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Madame Papita
15 de julio de 2022 - 05:00 a. m.
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El proceso de etiquetar en la cocina tiene una función básica tanto para el productor como para el consumidor, pues es una información primaria para el correcto seguimiento de las producciones, el control de inventarios y el acceso ordenado en los almacenes de los restaurantes, entre otras labores. Para el comprador, por su lado, es su guía de consumo, y la oportunidad de saber qué se está llevando a la boca. De ahí la relevancia de contar con un etiquetado completo y ajustado al mercado en el que se distribuya y se venda el producto.

Sin lugar a dudas una etiqueta hace la diferencia con los alimentos, ya que nos permite clasificar, conocer y tomar una decisión informada y consciente. Situación completamente opuesta al fenómeno social que vivimos en la actualidad, cuando usamos las etiquetas o rótulos para agredir o destruir una marca, un restaurante y hasta a las personas. La capacidad de generalización con base en un rótulo puede originar una gran ola que nunca sabemos dónde va a terminar, con potencial de convertirse en un ciclón que devasta sin parar.

Cada día, la conversación entre lo que es bueno o malo, saludable o no, fit o fat es más extrema. Y mejor ni hablemos de los gurús de la alimentación, donde los extremos son lo único que existe y tener una línea intermedia, donde se pueda comer de todo un poco y sin mitificaciones, se ha convertido en un movimiento algo peligroso para los que aun comemos pan o un poco de dulce, y nos sentamos a la mesa a apreciar lo positivo de lo que comemos.

No estoy diciendo que todo es bueno y mucho menos que no necesitemos unas reglas básicas para la vida y la salud. Lo que me parece inverosímil hoy es que la comida se haya convertido en una actividad casi que de química cuántica, donde si por equivocación se dice o se reconoce lo bueno, puede terminar uno más cuestionado que investigación de policía.

Ese desafío de vivir en medio de una sociedad que se desarrolla más en la inmediatez de las redes que en el tiempo del sartén, suele traer consigo situaciones complejas para productores, restaurantes, bares y cualquier otro proyecto que tenga un corazón gastronómico. Todo lo bueno necesita tiempo, decían en mi casa, y este tema no es menor. Podemos acabar con un emprendimiento valioso con solo un comentario de una experiencia que puede ser una mínima opinión de una mala experiencia, pero que no dibuja el mapa completo, el proceso y el estándar al que puede llegar.

Quítese la etiqueta, desármese por la condición social de las personas y no se indisponga con la diferencia. Etiquetar a las personas no es una referencia social positiva, pues al contrario de los alimentos, resta, discrimina y hace difícil la convivencia. Desafortunadamente, vivimos inmersos en una polarización que nos impide respetar y disfrutar lo sencillo de la vida. Colaborar y sumar es cada vez más difícil, olvidándonos que somos todos parte de esta cadena productiva en la que si a todos nos va bien, el sector se robustecerá y beneficiará a los demás.

En estos días me reencontré con un lugar sencillo y sabroso en una discreta casa de Quinta Camacho, en Bogotá, que me hace infinitamente feliz, al cual desde la pandemia solo pedía domicilios. Sir Frank (@Sirfrankbog) es un lugar fresco, lleno de referentes sonoros de radios vintage, discos, arte urbano y callejero, con buena comida para todos los gustos y todas las edades, desde una gran salchipapa hasta suculentas hamburguesas.

En su carta también hay Philly Cheese Steak Sándwich, mi adorado macarrón con queso (Mac and Cheese) y unos chicharrones con suero crocantes y deliciosos. Es un lugar maravilloso para tardear, comer en familia y, si va de afán entre semana, seguro que va a salir feliz. Sin tanta parafernalia, Sir Frank es un sitio esencial y suculento, se los recomiendo.

@Chefguty

 

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