La guayaba volvió a mi vida y de la forma más pura y amorosa: en jugo en agua durante el día y como infusión para dormir. Nunca he tenido problema con ella. Por el contrario, soy de las que se las come con todo y gusanito blanco si se las encuentra frescas y que, cuando la reparten en casquitos, me los como todos. Del amado bocadillo mejor no hablo, pues no lo compro porque me lo como todo en cuestión de minutos.
La guayaba es de esas frutas que van saliendo de los menús por desuso, porque no están de moda o porque no llega a los supermercados; pero en las plazas, sigue siendo la reina del mercado. No hay corrientazo sin jugo de guayaba o con jalea con queso de postre. La guayaba, además, es un súper alimento para los niños que inician con comidas sólidas.
Beneficios, como decía mi abuelita, tiene muchos: antioxidantes, alto contenido en vitamina C, ayuda a proteger el corazón, es antiséptica y astringente y es lo mejor que hay para un mal de estómago. Desafortunadamente, la guayaba es un gran tesoro olvidado en las despensas de la gente, que no supera el termo con jugo tibio que nos mandaban en las loncheras.
Crecimos con mamás echadas para adelante, ordenadas, con mano fuerte y corazón grande pero que, sobre todo, sabían lo que era una buena nutrición, balanceada y rica en productos naturales y sanos. Esto no es como decía Andrés López, que fue a punta de chancla que uno sobrevivió a esas generaciones. Por el contrario, creo que la chancla era un punto de la teoría de la educación del momento, pero era lo que comíamos lo que nos sacaba a flote.
Emulsión de Scott, aceite de ricino para mejorar el genio, todo tipo de Sustagen o sus parecidos, jugos en leche para el calcio de los huesos, almuerzos ricos en ensaladas, carne y dos carbohidratos… Pensar que, a pesar de todo esto, así sobrevivimos dos generaciones completas sin estar sometidos a la pandemia de la obesidad.
Confieso que extraño profundamente ese tipo de frutas. Me aterra que la moda se vuelva sujeto de eliminación de productos en los supermercados. Y lo digo pues, en estos días de dieta de guayaba, las amigas y mis tías todas piden que en la próxima ida a la plaza les compre porque ya no consiguen fácil. Lo triste es que en las plazas la oferta es amplia y deliciosa: además de la fruta rosada que conocemos, están de moda la guayaba coronilla o guayaba manzana, esa guayaba grande verde de carne blanca, ácida y sabrosa, que se come con sal y vinagre. Se las recomiendo, pero sepan que nunca les llegará a los tobillos a mi amada guayaba. Además, sea este el momento de decirles que, a esta tierna y dulce edad, yo sigo llevando en el termo mi juguito sin ninguna pena. Es una fruta insuperable para la hora de las onces, aunque, claro está, sin leche ni avena, por respeto al universo.
Y es que tenerla en el termo hace que recordemos todo lo que se puede hacer con la guayaba. Pensemos por un momento qué sería de nuestra vida sin platos sencillos y deliciosos como la torta de pan con jalea de guayaba, los herpos, el mojicón, el plátano maduro con queso y bocadillo, los tumes, pandebonos rellenos, los pasteles gloria, el roscón con jalea, mermeladas y compotas. Eso sin dar cuenta de su versatilidad: la usamos como salsa para carnes, para hacer ají, en tés, infusiones, jugos, batidos y hasta en mimosas, y creo que debemos ser el único país que hace pizza con bocadillo.
Agreguen a esta lista lo que se les ocurra y me falte a mi mencionar. Y bueno, no olvidemos que todos nuestros ciclistas, del ‘Cochise’ Rodríguez y Lucho Herrera a Nairo y Egan, coronaron las más importantes competencias en Europa gracias a un bocadillo veleño que servía de reserva energética. Es un secreto que aún aplican los miles de ciclistas aficionados que los fines de semana llenan las carreteras del país.
Recordar es vivir y por eso extraño mi lonchera de lata con comida de casa, los remedios básicos para mi vida y, en especial, esos espacios para acordarnos y volver a lo que somos como colombianos en la cocina, siempre acompañado con un juguito de guayaba.
La guayaba volvió a mi vida y de la forma más pura y amorosa: en jugo en agua durante el día y como infusión para dormir. Nunca he tenido problema con ella. Por el contrario, soy de las que se las come con todo y gusanito blanco si se las encuentra frescas y que, cuando la reparten en casquitos, me los como todos. Del amado bocadillo mejor no hablo, pues no lo compro porque me lo como todo en cuestión de minutos.
La guayaba es de esas frutas que van saliendo de los menús por desuso, porque no están de moda o porque no llega a los supermercados; pero en las plazas, sigue siendo la reina del mercado. No hay corrientazo sin jugo de guayaba o con jalea con queso de postre. La guayaba, además, es un súper alimento para los niños que inician con comidas sólidas.
Beneficios, como decía mi abuelita, tiene muchos: antioxidantes, alto contenido en vitamina C, ayuda a proteger el corazón, es antiséptica y astringente y es lo mejor que hay para un mal de estómago. Desafortunadamente, la guayaba es un gran tesoro olvidado en las despensas de la gente, que no supera el termo con jugo tibio que nos mandaban en las loncheras.
Crecimos con mamás echadas para adelante, ordenadas, con mano fuerte y corazón grande pero que, sobre todo, sabían lo que era una buena nutrición, balanceada y rica en productos naturales y sanos. Esto no es como decía Andrés López, que fue a punta de chancla que uno sobrevivió a esas generaciones. Por el contrario, creo que la chancla era un punto de la teoría de la educación del momento, pero era lo que comíamos lo que nos sacaba a flote.
Emulsión de Scott, aceite de ricino para mejorar el genio, todo tipo de Sustagen o sus parecidos, jugos en leche para el calcio de los huesos, almuerzos ricos en ensaladas, carne y dos carbohidratos… Pensar que, a pesar de todo esto, así sobrevivimos dos generaciones completas sin estar sometidos a la pandemia de la obesidad.
Confieso que extraño profundamente ese tipo de frutas. Me aterra que la moda se vuelva sujeto de eliminación de productos en los supermercados. Y lo digo pues, en estos días de dieta de guayaba, las amigas y mis tías todas piden que en la próxima ida a la plaza les compre porque ya no consiguen fácil. Lo triste es que en las plazas la oferta es amplia y deliciosa: además de la fruta rosada que conocemos, están de moda la guayaba coronilla o guayaba manzana, esa guayaba grande verde de carne blanca, ácida y sabrosa, que se come con sal y vinagre. Se las recomiendo, pero sepan que nunca les llegará a los tobillos a mi amada guayaba. Además, sea este el momento de decirles que, a esta tierna y dulce edad, yo sigo llevando en el termo mi juguito sin ninguna pena. Es una fruta insuperable para la hora de las onces, aunque, claro está, sin leche ni avena, por respeto al universo.
Y es que tenerla en el termo hace que recordemos todo lo que se puede hacer con la guayaba. Pensemos por un momento qué sería de nuestra vida sin platos sencillos y deliciosos como la torta de pan con jalea de guayaba, los herpos, el mojicón, el plátano maduro con queso y bocadillo, los tumes, pandebonos rellenos, los pasteles gloria, el roscón con jalea, mermeladas y compotas. Eso sin dar cuenta de su versatilidad: la usamos como salsa para carnes, para hacer ají, en tés, infusiones, jugos, batidos y hasta en mimosas, y creo que debemos ser el único país que hace pizza con bocadillo.
Agreguen a esta lista lo que se les ocurra y me falte a mi mencionar. Y bueno, no olvidemos que todos nuestros ciclistas, del ‘Cochise’ Rodríguez y Lucho Herrera a Nairo y Egan, coronaron las más importantes competencias en Europa gracias a un bocadillo veleño que servía de reserva energética. Es un secreto que aún aplican los miles de ciclistas aficionados que los fines de semana llenan las carreteras del país.
Recordar es vivir y por eso extraño mi lonchera de lata con comida de casa, los remedios básicos para mi vida y, en especial, esos espacios para acordarnos y volver a lo que somos como colombianos en la cocina, siempre acompañado con un juguito de guayaba.