Últimamente, encontrar ciertos productos en la plaza es un golpe de suerte. Ya ni por el precio: es por simple surtido que uno comienza a saltar de puesto en puesto, a ver quién tiene qué. Es un buen ejercicio para caminar, sin duda, pero no deja de ser un poco preocupante ver la escasez, sabiendo la cantidad de cultivos que tenemos en el país. Esto, por supuesto, hizo que después de hacer las compras, me sentara juiciosamente a elaborar una lista de comidas que podía preparar, para así sacarle provecho a todo lo que logré conseguir.
De esa forma volví al cuaderno de la cocina, a rescatar las recetas de mi familia, a cambiar uno que otro detalle, y meterle la mano en forma a la huerta. Decidí que si queremos cilantro, hierbas aromáticas y lechugas, hay que producirlas, para darle más cabida a lo fundamental de mi compra. Organicé las mermas de la carne y el pollo y con eso hice caldos sustanciosos que congelé, pues para mi es una opción práctica y muy nutritiva, que con una que otra papa, o un poco de fideos para sopa, salva una comida.
Organizar y porcionar fruta y verdura hace que se dañen menos al dejarlas en el olvido, y se pueden congelar algunas y otras hasta procesar. Es cuestión de hábito, de volver a esos momentos en que, durante la pandemia, todos sabíamos de inventarios y producción y éramos grandes cocineros para optimizar lo que hay.
Son complejas las matemáticas financieras, y hacen que uno se desmotive. Pero tampoco podemos desconocer el trabajo constante de los productores, vendedores y hasta desde los mismos restaurantes, que intentan facilitarle a uno la vida en este momento. Difícil o no, comer es una de las necesidades básicas de todos nosotros, y tenemos que propender porque sea lo más nutritivo posible, fomentando no solo una producción limpia y justa sino, que tengamos acceso a los productos.
Y manteniéndome en la línea de comprar local e invertir en lo que es nuestro, la semana pasada visite Sumercé Restaurante. Llegué solo sabiendo que su carta está inspirada en la papa, en medio de una semana en la que todos decían que su costo estaba disparado. Llegué mucho antes de la hora del almuerzo, y desayuné unos sencillos pero deliciosos huevos fritos con pan. Mientras tanto, ver al dueño y chef sentado en una mesa, repasando sus costos, me demostró lo fuertes que somos los emprendedores.
Él revisaba sus números mientras yo revisaba mi proyecto. Pasó el tiempo y las dos personas que trabajan con él me mostraron Casa San Felipe, un espacio que no solo los tiene a ellos como actores culturales de la zona, sino que es sede de algunos otros proyectos. Espacios soleados, mesas amplias y, sobre todo, un árbol en el centro de las mesas. Sentí que por un momento estaba fuera de Bogotá y su frenético ritmo.
Pedimos platos para compartir, porque no nos podíamos quedar sin saber lo maravilloso que tiene esta apuesta creativa. Empezamos con papas bravas chirriadas y, la verdad, son “chirriadísimas”, acompañadas de una salsa a la que pueden meterle el dedo y probarla, para no desperdiciarla. Unas empanadas de pipián que ampliamente les cabe el “pa’ sumercé” porque de verdad cada mordisco es un manjar del cielo. Llegó la hora de los fuertes, y por lo menos yo necesitaba probar las papas chorreadas con chicharrón, la mezcla perfecta de mi vida en un solo plato. ¡Y así resultó! Un manjar crocante de chicharrón con su buena dosis de aguacate y papita chorreada.
Mi compañera de aventura pidió un fetuccini de papa con pollo. La pasta tiene una textura más suave de lo habitual, pero es perfecta, y la salsa es el complemento ideal: bien cremosa y con abundante pollo, lo convierten en un gran plato. No hubo nada que no fuera un ejemplo de la creatividad y las delicias que se pueden lograr con una papa bien usada.
Durante esta visita me llenó de dicha saber que estos jóvenes talentosos de la comida compran directo, y creen en el trato justo entre productor y restaurante. Pero, sin lugar a duda, lo que vale aún más es el ingenio y los sabores que logran en cada plato que sirven. Sumercé, este fin de semana pásese por San Felipe y déjese seducir por esta papita. Si va con niños, hay un gran parque al frente, donde puede salir a jugar después de estos manjares. Y para los que les gusta quedarse en casa, búsquenlos en Rappi, porque es tremendo golpe de suerte poder quedarse en casa con Sumercé.
Últimamente, encontrar ciertos productos en la plaza es un golpe de suerte. Ya ni por el precio: es por simple surtido que uno comienza a saltar de puesto en puesto, a ver quién tiene qué. Es un buen ejercicio para caminar, sin duda, pero no deja de ser un poco preocupante ver la escasez, sabiendo la cantidad de cultivos que tenemos en el país. Esto, por supuesto, hizo que después de hacer las compras, me sentara juiciosamente a elaborar una lista de comidas que podía preparar, para así sacarle provecho a todo lo que logré conseguir.
De esa forma volví al cuaderno de la cocina, a rescatar las recetas de mi familia, a cambiar uno que otro detalle, y meterle la mano en forma a la huerta. Decidí que si queremos cilantro, hierbas aromáticas y lechugas, hay que producirlas, para darle más cabida a lo fundamental de mi compra. Organicé las mermas de la carne y el pollo y con eso hice caldos sustanciosos que congelé, pues para mi es una opción práctica y muy nutritiva, que con una que otra papa, o un poco de fideos para sopa, salva una comida.
Organizar y porcionar fruta y verdura hace que se dañen menos al dejarlas en el olvido, y se pueden congelar algunas y otras hasta procesar. Es cuestión de hábito, de volver a esos momentos en que, durante la pandemia, todos sabíamos de inventarios y producción y éramos grandes cocineros para optimizar lo que hay.
Son complejas las matemáticas financieras, y hacen que uno se desmotive. Pero tampoco podemos desconocer el trabajo constante de los productores, vendedores y hasta desde los mismos restaurantes, que intentan facilitarle a uno la vida en este momento. Difícil o no, comer es una de las necesidades básicas de todos nosotros, y tenemos que propender porque sea lo más nutritivo posible, fomentando no solo una producción limpia y justa sino, que tengamos acceso a los productos.
Y manteniéndome en la línea de comprar local e invertir en lo que es nuestro, la semana pasada visite Sumercé Restaurante. Llegué solo sabiendo que su carta está inspirada en la papa, en medio de una semana en la que todos decían que su costo estaba disparado. Llegué mucho antes de la hora del almuerzo, y desayuné unos sencillos pero deliciosos huevos fritos con pan. Mientras tanto, ver al dueño y chef sentado en una mesa, repasando sus costos, me demostró lo fuertes que somos los emprendedores.
Él revisaba sus números mientras yo revisaba mi proyecto. Pasó el tiempo y las dos personas que trabajan con él me mostraron Casa San Felipe, un espacio que no solo los tiene a ellos como actores culturales de la zona, sino que es sede de algunos otros proyectos. Espacios soleados, mesas amplias y, sobre todo, un árbol en el centro de las mesas. Sentí que por un momento estaba fuera de Bogotá y su frenético ritmo.
Pedimos platos para compartir, porque no nos podíamos quedar sin saber lo maravilloso que tiene esta apuesta creativa. Empezamos con papas bravas chirriadas y, la verdad, son “chirriadísimas”, acompañadas de una salsa a la que pueden meterle el dedo y probarla, para no desperdiciarla. Unas empanadas de pipián que ampliamente les cabe el “pa’ sumercé” porque de verdad cada mordisco es un manjar del cielo. Llegó la hora de los fuertes, y por lo menos yo necesitaba probar las papas chorreadas con chicharrón, la mezcla perfecta de mi vida en un solo plato. ¡Y así resultó! Un manjar crocante de chicharrón con su buena dosis de aguacate y papita chorreada.
Mi compañera de aventura pidió un fetuccini de papa con pollo. La pasta tiene una textura más suave de lo habitual, pero es perfecta, y la salsa es el complemento ideal: bien cremosa y con abundante pollo, lo convierten en un gran plato. No hubo nada que no fuera un ejemplo de la creatividad y las delicias que se pueden lograr con una papa bien usada.
Durante esta visita me llenó de dicha saber que estos jóvenes talentosos de la comida compran directo, y creen en el trato justo entre productor y restaurante. Pero, sin lugar a duda, lo que vale aún más es el ingenio y los sabores que logran en cada plato que sirven. Sumercé, este fin de semana pásese por San Felipe y déjese seducir por esta papita. Si va con niños, hay un gran parque al frente, donde puede salir a jugar después de estos manjares. Y para los que les gusta quedarse en casa, búsquenlos en Rappi, porque es tremendo golpe de suerte poder quedarse en casa con Sumercé.