Cada semana son más duras las noticias frente a las enfermedades mentales, a lo difícil de las relaciones para lograr verbalizarlas, sin ser descalificado o juzgado, y a lo común que se han vuelto algunas patologías, como resultado de la velocidad a la que vivimos. Estrés es la palabra de moda hace años, causa mucha risa, pero nadie se detiene a pensar lo que implica ese eterno correr, saltarse las comidas, vivir con el mico al hombro, no dormir, etc.; todo lo contrario a lo que nos enseñan los médicos que es lo básico para tener una vida saludable.
La intensidad en la que nos movemos nos saca del margen de lo necesario y básico: respirar, comer y dormir. Absurdo, ¿no? Sumado a esto, nuestros niños y jóvenes se mueven en la línea media de la presión social de cómo se ven, cómo conviven con sus compañeros y, por ende, el bullying que esto trae. Niños que no comen por miedo a estar gordos antes de los 12 años, mientras otros pequeños de la misma edad mueren de hambre en varios departamentos del país.
Vivir intensamente suena la maravilla, a esa adrenalina que todos sentimos, pero con el paso del tiempo, el desgaste físico, las enfermedades y el daño en conductas sociales, es incalculable. El paso del tiempo castiga muchas veces, y pasa una factura clara a lo que hemos sido y lo que nos hemos comido. Sumas y restas, todo esto se traduce en facturas médicas.
Comer es un privilegio, un derecho de todos y cada uno de nosotros. No debería ser una pelea, una lucha ni, mucho menos, convertirse en una conversación extraña donde todo es malo, todo mata y lo único que sirve es el agua, y ojalá bien poquita. Esta satanización en la que vivimos nos quita y nos pone, por moda, muchísimas cosas, y si bien puede que quizás tengan razón en algunas, hay otras que son una línea delgada entre lo que hay y lo que dejamos por moda.
La ansiedad por comer, por encajar y por responder socialmente al deber ser se convirtieron en una epidemia donde estamos llenos de gurús y profetas, pocos de ellos consecuentes entre la realidad y la ficción, dirían por ahí. Llevo este último año reconociendo que tengo un problema con la comida por todo lo vivido en medio del duelo, y ha sido una tarea de titanes, porque es difícil enfrentarse a una enfermedad que necesita ayuda, siempre y cuando uno mismo lo reconozca.
La ansiedad es un cocktail nefasto donde la cabeza siempre juega en contra. Es una necesidad de comer para tranquilizarse, pero al tiempo de castigarse con lo que aparentemente soluciona al abrir la nevera, porque al final la culpa lo lleva a uno a escenarios drásticos y poco consientes, porque ya la película está cambiada. Intensamente, la comida es algo esencial, es vida, pero en algunos momentos de la vida termina siendo un desafío constante frente al simple hecho de mantenernos vivos.
Socialmente es difícil mantenerse en las modas, en las dietas, en lo que está bien visto. Cambiamos lo sano por pastillas mágicas, soluciones fantásticas, por canales de Instagram que adoctrinan, y de paso enloquecen, pero no se nos ocurre trabajar primero en vivir un poco menos acelerados, para así poder entender para dónde vamos, y qué nos estamos metiendo a la boca.
Tomarnos el tiempo de construir una relación sana con la comida, sin prejuicios y que podamos heredarle a las nuevas generaciones, es construir un entorno seguro por la salud mental. Eso es un derecho que tenemos todos, no invalida a nadie y, mucho menos, debería ser objeto de conversación discriminatoria. Antes de juzgar el físico, la dieta, o cómo se come uno un pan, muérdase la lengua y piense que no todos son (o somos) tan fuertes y claros como usted se siente.
Último hervor: Con el cambio del ministro de Comercio, Industria y Turismo, el sector Turismo, y por ende el de alimentos y bebidas, necesita un compromiso real por parte del ministro entrante, Luis Carlos Reyes el famoso Mr. Taxes, frente a las solicitudes del sector, pues la situación cada día es más precaria y llena de dificultades. No podemos desconocer que la afectación en los costos, que continúan subiendo; la falta de registros sanitarios, las dificultades en determinadas importaciones, etc., están afectando profundamente este rubro. Ministro póngase las botas, conozca el campo y coma sabroso comida colombiana. ¡El sector necesita de su apoyo!
Cada semana son más duras las noticias frente a las enfermedades mentales, a lo difícil de las relaciones para lograr verbalizarlas, sin ser descalificado o juzgado, y a lo común que se han vuelto algunas patologías, como resultado de la velocidad a la que vivimos. Estrés es la palabra de moda hace años, causa mucha risa, pero nadie se detiene a pensar lo que implica ese eterno correr, saltarse las comidas, vivir con el mico al hombro, no dormir, etc.; todo lo contrario a lo que nos enseñan los médicos que es lo básico para tener una vida saludable.
La intensidad en la que nos movemos nos saca del margen de lo necesario y básico: respirar, comer y dormir. Absurdo, ¿no? Sumado a esto, nuestros niños y jóvenes se mueven en la línea media de la presión social de cómo se ven, cómo conviven con sus compañeros y, por ende, el bullying que esto trae. Niños que no comen por miedo a estar gordos antes de los 12 años, mientras otros pequeños de la misma edad mueren de hambre en varios departamentos del país.
Vivir intensamente suena la maravilla, a esa adrenalina que todos sentimos, pero con el paso del tiempo, el desgaste físico, las enfermedades y el daño en conductas sociales, es incalculable. El paso del tiempo castiga muchas veces, y pasa una factura clara a lo que hemos sido y lo que nos hemos comido. Sumas y restas, todo esto se traduce en facturas médicas.
Comer es un privilegio, un derecho de todos y cada uno de nosotros. No debería ser una pelea, una lucha ni, mucho menos, convertirse en una conversación extraña donde todo es malo, todo mata y lo único que sirve es el agua, y ojalá bien poquita. Esta satanización en la que vivimos nos quita y nos pone, por moda, muchísimas cosas, y si bien puede que quizás tengan razón en algunas, hay otras que son una línea delgada entre lo que hay y lo que dejamos por moda.
La ansiedad por comer, por encajar y por responder socialmente al deber ser se convirtieron en una epidemia donde estamos llenos de gurús y profetas, pocos de ellos consecuentes entre la realidad y la ficción, dirían por ahí. Llevo este último año reconociendo que tengo un problema con la comida por todo lo vivido en medio del duelo, y ha sido una tarea de titanes, porque es difícil enfrentarse a una enfermedad que necesita ayuda, siempre y cuando uno mismo lo reconozca.
La ansiedad es un cocktail nefasto donde la cabeza siempre juega en contra. Es una necesidad de comer para tranquilizarse, pero al tiempo de castigarse con lo que aparentemente soluciona al abrir la nevera, porque al final la culpa lo lleva a uno a escenarios drásticos y poco consientes, porque ya la película está cambiada. Intensamente, la comida es algo esencial, es vida, pero en algunos momentos de la vida termina siendo un desafío constante frente al simple hecho de mantenernos vivos.
Socialmente es difícil mantenerse en las modas, en las dietas, en lo que está bien visto. Cambiamos lo sano por pastillas mágicas, soluciones fantásticas, por canales de Instagram que adoctrinan, y de paso enloquecen, pero no se nos ocurre trabajar primero en vivir un poco menos acelerados, para así poder entender para dónde vamos, y qué nos estamos metiendo a la boca.
Tomarnos el tiempo de construir una relación sana con la comida, sin prejuicios y que podamos heredarle a las nuevas generaciones, es construir un entorno seguro por la salud mental. Eso es un derecho que tenemos todos, no invalida a nadie y, mucho menos, debería ser objeto de conversación discriminatoria. Antes de juzgar el físico, la dieta, o cómo se come uno un pan, muérdase la lengua y piense que no todos son (o somos) tan fuertes y claros como usted se siente.
Último hervor: Con el cambio del ministro de Comercio, Industria y Turismo, el sector Turismo, y por ende el de alimentos y bebidas, necesita un compromiso real por parte del ministro entrante, Luis Carlos Reyes el famoso Mr. Taxes, frente a las solicitudes del sector, pues la situación cada día es más precaria y llena de dificultades. No podemos desconocer que la afectación en los costos, que continúan subiendo; la falta de registros sanitarios, las dificultades en determinadas importaciones, etc., están afectando profundamente este rubro. Ministro póngase las botas, conozca el campo y coma sabroso comida colombiana. ¡El sector necesita de su apoyo!