Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Pasado el 7 de diciembre, el día de las velitas, podemos decir que este 2022 se acabó. Ya no hay necesidad de hacerse el que trabaja ni de tratar de llegar a tiempo a la reunión de las siete de la mañana, y a la de las ocho, siempre puede echarle la culpa al tráfico decembrino, aunque el trancón sea de cobijas o en la eterna fila para comprar buñuelos frescos. Es hora entonces de concentrarnos en las actividades de la época, y en todas las implicaciones que ellas traen. Novenas, aguinaldos, fiestas corporativas y hasta una que otra escapada con los amigos por unos tragos para celebrar que ¡por fin el 2022 se acabó!
No quiero ser desagradecida ni fatalista, pero a esta altura del año ya me sabe a cacho tener que correr para todo, seguir haciendo buena cara y, sobre todo, estar al tanto de tanta pendejada. Nos merecemos un mejor 2023 sin tanto pánico escénico, más justo, menos tenebroso, y en el que, ojalá, la gente sea un poco más consciente del vecino que tiene, de las necesidades que todos enfrentamos. Esto nos permitirá a todos poder construir.
Lo más importante y, que sirva como un pequeño llamado a la cordura, hagan sus compras y sus viajes pensando en lo que producimos, hacemos y podemos ofrecer los colombianos. Esta Navidad deberíamos proponernos hacer unas “compras conscientes” dirían por ahí, y en especial dándole a miles de familia la oportunidad de llevar a sus casas ingresos para su propia celebración.
Y para eso, mi hermana, que ojalá pueda venir a Colombia para esta Navidad, me envío por Instagram una publicación de @eddiewhitejr, que me recordó algunas delicias navideñas que había olvidado y que servirán de guía para tener priorizados los productos que nos llegan al alma en estas épocas.
Antes de empezar, por favor revisen esa cuenta, es maravillosa. Está llena de esa nostalgia que no solo nos recuerda nuestra gastronomía, sino los momentos más clásicos de los chistes y comentarios de mamás y tías. Es ácida, inteligente, y hace un gran retrato de lo que podemos ser y decir los colombianos a diario, y de cómo lo digiere un extranjero, en especial si lo traduce literal del colombiano castizo al inglés.
A nivel gastronómico, diciembre tiene el matrimonio más largo de nuestra historia reciente: buñuelos con natilla, una combinación muy buena separada pero explosiva cuando se come al tiempo. Después de eso todo lo demás cabe, empezando por postres como el arroz con leche, las colaciones y galletas, las tortas negras (que yo prefiero envinadas), las brevas con queso y melao y el insuperable manjar blanco. A esto hay que sumarle dulces y almibares de papayuela, tomate de árbol, los muy populares casquitos de limón, y una cucharada de salsa de moras, mi favorita cuando va encima de una natilla blanca.
Sobra decir que la temporada no puede ser solo un bocado dulce. Siempre debemos tener al lado algo que haga el equilibrio entre la comedera de dulce y la delicia de sal. Así que las empanadas, los pasteles, los buñuelos de maíz verde, los tamalitos de pipián o la lechona servirán de acompañamiento de cualquier evento para los días de novenas.
Más allá de todas esas delicias, hay que hablar del plato fuerte, ese donde conocemos el poder del corazón colombiano (no solo el bogotano, como alguien me reclamó en estos días llamándome cachaca): Pastel de arroz, tamales, hayacas, capones, pavo relleno, pernil de cerdo, piquete, friche (chivo frito típico de La Guajira), sancocho de pescado o gallina, rondó, rollo de carne con ciruelas pasas, arroz con coco, ensalada de papa, hojuelas… y decenas de manjares más.
Y claro está, no podemos olvidar las diferentes opciones para el brindis, reconociendo que, en muchos de estos casos, no son propiamente lo más digestivo en estas mezclas. Confieso que no sé cómo sobreviví a algunas: Sabajón, masato, vino caliente, canelazo, chocolate espeso, agua de panela, refajo, “pola”, aguardiente, moscato pasito, vino de manzana… Para todos los gustos, y disgustos.
Hablando de licores, les pido que nos hagámonos un favor: evitemos ser el centro de la fiesta haciendo el ridículo de estar “más prendido que árbol de navidad”. Aquí aplica aquello de celebrar con moderación y, de hecho, este mes vale doble. Qué la alegría sea espontánea, y no producto de tanta mezcla, porque el guayabo será recordado no solo por su cuerpo, sino por sus más cercanos que le acompañen en su padecer.
Hay que alistar la leña que nunca puede faltar para la olla compartida con vecinos, familia y amigos el 24 o el 31. Un buen ajiaco, sancocho o asado saben mejor en un fogón de leña y ni hablemos de un pescado en sus múltiples preparaciones. La realidad va más allá de la ficción, nos corresponde colaborar y sumar en este momento, por eso cualquier cosa compartida vale más que un detalle por salir del paso.
Por último, no olviden que para las primeras novenas tenemos mundial, otra novedad de este agitado 2022. Entonces, sumen los partidos a esos eventos típicos que llevamos en el alma, así no juegue nuestra selección. De sobra sabemos que los colombianos nos ponemos la camiseta por el que vaya más adelante y mejor, y tenemos la bondad de ser hinchas de muchos equipos y sumarnos a su alegría. Ha sido un gran plan este diciembre con mundial, y seguramente muchos tendrán suculentas pollas que contribuirán (o no) al presupuesto decembrino.
Y así como cualquier partido de fútbol, este diciembre cerramos un año vertiginoso, lleno de cambios, donde hubo varios penaltis y donde finalmente podemos decir: Esto se acabó. ¡Y nos lo merecemos! Nos merecemos unas fiestas más tranquilas que el año que ya va a acabando, nos merecemos abrazar mucho antes que esta nueva ola de gripas (y virus innombrables) lo impidan, nos merecemos bailar y compartir juntos, y celebrar con muchas esperanzas que vengan más momentos únicos, más salud, más prosperidad para todos los emprendimientos, negocios y miembros de esta cadena alimenticia y gastronómica que día a día nos llena de buenos productos y comidas inolvidables.
Cierro brindando por nuestros campesinos, por nuestras regiones y por unas navidades con menos pirotecnia que afecte a nuestros niños, animales y nuestros nervios. Y también por más mesas llenas de abundante comida para cada hogar de nuestro país.