Toda mi infancia fue bastante creativa para hacer cocinados, empastelados, empanadas… todo de arena y de tierra negra. Amaba ir a recoger los líchigos de la papa que quedaban en los cultivos cercanos y me metía en la cabeza todo tipo de recetas posibles e impensables. Mi abuela con relativa frecuencia me regalaba ollas de barro para niños y ahí cabía todo: la imaginación, la creatividad y el dolor de estómago de lo que sabía tenía que limpiar y arreglar.
El tiempo pasó y más grande ya las recetas eran en serio. Mis tías, cocineras pulidas y gran ejemplo; mi mamá era como si hiciera comida por arte de magia y yo empecé a tener cuadernos, anotaciones, acceso a programas de televisión de cocina y a leer. Sí que es lo mío desde chiquita.
Comencé a mejorar sustancialmente y a tener presente la “tiranía de cocinar”: dejar todo lavado y arreglado. Ninguna de estas mujeres de mi vida concebía una cocina cochina, con todos los trastos sucios y ni qué decir, llegar a la mesa con un plato o bandeja manchado. Ya de adulta no tengo como darles las gracias porque me enfrentaron a no tenerle miedo a la esponjilla, al agua fría y a entregar mi puesto de trabajo impecable siempre.
Siempre soy la amiga que cocina para todos, pero si alimento, no les lavo la loza. Como dice el meme que ronda los chats de recetas: el que cocina no lava porque es pecado. Porque la lógica es que un poco de ayuda nunca viene mal. Los amigos agradecen ese tiempo, ese amor y esa posibilidad de saber que, si quieren un bistec a caballo, se le servirá carne de res con salsa criolla, arroz y dos huevos con las yemas blandas. Nada mucho más allá de eso básico, una hamburguesa criolla, una pechuga de pollo criolla, pero todo respetando lo clásico.
Y es aquí donde esta semana padecí la creatividad. Cualquier concurso que necesite explicaciones para las salsas con mezclas de proteínas, y lograr que miles de personas se las coman sin contemplación no tiene ninguna lógica para mí. Por el contrario, puede terminar siendo un atentado para cualquier estómago.
No estoy hablando que la cocina no evolucione e incursione en nuevas técnicas, sabores y propuestas, pero de verdad nos estamos pasando de payasos con las aberraciones que no tienen mucho resultado fuera de una moda de redes sociales que al final desaparecen al llegar el siguiente reto.
Hablemos de las tortas horneadas hechas con muchísimos productos de una cadena de hamburguesas, con papas, salsas terminadas con miel y queso. Ni qué decir de las recetas de quien puede con más picante o más insectos vivos en la boca. Solo es poner en TikTok u otras redes, retos con comida y sale la estupidez de la semana.
Pero sin ir más lejos, hablemos, como diría mi abuela, de los pobres buñuelos que de repente tienen relleno de chocorramo, salsas dulces, arequipe y lo que se les ocurra. Qué pena con ustedes, pero el buñuelo es sagrado: queso, sus respectivas harinas, sal, un poco de azúcar, y a freír. Acompáñenlo con lo que le quieran poner al lado, pero rellenarlo de chocorramo, de arequipe o salsa de mora, de verdad no pega.
En nombre de la creatividad todo se puede y así hemos terminado comiendo ensaladas de frutas que parecen más bien un plato de lácteos con frutas, obleas rellenas de lo impensable, pinchos de cualquier cosa, desde carnes hasta frutas, verduras, dulces y terminados en chocolate.
En la variedad obvio que está el placer, pero con un poquito de cordura porque la economía no está para seguir de reto en reto habiendo tantas familias que sí necesitan lo mínimo vital que, si usted está dispuesto, lo puede donar en dinero, comida o cualquier otra cosa. La cocina colombiana merece un poco más de nosotros mismos y empieza aquí, en dejar de invocar en nombre de la creatividad la pendejada de turno.
Buen provecho este puente y piensen bien en qué invierten su platica a la hora de comer. Para eso les dejo el perfil de ‘Economía para la pipol’ en Instagram @economiaparalapipol, donde con conversaciones sencillas y no tan creativas nos educan a todos los colombianos en temas sencillos como la bajada de precios en las cadenas de supermercados, economía y finanzas.
#MadamePapita
Toda mi infancia fue bastante creativa para hacer cocinados, empastelados, empanadas… todo de arena y de tierra negra. Amaba ir a recoger los líchigos de la papa que quedaban en los cultivos cercanos y me metía en la cabeza todo tipo de recetas posibles e impensables. Mi abuela con relativa frecuencia me regalaba ollas de barro para niños y ahí cabía todo: la imaginación, la creatividad y el dolor de estómago de lo que sabía tenía que limpiar y arreglar.
El tiempo pasó y más grande ya las recetas eran en serio. Mis tías, cocineras pulidas y gran ejemplo; mi mamá era como si hiciera comida por arte de magia y yo empecé a tener cuadernos, anotaciones, acceso a programas de televisión de cocina y a leer. Sí que es lo mío desde chiquita.
Comencé a mejorar sustancialmente y a tener presente la “tiranía de cocinar”: dejar todo lavado y arreglado. Ninguna de estas mujeres de mi vida concebía una cocina cochina, con todos los trastos sucios y ni qué decir, llegar a la mesa con un plato o bandeja manchado. Ya de adulta no tengo como darles las gracias porque me enfrentaron a no tenerle miedo a la esponjilla, al agua fría y a entregar mi puesto de trabajo impecable siempre.
Siempre soy la amiga que cocina para todos, pero si alimento, no les lavo la loza. Como dice el meme que ronda los chats de recetas: el que cocina no lava porque es pecado. Porque la lógica es que un poco de ayuda nunca viene mal. Los amigos agradecen ese tiempo, ese amor y esa posibilidad de saber que, si quieren un bistec a caballo, se le servirá carne de res con salsa criolla, arroz y dos huevos con las yemas blandas. Nada mucho más allá de eso básico, una hamburguesa criolla, una pechuga de pollo criolla, pero todo respetando lo clásico.
Y es aquí donde esta semana padecí la creatividad. Cualquier concurso que necesite explicaciones para las salsas con mezclas de proteínas, y lograr que miles de personas se las coman sin contemplación no tiene ninguna lógica para mí. Por el contrario, puede terminar siendo un atentado para cualquier estómago.
No estoy hablando que la cocina no evolucione e incursione en nuevas técnicas, sabores y propuestas, pero de verdad nos estamos pasando de payasos con las aberraciones que no tienen mucho resultado fuera de una moda de redes sociales que al final desaparecen al llegar el siguiente reto.
Hablemos de las tortas horneadas hechas con muchísimos productos de una cadena de hamburguesas, con papas, salsas terminadas con miel y queso. Ni qué decir de las recetas de quien puede con más picante o más insectos vivos en la boca. Solo es poner en TikTok u otras redes, retos con comida y sale la estupidez de la semana.
Pero sin ir más lejos, hablemos, como diría mi abuela, de los pobres buñuelos que de repente tienen relleno de chocorramo, salsas dulces, arequipe y lo que se les ocurra. Qué pena con ustedes, pero el buñuelo es sagrado: queso, sus respectivas harinas, sal, un poco de azúcar, y a freír. Acompáñenlo con lo que le quieran poner al lado, pero rellenarlo de chocorramo, de arequipe o salsa de mora, de verdad no pega.
En nombre de la creatividad todo se puede y así hemos terminado comiendo ensaladas de frutas que parecen más bien un plato de lácteos con frutas, obleas rellenas de lo impensable, pinchos de cualquier cosa, desde carnes hasta frutas, verduras, dulces y terminados en chocolate.
En la variedad obvio que está el placer, pero con un poquito de cordura porque la economía no está para seguir de reto en reto habiendo tantas familias que sí necesitan lo mínimo vital que, si usted está dispuesto, lo puede donar en dinero, comida o cualquier otra cosa. La cocina colombiana merece un poco más de nosotros mismos y empieza aquí, en dejar de invocar en nombre de la creatividad la pendejada de turno.
Buen provecho este puente y piensen bien en qué invierten su platica a la hora de comer. Para eso les dejo el perfil de ‘Economía para la pipol’ en Instagram @economiaparalapipol, donde con conversaciones sencillas y no tan creativas nos educan a todos los colombianos en temas sencillos como la bajada de precios en las cadenas de supermercados, economía y finanzas.
#MadamePapita