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No existía nada que me diera más pereza en el colegio que las dichosas lluvias de ideas, porque sabía que siempre había un vago que no hacía nada, y el resto lo llevábamos en coche. Sin embargo, superé el colegio con creces, luego pasé por la universidad y lo supervalidé. Pero hoy, ante esta tremenda ola invernal que vive el país, creo que es más que justo y necesario hacer una lluvia de ideas positivas, porque este 2020 sí que nos sorprendió y de maneras muy difíciles de digerir. Sé que estoy hablando como la tía empoderada que tenemos todos, pero necesitamos apelar a esos buenos recuerdos y promesas inconclusas antes de terminar este año.
Llegó noviembre y no propiamente lleno de energía, sino más bien cargadito de agua. Comenzamos a ver los estragos de la temporada invernal y de huracanes y, por ende, comienza uno a pensar qué seguirá, porque esto parece una mala historia de cualquier mercachifle que dice adivinar el futuro. No obstante, quiero recordarles que, pese a esos diluvios, la semana pasada les cumplimos a nuestros cultivadores de papa y les dimos un respiro. Esa unión de tantos colombianos haciendo el viaje a los peajes y lugares donde estaban los campesinos con sus bultos nos habla de lo mucho que podemos hacer cuando nos juntamos por una buena causa.
Gracias a eso, me llegaron unas cuantas solicitudes más de cultivadores de plátano y de pepino cohombro, así como iniciativas de bolsas con hortalizas… En fin, el resumen de esa lluvia de ideas: comprar directo, invertir en el campo y acabar con la película y las bandejas plásticas. Creo que vamos por un mejor camino, con una buena enseñanza de esto que parece una fábula inconclusa.
Pero como las buenas cosas nacen con chorros de ideas, porque el nivel de aburrimiento y tristeza aumenta, es hora de fomentar iniciativas para comer y amar, estos dos verbos que se conjugan casi en los mismos tiempos y siempre sirven de refugio para los momentos difíciles de la vida. Chocolate caliente para el alma, decían las abuelas; un buen trago, dicen mis amigos, y un abrazo espichado, dice mi mamá. Comer siempre será la excusa para poder hablar, digerir los malos ratos y encontrar motivos para seguir adelante. La crudeza de la fuerza de la naturaleza que nos azota por estos días nos ha enseñado, a punta de imágenes desgarradoras, lo afortunados que somos por el hecho de no estar inundados y de tener la certeza de que cada noche llegaremos a casa con algo para comer.
Aquí no caben los flojos ni los vagos, ni mucho menos los vivos que pretenden vivir de los vecinos. La indolencia no nos puede seguir mostrando que la pandemia nos convirtió en seres egoístas y faltos de solidaridad. Aquí los argumentos políticos no caben. Por el contrario, creo que la situación de nuestros campesinos fue un campanazo de alerta que prontamente mutó a una ola invernal que está afectando a miles de colombianos, sin importar la región de donde vengan las necesidades.
Aunque el panorama por estos días es desalentador y lo lleva a uno a un escenario más devastador de lo esperado, se están creando redes de ayuda para enviar comida a quienes perdieron todo. Hemos reaccionado a las compras socialmente responsables y siento que, lentamente, estamos cogiendo el sartén por el mango para poder cocinarnos un 2021 con esperanzas y más humanidad. Espero que en esa cocinada participemos todos y tengamos una mesa llena el próximo año.