La costa Caribe colombiana se ha especializado cada vez más en un turismo boutique bastante interesante, que nos muestra en sus ciudades capitales espacios llenos de buen diseño y magia que deslumbran a sus huéspedes con encanto; y ni qué decir de la oferta gastronómica creciente con toques muy nuestros y mezclas interesantes de cocinas propias y de otras latitudes.
Me declaro una romántica empedernida, así solo lo demuestre a través de mi comida más que con mis palabras, y como en la popular canción Isla para dos, siempre soñé con encontrar ese lugar en Colombia que me hiciera querer regresar, una isla a la medida, en un sitio paradisiaco, silencioso, lleno de sosiego, con un atardecer digno de envidia y, lo más difícil de conseguir, una comida que me llenara el alma y el cuerpo.
Pues bien, después de mucho andar por nuestras ciudades costeras y sus islas e islotes, playas y bahías, me encontré recientemente con un secreto muy bien guardado en las islas del Rosario, más exactamente en isla Marina: Coralina Island (@coralinaisland).
La experiencia comienza con un servicio ejemplar, donde con una sonrisa siempre hay alguien que le ayuda a uno a sentirse, aún más, como en casa. Gracias a su pequeño espacio todos los huéspedes se cruzan con una mirada de felicidad infinita, pues entre ir y venir de cada rincón de la isla siempre habrá un comentario agradable de la actividad o comida que acabamos de tener.
Súmenle unas habitaciones con detalles “coquetos”, como dirían mis amigas. Flores frescas a lo largo de todos los espacios, ventanas inmensas con vista al mar, caminitos que lo llevan a uno directo al cielo. Es una mezcla perfecta entre los espacios y el servicio, realmente.
Pero lo más importante de este descubrimiento va más allá de todo esto. La comida es, sin dudarlo, el brillante de la experiencia Coralina. Cristian, su chef, y cada uno de sus cocineros hacen que ningún día, por más que repita plato, las cosas sepan a lo mismo. La capacidad de adaptación de su cocina a la historia y cultura de las islas, su juego diario con la frescura de su abastecimiento y la pesca que cada mañana recibe hacen que no haya plato malo.
Me dejé querer de Pierre (corazón de Coralina) y de Cristian, les dejé ofrecerme lo que mejor les pareciera, y claramente no puedo arrepentirme sino de no poder quedarme más. Un laboratorio donde la relación “jefe-cocina” hace que Coralina tenga una de las mejores cocinas de las islas. Crear, respetar e innovar es su bandera, que deja como resultado sabor y mucha sabrosura. Arroz apastelado de mariscos (plato en prueba que se quedó), cangrejo en leche de coco, langosta fresca en salsa criolla, filete de sierra a la parrilla, cocadas, patacones, caldos y sopas no me dejan saber qué es lo mejor que hay en la carta. Sí les puedo decir que el arroz apastelado me supo a lo mismo que comía en Navidad en la casa de mi abuela. Cristian y su combo cumplieron con ese básico de la cocina de lograr rememorar lo que lo hace a uno infinitamente feliz.
Sin grandes inventarios, pero sí con grandes tesoros heredados de las abuelas, los isleños y la sabiduría de un gran conocedor de la experiencia del servicio, Coralina es un tesoro que vale la pena conocer y vivir. Pero si aún tienen dudas de que “de eso tan bueno no dan tanto”, el atardecer es tan mágico que ninguna cámara o teléfono puede guardar tanta belleza, me tocó guardarlo simplemente en una imagen de Instagram que se hace aún más grande cuando cierro los ojos y lo recuerdo.
Anímense, vienen las vacaciones y seguro Cristian tendrá sus calderos calientes; Pierre, un equipo de hacedores de sueños y el paisaje listo para hacer momentos que quedarán en la historia de cada uno de nosotros.
La costa Caribe colombiana se ha especializado cada vez más en un turismo boutique bastante interesante, que nos muestra en sus ciudades capitales espacios llenos de buen diseño y magia que deslumbran a sus huéspedes con encanto; y ni qué decir de la oferta gastronómica creciente con toques muy nuestros y mezclas interesantes de cocinas propias y de otras latitudes.
Me declaro una romántica empedernida, así solo lo demuestre a través de mi comida más que con mis palabras, y como en la popular canción Isla para dos, siempre soñé con encontrar ese lugar en Colombia que me hiciera querer regresar, una isla a la medida, en un sitio paradisiaco, silencioso, lleno de sosiego, con un atardecer digno de envidia y, lo más difícil de conseguir, una comida que me llenara el alma y el cuerpo.
Pues bien, después de mucho andar por nuestras ciudades costeras y sus islas e islotes, playas y bahías, me encontré recientemente con un secreto muy bien guardado en las islas del Rosario, más exactamente en isla Marina: Coralina Island (@coralinaisland).
La experiencia comienza con un servicio ejemplar, donde con una sonrisa siempre hay alguien que le ayuda a uno a sentirse, aún más, como en casa. Gracias a su pequeño espacio todos los huéspedes se cruzan con una mirada de felicidad infinita, pues entre ir y venir de cada rincón de la isla siempre habrá un comentario agradable de la actividad o comida que acabamos de tener.
Súmenle unas habitaciones con detalles “coquetos”, como dirían mis amigas. Flores frescas a lo largo de todos los espacios, ventanas inmensas con vista al mar, caminitos que lo llevan a uno directo al cielo. Es una mezcla perfecta entre los espacios y el servicio, realmente.
Pero lo más importante de este descubrimiento va más allá de todo esto. La comida es, sin dudarlo, el brillante de la experiencia Coralina. Cristian, su chef, y cada uno de sus cocineros hacen que ningún día, por más que repita plato, las cosas sepan a lo mismo. La capacidad de adaptación de su cocina a la historia y cultura de las islas, su juego diario con la frescura de su abastecimiento y la pesca que cada mañana recibe hacen que no haya plato malo.
Me dejé querer de Pierre (corazón de Coralina) y de Cristian, les dejé ofrecerme lo que mejor les pareciera, y claramente no puedo arrepentirme sino de no poder quedarme más. Un laboratorio donde la relación “jefe-cocina” hace que Coralina tenga una de las mejores cocinas de las islas. Crear, respetar e innovar es su bandera, que deja como resultado sabor y mucha sabrosura. Arroz apastelado de mariscos (plato en prueba que se quedó), cangrejo en leche de coco, langosta fresca en salsa criolla, filete de sierra a la parrilla, cocadas, patacones, caldos y sopas no me dejan saber qué es lo mejor que hay en la carta. Sí les puedo decir que el arroz apastelado me supo a lo mismo que comía en Navidad en la casa de mi abuela. Cristian y su combo cumplieron con ese básico de la cocina de lograr rememorar lo que lo hace a uno infinitamente feliz.
Sin grandes inventarios, pero sí con grandes tesoros heredados de las abuelas, los isleños y la sabiduría de un gran conocedor de la experiencia del servicio, Coralina es un tesoro que vale la pena conocer y vivir. Pero si aún tienen dudas de que “de eso tan bueno no dan tanto”, el atardecer es tan mágico que ninguna cámara o teléfono puede guardar tanta belleza, me tocó guardarlo simplemente en una imagen de Instagram que se hace aún más grande cuando cierro los ojos y lo recuerdo.
Anímense, vienen las vacaciones y seguro Cristian tendrá sus calderos calientes; Pierre, un equipo de hacedores de sueños y el paisaje listo para hacer momentos que quedarán en la historia de cada uno de nosotros.