todavía no he visto nada que me muestre que la seguridad alimentaria, el comercio justo y una mayor inversión en el campo, entre otros temas que deberían ser prioridad, estén en su radar.
Y ahora que comienzan las pujas del poder, no sobra revisar las promesas de quienes elegimos hace cuatro años. No dudo que hasta la alimentación garantizada para los niños había, algo que, tristemente, no se cumplió en su mayoría. Arranca la campaña y todos están preocupados por infraestructura electoral o favores, mientras que lo básico, la relación alimentación – comunidad, ni en las curvas.
Es el momento de comenzar a buscar a fondo qué nos plantean en esta nueva época electoral, más allá de ese temido mundo flexible donde por un voto seguro hay cerveza, lechona, tamal, tejas y promesas. Es hora de revisar a profundidad que pasó con la alimentación escolar, las promesas de inversión en el campo, la promesa de “todo incluido y gratis”, y no dejarnos engañar nuevamente, si así pasó. Colombia no es un país donde todo se dé por generación espontánea, y estamos lejos de poder tener un acceso común a situaciones privilegiadas, como tres comidas diarias. Con el voto podemos ayudar a que esto no ocurra nuevamente, pero lo primero es informarnos y votar a conciencia, así suene a discurso de tía.
Y es que es claro que depende de cada uno quejarse menos y actuar más. Exigir más, dejar las vías de hecho, que definitivamente son un mal trecho para todos, y centrarnos en lo que se refiere a nuestro día a día. Revisemos lo que hay en las propuestas de planes de gobierno en torno a la alimentación de niños, adultos mayores, y en general todos nosotros. Preguntemos que tenemos sobre desarrollo agropecuario, formalización y beneficios para los negocios locales, inversión en capacitación y desarrollo del sector… La decisión del voto debe tener en cuenta que nos proponen frente a la alimentación, la producción de alimentos y todo lo relacionado con esta cadena de valor, que debería cobrar vital importancia en este momento de cambio.
Es hora de tomar el poder local en serio, pues la situación no está fácil, todos lo hemos vivido, y estamos en un momento donde el mundo vive una serie de cambios estructurales que nos están afectando a todos. Es momento de abrirle la puerta a esos planes locales que beneficiarán a todos de una manera directa.