Uno de los mayores placeres que hay cuando la vida se nos enreda, o cuando simplemente no hay energía para seguir dándole a la cocina, es una buena pizza. Y seamos sinceros, pocas cosas mejores que una tajada fría después de una buena fiesta. La pizza es de esas comidas donde todos cabemos, que todos disfrutamos y donde todos podemos ponerle algo, o si no que lo digan quienes, en contra de todos nuestros manuales del buen gusto, añaden la dichosa piña, el bocadillo y cuantas cosas extrañas que encantan a tantos comensales. Allá ustedes y su conciencia al abusar de las bondades de la pizza….
Por razones de intensidad de un muy buen amigo, la semana pasada terminé encontrando un diamante muy pulido, enfocado en hacer pizzas de autor. Llegué en medio de un diluvio y luego de tráfico aterrador, pero apenas entré me sentí como en la terraza de la casa de mi abuela. Todo el mundo sonreía y compartían platos. Además, el pequeño rincón que nos tocó era la esquina de la tienda de productos, con el detalle de que también se siente como una alacena donde todo lo incita a uno a comer. Así me enamoré de @Fortezza.co
Debo reconocer que al principio no entendí mucho el concepto, pero cuando llegó la carta quise comer de inmediato. Entre el olor a pizza fresca y lo que leía, el hambre apremió, y elegir no fue fácil, en especial siendo solo dos personas. Optamos por pedir dos bien diferentes y cambiar un pedazo. Las elegidas fueron la Parma Dop y la Mortadella y Pistachos, sobra decir que era mortadela italiana. Me arrepiento profundamente no haber cambiado dos, pero era lo que había, porque la mía también estaba deliciosa.
Tan buena estaba, que tuve que preguntar por el dueño, chef o alguien que me contara un poco más de la historia de este lugar, que de lejos podría ser de los mejores de Bogotá para comer comida del país de la bota. Y como todo en Italia, el corazón de este proyecto es Carmine, un molisano (léase de Molise, la región donde está ubicada Campobasso, la ciudad natal de este genio) que se enamoró y se vino a construir país junto a su esposa. Llegó a Colombia como arquitecto urbanista, pero lentamente, y gracias a la pandemia, centró sus esfuerzos, creatividad y toda su energía e historia en las pizzas, los vinos y los postres, porque ya vamos para el tiramisú.
Según Carmine, el éxito de Fortezza está en entender lo que quieren sus clientes sin perder la esencia y la autenticidad de su cocina y, al mismo tiempo, construir desde la “empatía”. Me marcó mucho cuando usó esa palabra, pues es la palabra más cercana a mi duelo este último año: aprender a vivir desde un nuevo lugar donde las personas cuenten y tengan su espacio. Creo que es la primera vez en la vida que en un restaurante el chef, dueño o vecino me habla con tanta claridad de lo importante que es para él el relacionamiento con los clientes.
“La cocina italiana es autenticidad”, repite muchas veces durante la conversación. Les recuerdo que él nos contaba su historia mientras nosotros comíamos sus creaciones, pero esto no hizo que descuidara un solo detalle del resto de las mesas. Su cabeza va a una velocidad que le permite evolucionar constantemente en sus productos, para lograr nuevas propuestas. Hay que decir que algunas son retadoras para muchos de nosotros, como una pizza con base de ahuyama picante que prometí probar cuando vuelva, y de lograr un uso impecable de insumos de altísima calidad.
Esto no es un lugar corriente, ni es un domicilio cualquiera. Hay todo un estudio y seguimiento entre la historia y lo contemporáneo de la cocina, en el que han logrado desarrollar incluso una pizza congelada que no se escurre o se ensopa en el horno. Eso sí, hay que seguir las instrucciones al pie de la letra, algo que me recalcó Carmine con cara de “es obvio”.
Y si para rematar necesitan vinos, productos italianos importados, una que otra delicia de la delicatessen, tómense el tiempo de ir a elegir. En mi caso encontré una botella que llevaba muchos años buscando en Bogotá, por un recuerdo cercano para mi vida. Resumen: un agradecimiento profundo a mi amigo el intenso, que tenía toda la razón: no me iba a arrepentir. Al equipo de Fortezza, mucho agradecimiento por la comida que sirven y el servicio, por las historias y los espacios de encontrar mis recuerdos.
Como ven, fue una experiencia que me llenó el corazón profundamente, porque me regresó a momentos felices y lugares comunes que, en algún momento, fueron los que me hicieron respirar. No sé qué nuevas propuestas traigan, pues nos contó Carmine que están diseñando cosas. Lo que sí sé es que lo que decidan servir tendrá ese algo especial que tienen los italianos, que evidentemente saben de la buena vida y el buen comer.
Último hervor: No sé nada de futbol, a pesar de tener un papá enfermo por ese deporte, que sabe demasiado y no se pierde un partido sin importar la liga, la hora o el país donde jueguen. Me da sueño, no entiendo mucho y menos aún cuando se trata de todo el entramado de los torneos, pero tengo claro que este fin de semana el país en pleno tendrá el plan de acompañar a la Selección ojalá en la final (les recuerdo que por cierres esto se escribe antes de que juguemos contra Uruguay) para respaldarla y celebrarla, pues si algo necesita este país es una gran celebración.
Pizza, picada, alitas o comida de casa pueden ser opciones. Cervezas o vinos para acompañar, pero sin excesos, pues lo necesario es una celebración sin violencia y sin la imprudente mezcla de alcohol y carros. Pero, sobre todo, pase lo que pase, respeto por los jugadores, quienes a diario reciben insultos, amenazas y todo tipo de agravios. Esto es un deporte que mueve el país, pero para los que no lo recuerdan, en Colombia por un autogol en el mundial de Estados Unidos en 1994 mataron a uno de los mejores jugadores de su generación. Andrés Escobar Saldarriaga conocido también como “El Caballero del Fútbol” cumplió este año 30 años de fallecido tras ser asesinado en Medellín por un error en el campo de juego.
Así que qué pena con quienes consideren que esto es aguarles la fiesta, pero es real: necesitamos cordura y corazón en esta celebración. Cruzo los dedos porque todos acompañemos a la Selección desde el respeto y la emoción que trae, pero que pensemos que hay hijos, esposas y familias que viven a diario la violencia que genera una fanaticada llevada a los extremos, y muchas veces empoderada por las redes sociales.
Uno de los mayores placeres que hay cuando la vida se nos enreda, o cuando simplemente no hay energía para seguir dándole a la cocina, es una buena pizza. Y seamos sinceros, pocas cosas mejores que una tajada fría después de una buena fiesta. La pizza es de esas comidas donde todos cabemos, que todos disfrutamos y donde todos podemos ponerle algo, o si no que lo digan quienes, en contra de todos nuestros manuales del buen gusto, añaden la dichosa piña, el bocadillo y cuantas cosas extrañas que encantan a tantos comensales. Allá ustedes y su conciencia al abusar de las bondades de la pizza….
Por razones de intensidad de un muy buen amigo, la semana pasada terminé encontrando un diamante muy pulido, enfocado en hacer pizzas de autor. Llegué en medio de un diluvio y luego de tráfico aterrador, pero apenas entré me sentí como en la terraza de la casa de mi abuela. Todo el mundo sonreía y compartían platos. Además, el pequeño rincón que nos tocó era la esquina de la tienda de productos, con el detalle de que también se siente como una alacena donde todo lo incita a uno a comer. Así me enamoré de @Fortezza.co
Debo reconocer que al principio no entendí mucho el concepto, pero cuando llegó la carta quise comer de inmediato. Entre el olor a pizza fresca y lo que leía, el hambre apremió, y elegir no fue fácil, en especial siendo solo dos personas. Optamos por pedir dos bien diferentes y cambiar un pedazo. Las elegidas fueron la Parma Dop y la Mortadella y Pistachos, sobra decir que era mortadela italiana. Me arrepiento profundamente no haber cambiado dos, pero era lo que había, porque la mía también estaba deliciosa.
Tan buena estaba, que tuve que preguntar por el dueño, chef o alguien que me contara un poco más de la historia de este lugar, que de lejos podría ser de los mejores de Bogotá para comer comida del país de la bota. Y como todo en Italia, el corazón de este proyecto es Carmine, un molisano (léase de Molise, la región donde está ubicada Campobasso, la ciudad natal de este genio) que se enamoró y se vino a construir país junto a su esposa. Llegó a Colombia como arquitecto urbanista, pero lentamente, y gracias a la pandemia, centró sus esfuerzos, creatividad y toda su energía e historia en las pizzas, los vinos y los postres, porque ya vamos para el tiramisú.
Según Carmine, el éxito de Fortezza está en entender lo que quieren sus clientes sin perder la esencia y la autenticidad de su cocina y, al mismo tiempo, construir desde la “empatía”. Me marcó mucho cuando usó esa palabra, pues es la palabra más cercana a mi duelo este último año: aprender a vivir desde un nuevo lugar donde las personas cuenten y tengan su espacio. Creo que es la primera vez en la vida que en un restaurante el chef, dueño o vecino me habla con tanta claridad de lo importante que es para él el relacionamiento con los clientes.
“La cocina italiana es autenticidad”, repite muchas veces durante la conversación. Les recuerdo que él nos contaba su historia mientras nosotros comíamos sus creaciones, pero esto no hizo que descuidara un solo detalle del resto de las mesas. Su cabeza va a una velocidad que le permite evolucionar constantemente en sus productos, para lograr nuevas propuestas. Hay que decir que algunas son retadoras para muchos de nosotros, como una pizza con base de ahuyama picante que prometí probar cuando vuelva, y de lograr un uso impecable de insumos de altísima calidad.
Esto no es un lugar corriente, ni es un domicilio cualquiera. Hay todo un estudio y seguimiento entre la historia y lo contemporáneo de la cocina, en el que han logrado desarrollar incluso una pizza congelada que no se escurre o se ensopa en el horno. Eso sí, hay que seguir las instrucciones al pie de la letra, algo que me recalcó Carmine con cara de “es obvio”.
Y si para rematar necesitan vinos, productos italianos importados, una que otra delicia de la delicatessen, tómense el tiempo de ir a elegir. En mi caso encontré una botella que llevaba muchos años buscando en Bogotá, por un recuerdo cercano para mi vida. Resumen: un agradecimiento profundo a mi amigo el intenso, que tenía toda la razón: no me iba a arrepentir. Al equipo de Fortezza, mucho agradecimiento por la comida que sirven y el servicio, por las historias y los espacios de encontrar mis recuerdos.
Como ven, fue una experiencia que me llenó el corazón profundamente, porque me regresó a momentos felices y lugares comunes que, en algún momento, fueron los que me hicieron respirar. No sé qué nuevas propuestas traigan, pues nos contó Carmine que están diseñando cosas. Lo que sí sé es que lo que decidan servir tendrá ese algo especial que tienen los italianos, que evidentemente saben de la buena vida y el buen comer.
Último hervor: No sé nada de futbol, a pesar de tener un papá enfermo por ese deporte, que sabe demasiado y no se pierde un partido sin importar la liga, la hora o el país donde jueguen. Me da sueño, no entiendo mucho y menos aún cuando se trata de todo el entramado de los torneos, pero tengo claro que este fin de semana el país en pleno tendrá el plan de acompañar a la Selección ojalá en la final (les recuerdo que por cierres esto se escribe antes de que juguemos contra Uruguay) para respaldarla y celebrarla, pues si algo necesita este país es una gran celebración.
Pizza, picada, alitas o comida de casa pueden ser opciones. Cervezas o vinos para acompañar, pero sin excesos, pues lo necesario es una celebración sin violencia y sin la imprudente mezcla de alcohol y carros. Pero, sobre todo, pase lo que pase, respeto por los jugadores, quienes a diario reciben insultos, amenazas y todo tipo de agravios. Esto es un deporte que mueve el país, pero para los que no lo recuerdan, en Colombia por un autogol en el mundial de Estados Unidos en 1994 mataron a uno de los mejores jugadores de su generación. Andrés Escobar Saldarriaga conocido también como “El Caballero del Fútbol” cumplió este año 30 años de fallecido tras ser asesinado en Medellín por un error en el campo de juego.
Así que qué pena con quienes consideren que esto es aguarles la fiesta, pero es real: necesitamos cordura y corazón en esta celebración. Cruzo los dedos porque todos acompañemos a la Selección desde el respeto y la emoción que trae, pero que pensemos que hay hijos, esposas y familias que viven a diario la violencia que genera una fanaticada llevada a los extremos, y muchas veces empoderada por las redes sociales.