Les apuesto doble sobre sencillo a que si usted es colombiano, apenas leyó el título de esta columna comenzó a cantar el clásico de la música carranguera del maestro Jorge Velosa: “la cucharita se me perdió, la cucharita se me perdió”.
A mí no me da pena confesar que de toda la cubertería que me heredó mi abuela, por demás muy elegante, lo que más uso son las cucharas, así lo que me pongan en frente se coma con un tenedor. Desde pequeños, la cuchara es el instrumento culinario que mejor aprendemos a usar, gracias a las papillas en principio, y luego con cualquier cosa que quieran meternos a la boca, sin que quede el piso tapizado de comida.
Para mí no hay placer más grande que comerme una bandeja paisa con cuchara, combinando cada ingrediente con otro. Creo, además, que esa “mala costumbre” quizá no solo nos conecta a muchos colombianos, sino que nos produce un exceso de felicidad. El casadito de los granos con el arroz, de las salsas con más arroz y de mis potajes colombianos son aún más excelsos si de por medio hay una cuchara.
Felicidad también la que me da visitar los mercados campesinos y encontrar la gran variedad de cucharas de palo que se fabrican hoy en día, bien sea para comer, para cocinar y hasta para decorar. Recuerdo con nostalgia las cucharas hechas de totumo con las que comíamos sancocho de pescado cuando íbamos a la Costa, y que luego con la misma cuchara nos comíamos la sopa y el seco. El tenedor y el cuchillo eran herramientas exclusivas para los papás cuando querían partirle algo a los niños y adicionarlo a nuestro plato.
Si de cucharas hablamos, uno hasta podría hacer una clasificación de comidas que se preparan para comer con cuchara: sopas, guisados, postres y hasta arroces. De hecho, creería que, con pocas excepciones, todo se puede comer con cuchara… otra cosa es partirlo, o que se vea más educado y socialmente aceptado a la hora de comer.
Y bueno, no se me pongan tan respingados con las ocho y más piezas de la cubertería, ni con tanta cosa que se inventan para comer y cocinar. La próxima vez que vayan a su cocina, hagan el ejercicio de mirar con otros ojos a la poco valorada cuchara, y verán cómo solo el hecho de comer todo con ella nos lleva a la esencia de lo que somos, a nuestras raíces milenarias, cuando se necesitaba menos para ser feliz, con pocas cosas y más esencia.
Saldrán ahora los defensores de los cuchillos, blandiendo sus múltiples filos, tamaños y utilidades como argumento para decir que primero fueron los ojos que las pestañas, y que sin un cuchillo que corte, abra y ayude a preparar no hay cuchara utilitaria que nos espere para comer. La liga de los tenedores rosados nos dirá que ellos son más elegantes, y que por eso los buenos restaurantes se clasifican por tenedores y no por cucharas. Igual, como en todo, en la variedad está el placer y en la unión está el poder. Bien puedan corta y servir, pero lo mío es comer como más disfruto, incluso pasando por encima de todo el recato social.
Hablando de raíces, de esencia y del buen comer, hoy quiero recomendarles un mercado campesino que llega fresco y de la forma más amorosa a nuestra mesa: De la Tierra Food (@delatierrafoods). Llegué a ellos por una foto perfecta de unas coles de bruselas recién cosechadas, de esas fotos que provocan es morderlas. Mandé un mensaje de urgencia: “quiero esas coles en el próximo pedido”, y me enviaron una deliciosa lista de frutas, verduras, hierbas y algunos productos alimenticios, como encurtidos elaborados por ellos. Su oferta es el resultado de cosechas logradas con mejores prácticas de producción, y ya avanzan en el proceso de certificarse como orgánicos. Además, los pedidos llegan en una caja llena de bolsas de papel perfectamente marcadas y separadas.
Cabuya, papel y producto es lo que los distingue en sus empaques, pero en sus sabores identifica uno el cuidado de la producción y recolección de los mismos. Gracias al trabajo conjunto de comunidades productoras en la sabana de Bogotá, De la Tierra logra también trabajar para mejorar su huella de carbono, manteniendo siempre presente producir justamente para cobrar lo que vale. No hay intermediación, centros de venta ni de distribución. Lo que hay es corazón y ganas de seguir produciendo desde la tierrita.
Por ahora solo Bogotá y Chía gozan de estos domicilios. Los miércoles se hace el pedido, el viernes despachan en la noche y el sábado en la mañana usted ya tiene un manjar en su casa. Productos frescos, sabrosos y bien cultivados, yo no pido mucho más, además de saber que pago a quien produce. Anímense, en sus historias de IG están las listas. No se van a arrepentir de hacer estas compras locales.
Les apuesto doble sobre sencillo a que si usted es colombiano, apenas leyó el título de esta columna comenzó a cantar el clásico de la música carranguera del maestro Jorge Velosa: “la cucharita se me perdió, la cucharita se me perdió”.
A mí no me da pena confesar que de toda la cubertería que me heredó mi abuela, por demás muy elegante, lo que más uso son las cucharas, así lo que me pongan en frente se coma con un tenedor. Desde pequeños, la cuchara es el instrumento culinario que mejor aprendemos a usar, gracias a las papillas en principio, y luego con cualquier cosa que quieran meternos a la boca, sin que quede el piso tapizado de comida.
Para mí no hay placer más grande que comerme una bandeja paisa con cuchara, combinando cada ingrediente con otro. Creo, además, que esa “mala costumbre” quizá no solo nos conecta a muchos colombianos, sino que nos produce un exceso de felicidad. El casadito de los granos con el arroz, de las salsas con más arroz y de mis potajes colombianos son aún más excelsos si de por medio hay una cuchara.
Felicidad también la que me da visitar los mercados campesinos y encontrar la gran variedad de cucharas de palo que se fabrican hoy en día, bien sea para comer, para cocinar y hasta para decorar. Recuerdo con nostalgia las cucharas hechas de totumo con las que comíamos sancocho de pescado cuando íbamos a la Costa, y que luego con la misma cuchara nos comíamos la sopa y el seco. El tenedor y el cuchillo eran herramientas exclusivas para los papás cuando querían partirle algo a los niños y adicionarlo a nuestro plato.
Si de cucharas hablamos, uno hasta podría hacer una clasificación de comidas que se preparan para comer con cuchara: sopas, guisados, postres y hasta arroces. De hecho, creería que, con pocas excepciones, todo se puede comer con cuchara… otra cosa es partirlo, o que se vea más educado y socialmente aceptado a la hora de comer.
Y bueno, no se me pongan tan respingados con las ocho y más piezas de la cubertería, ni con tanta cosa que se inventan para comer y cocinar. La próxima vez que vayan a su cocina, hagan el ejercicio de mirar con otros ojos a la poco valorada cuchara, y verán cómo solo el hecho de comer todo con ella nos lleva a la esencia de lo que somos, a nuestras raíces milenarias, cuando se necesitaba menos para ser feliz, con pocas cosas y más esencia.
Saldrán ahora los defensores de los cuchillos, blandiendo sus múltiples filos, tamaños y utilidades como argumento para decir que primero fueron los ojos que las pestañas, y que sin un cuchillo que corte, abra y ayude a preparar no hay cuchara utilitaria que nos espere para comer. La liga de los tenedores rosados nos dirá que ellos son más elegantes, y que por eso los buenos restaurantes se clasifican por tenedores y no por cucharas. Igual, como en todo, en la variedad está el placer y en la unión está el poder. Bien puedan corta y servir, pero lo mío es comer como más disfruto, incluso pasando por encima de todo el recato social.
Hablando de raíces, de esencia y del buen comer, hoy quiero recomendarles un mercado campesino que llega fresco y de la forma más amorosa a nuestra mesa: De la Tierra Food (@delatierrafoods). Llegué a ellos por una foto perfecta de unas coles de bruselas recién cosechadas, de esas fotos que provocan es morderlas. Mandé un mensaje de urgencia: “quiero esas coles en el próximo pedido”, y me enviaron una deliciosa lista de frutas, verduras, hierbas y algunos productos alimenticios, como encurtidos elaborados por ellos. Su oferta es el resultado de cosechas logradas con mejores prácticas de producción, y ya avanzan en el proceso de certificarse como orgánicos. Además, los pedidos llegan en una caja llena de bolsas de papel perfectamente marcadas y separadas.
Cabuya, papel y producto es lo que los distingue en sus empaques, pero en sus sabores identifica uno el cuidado de la producción y recolección de los mismos. Gracias al trabajo conjunto de comunidades productoras en la sabana de Bogotá, De la Tierra logra también trabajar para mejorar su huella de carbono, manteniendo siempre presente producir justamente para cobrar lo que vale. No hay intermediación, centros de venta ni de distribución. Lo que hay es corazón y ganas de seguir produciendo desde la tierrita.
Por ahora solo Bogotá y Chía gozan de estos domicilios. Los miércoles se hace el pedido, el viernes despachan en la noche y el sábado en la mañana usted ya tiene un manjar en su casa. Productos frescos, sabrosos y bien cultivados, yo no pido mucho más, además de saber que pago a quien produce. Anímense, en sus historias de IG están las listas. No se van a arrepentir de hacer estas compras locales.