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Oficialmente, este es el último viernes de 2022. ¡Por fin se acabó este año!, dirán muchos. Otros más optimistas, como yo, tendremos una lista de cosas buenas que celebrar pues, aunque no todo fue fácil, este año nos deja muchas lecciones, de esas que pasan cuando hacemos un esfuerzo extra a la hora de apoyarnos.
El 2022 fue, de alguna forma, una montaña rusa sin cinturón en varios temas, como nuestro bolsillo. Hubo cambios abruptos en las condiciones de muchas cosas, lo que se iba convirtiendo en una bola de nieve para el costo de vida, que nunca paró de crecer. Termina un año donde los sobresaltos económicos nos obligaron a replantear más de una cosa a nuestro alrededor.
Lo positivo es que, a la par que todo subía, la recursividad también aumentaba. Los emprendimientos agroindustriales y gastronómicos se multiplicaron, buscando ingresos extra a los salarios. De ahí que cualquier negocio que sirviera para apalancar la economía doméstica era bienvenido, pues esta creció de la mano con la toma de conciencia de regresar a lo básico, a nuestros productos y nuestros productores, que tomaron una relevancia necesaria.
Nunca, en los casi siete años que tiene este espacio, recibí tanta información de nuevos cultivos, emprendimientos, restaurantes, cafeterías y hasta aplicaciones relacionadas con el sector de los alimentos como en estos doce meses. También vi el desarrollo de proyectos de libros, recetarios, cursos y manuales de cocina, algo que me hizo muy feliz. De paso, aumentaron los espacios académicos y de discusión y, quizá lo más importante, fui testigo del crecimiento, aún más, de la fama mundial de la cocina colombiana.
Esto demuestra que, si bien fue difícil, y lo seguirá siendo, no es imposible crecer, más allá de vivir un año donde lo duro fue mantenerse a flote. Aprendimos a multiplicar las ollas, a compartir el conocimiento básico de nuestra historia gastronómica y a comprar localmente con el corazón. No todo puede ser un rosario de quejas: este sector les enseñó a muchos colombianos la tenacidad de nuestros campesinos y la versatilidad de nuestras cocinas.
Atrás se quedan esos espacios donde la discusión llevó a la destrucción. En 2022 nos replanteamos la nefasta necesidad de depender de una cadena de abastecimiento principalmente importada. Por eso, le pido a 2023 que, por amor al cielo, acabe con los profetas que satanizan cualquier actividad en torno a lo que comemos y hacemos. No más “gurús” que solo ven lo malo de los negocios y no su gran esfuerzo, que se dedican a ver el detalle que se puede mejorar y no el talento detrás de cada plato o producto.
Espero que mañana todos saquemos nuestros mejores recuerdos a la hora de revivir agüeros. Hay que tener listas las uvas, aunque este año me dicen que debemos cambiarlas por fresas y ciruelas, por el año chino del conejo. No pueden faltar las espigas y las lentejas, para pedir por los productores colombianos. Saquemos la maleta y tengamos en la billetera algunos pesos, para que el turismo recorra Colombia y genere inversión en nuestras regiones. Y, para cerrar, si se animan a usar los populares calzones amarillos, revisen que sean de algodón colombiano.
Brindemos por nuestra comida, nuestras historias y nuestro patrimonio. Dejemos de buscar peleas, odios y desamores frente a quienes prefieren un sistema más estandarizado y asegurado, pues lo realmente importante es que donde comen dos coman otros cuantos, y que nuestras mesas reflejen la amplitud de nuestra producción.
Queridos amigos, comensales y lectores, ¡FELIZ AÑO NUEVO! y que 2023 los agarre comiendo papita.