Han sido días de pensar en todos. En la familia, en los vecinos, en los amigos y hasta en los que menos queremos. Días en los que pensar más allá de lo básico resulta confuso, pero donde cobra vital importancia el hacerse responsable de uno mismo y del resto de los colombianos, estén en el país o en cualquier otra latitud. Sin embargo, como buenos humanos que somos, nos ha costado mucho entender la nueva realidad en la que vivimos, donde el distanciamiento social es necesario, y aprender que no acaparar el universo en una bolsa de mercado es garantizarnos a todos un poco de alimento.
Los chats están inundados de listas de chequeo donde, al parecer, nos alimentaremos de papel higiénico y gel antibacterial, mensajes desinformando, generando pánico y dejando en el último lugar la lista básica de qué es lo que realmente vamos a necesitar en los días que vendrán. Lo que hemos visto en los medios son estampidas humanas que compran como bárbaros sin pensar siquiera qué es lo que viene, pues las imágenes solo dejan preguntas como: ¿se les dañará la comida? ¿Tienen dónde almacenarla correctamente? ¿Entienden que somos más de 50 millones de colombianos?
Lo único que sí hemos aprendido en estos días de crisis es que aparentemente tenemos capacidad de endeudamiento y terquedad para no pensar en que todos necesitamos comer. Pero, sobre todo, hemos descubierto que somos unos maestros de la desinformación. Sueno un poco como la tía amargada que nunca está contenta con nada, pero la capacidad de enredarnos y no querer ver más allá del apocalipsis me ha llevado a hacer panes para regalar, a buscar a la vecina de los huevos y al que vende leche en cantina para poder estar tranquila de que tengo cómo seguir preparándolos. En mi caso, soy incapaz de comprar siete carros de mercado y sentarme encima a esperar que el fin del mundo pase.
Lo bueno de todo esto es que nos ha permitido trabajar en redes que suplen lo que todos los días damos por sentado y tanto criticamos: clases para los niños, pues ya casi va a ser una semana en casa, nos demuestran lo mal valorados y pé simamente pagos que están los maestros en este país. También hemos visto la provechosa red de información que se ha venido construyendo para saber qué cocinar y dónde abastecerse. Recetas, reciclajes, compras, trueques y hasta comedores compartidos han cobrado fuerza en estos pocos días de encierro voluntario. Nada mal, la verdad, pues ante la crisis se ha creado la capacidad de reconocer que la cocina nos une como familia y ciudadanos preocupados, y así ha permitido descubrir el lado humano de más de uno en casa.
En Instagram he encontrado mamás que, con gran dedicación, comparten a diario la alimentación de sus hijos, con sabios consejos que parecen más bien una guía para adultos chinches que no saben comer. En WhatsApp he descubierto redes de distribución de personas que han encontrado tanto papel higiénico que pueden ir por toda una vereda haciendo entregas puerta a puerta y, por último, los que por algún extraño motivo que se llama trabajo aún no estamos en encierro absoluto, que hemos convertido nuestras loncheras en un picnic de oficina con los demás.
Suena ya a cliché, pero es cierto que tenemos en nuestras manos el futuro cercano de cada una de nuestras familias. Y no solo porque gracias a que las mantengamos limpias y hagamos buen uso de ellas evitaremos la propagación del coronavirus. Es porque serán estas mismas manos las que nos darán de comer mientras pasa esta enfermedad. Hay que ser inteligentes y no dejarse enredar por la historia del fin del mundo pues, cuando todo haya pasado, lentamente tendremos que volver a reconstruir todo lo que hemos dejado ir.
Hoy, más que una recomendación, quiero invitarlos a que no pierdan de vista los restaurantes. Ellos han decidido jugársela por todos nosotros, cerrando sus puertas y apostando por el servicio a domicilio que les dará aliento para seguir generando empleo, haciendo compras y moviendo la economía del campo colombiano.
Han sido días de pensar en todos. En la familia, en los vecinos, en los amigos y hasta en los que menos queremos. Días en los que pensar más allá de lo básico resulta confuso, pero donde cobra vital importancia el hacerse responsable de uno mismo y del resto de los colombianos, estén en el país o en cualquier otra latitud. Sin embargo, como buenos humanos que somos, nos ha costado mucho entender la nueva realidad en la que vivimos, donde el distanciamiento social es necesario, y aprender que no acaparar el universo en una bolsa de mercado es garantizarnos a todos un poco de alimento.
Los chats están inundados de listas de chequeo donde, al parecer, nos alimentaremos de papel higiénico y gel antibacterial, mensajes desinformando, generando pánico y dejando en el último lugar la lista básica de qué es lo que realmente vamos a necesitar en los días que vendrán. Lo que hemos visto en los medios son estampidas humanas que compran como bárbaros sin pensar siquiera qué es lo que viene, pues las imágenes solo dejan preguntas como: ¿se les dañará la comida? ¿Tienen dónde almacenarla correctamente? ¿Entienden que somos más de 50 millones de colombianos?
Lo único que sí hemos aprendido en estos días de crisis es que aparentemente tenemos capacidad de endeudamiento y terquedad para no pensar en que todos necesitamos comer. Pero, sobre todo, hemos descubierto que somos unos maestros de la desinformación. Sueno un poco como la tía amargada que nunca está contenta con nada, pero la capacidad de enredarnos y no querer ver más allá del apocalipsis me ha llevado a hacer panes para regalar, a buscar a la vecina de los huevos y al que vende leche en cantina para poder estar tranquila de que tengo cómo seguir preparándolos. En mi caso, soy incapaz de comprar siete carros de mercado y sentarme encima a esperar que el fin del mundo pase.
Lo bueno de todo esto es que nos ha permitido trabajar en redes que suplen lo que todos los días damos por sentado y tanto criticamos: clases para los niños, pues ya casi va a ser una semana en casa, nos demuestran lo mal valorados y pé simamente pagos que están los maestros en este país. También hemos visto la provechosa red de información que se ha venido construyendo para saber qué cocinar y dónde abastecerse. Recetas, reciclajes, compras, trueques y hasta comedores compartidos han cobrado fuerza en estos pocos días de encierro voluntario. Nada mal, la verdad, pues ante la crisis se ha creado la capacidad de reconocer que la cocina nos une como familia y ciudadanos preocupados, y así ha permitido descubrir el lado humano de más de uno en casa.
En Instagram he encontrado mamás que, con gran dedicación, comparten a diario la alimentación de sus hijos, con sabios consejos que parecen más bien una guía para adultos chinches que no saben comer. En WhatsApp he descubierto redes de distribución de personas que han encontrado tanto papel higiénico que pueden ir por toda una vereda haciendo entregas puerta a puerta y, por último, los que por algún extraño motivo que se llama trabajo aún no estamos en encierro absoluto, que hemos convertido nuestras loncheras en un picnic de oficina con los demás.
Suena ya a cliché, pero es cierto que tenemos en nuestras manos el futuro cercano de cada una de nuestras familias. Y no solo porque gracias a que las mantengamos limpias y hagamos buen uso de ellas evitaremos la propagación del coronavirus. Es porque serán estas mismas manos las que nos darán de comer mientras pasa esta enfermedad. Hay que ser inteligentes y no dejarse enredar por la historia del fin del mundo pues, cuando todo haya pasado, lentamente tendremos que volver a reconstruir todo lo que hemos dejado ir.
Hoy, más que una recomendación, quiero invitarlos a que no pierdan de vista los restaurantes. Ellos han decidido jugársela por todos nosotros, cerrando sus puertas y apostando por el servicio a domicilio que les dará aliento para seguir generando empleo, haciendo compras y moviendo la economía del campo colombiano.