En esta economía de guerra que vivimos actualmente, nos la pasamos buscando cómo aliviar el bolsillo y hacer la popular gimnasia financiera, para lograr seguir alimentándonos sin sacrificar nuestra nutrición y la de nuestras familias. Cada vez veo más ofertas en redes sociales de aparentes servicios de alimentación, que aseguran servir menús completos listos para consumir de inmediato o congelados para calentar. Les cuento que he venido probando algunos y, la verdad, estoy muy desilusionada, sobre todo cuando los comparo con las frutas y verduras que también llegan a mi casa desde tiempos de la pandemia.
Pero vamos por partes, como en la cocina. Esos mercados que me envían en esas cajas, que vienen según la producción de la semana, son impecables, se les nota el amor con que los cosechan y cómo cada uno de los implicados en la cadena le pone el alma a su producto. Y ni hablemos del pan hecho en casa, que como dice mi mamá, es ‘pan de la abuela, es como una nube’. También llegan encurtidos, masa lista para pizza, y cientos de productos para la mesa, todo pesado y pagado justamente.
Aquí quiero mencionar a @saviadeparamo, para que los busquen y vean lo que es un proyecto productivo, justo, de trabajo consciente por y para sus comunidades. A ellos se les paga con muchísimo gusto. No les adelantó más para que lo miren, pero sí les digo que, además, hasta se llevan el vidrio que tengo limpio y en buen estado, para seguirme enviando mi comida.
En contraste, con los dos servicios de alimentación que probé en estos días, uno de menú listo y el otro de comida congelada, me sentí estafada, así de frente. Primero por las porciones, pues ni que todos fuéramos Barbies: cuando los pasé al plato, ni se veían las proteínas. Así que de entrada me quedó la duda de cómo pesan los productos para cumplir su promesa de valor del gramaje. Creo que es a punta de carbohidratos, pues esos llegaron duplicados. Sobre la calidad de la verdura, déjenme decirles que uno puede hacer, o montar, unas deliciosas verduras calientes en lugar de vender, o presentar, hojas marchitas, y siguen ajustados al presupuesto. Estos productos, la verdad, me dejaron una sensación de irrespeto a clientes que, sin tiempo, sin conocimiento o teniendo que dejar a los hijos solos después del colegio, confían ciegamente en que llegara lo ofrecido.
Pero esa situación no pasa solo con productos nuevos. Muchas veces invertimos tiempo y dinero en apoyar proyectos de conocidos, y cuando se me desinflan es cuando más rabia me da, pues la comida está cara, y me están viendo la cara. Pago por comer con dicha, y reconozco el trabajo de quienes a diario se ponen la camiseta con su restaurante, servicio de comida y hasta le celebro a la panadería de mi vereda que esté incursionando en el mercado del #corrientazo, pero abusar de esta forma de la necesidad de la gente es algo que no puedo entender.
De mi parte, sigo fiel y firme con los corrientazos, así estén subiendo de precio y ya hayan pasado de $15.000 a $18.000, y el especial del viernes ya esté en $21.000. Tampoco me alejo de la coca, amiga fiel a la que recurro con juicio varias veces a la semana. Pero acepto que también se necesita ayuda, porque ya los días no dan para tanto. Mi mamá es un claro ejemplo de que hay que buscar opciones: para ella corrientazo es mucho, y por eso prefiere lo que consigue congelado y casi listo, pues como vive sola, lo que necesita es practicidad y comer bien.
Entonces, hay que tener esta conversación de comer y pagar con justicia, pero sin politizarla o sacarnos los chiros. Debemos, más bien, pensar que necesitamos poder comer y alimentarnos bien, y recordar la importancia de entender la diferencia, para salirnos de peleas recurrentes, y francamente eternas y aburridas, sobre los impuestos, el azúcar o los enlatados. Hay discusiones que hay que tener, con altura, como esta de los precios de las comidas que nos llegan a la casa para facilitarnos la vida. Siempre se ha dicho que lo barato sale caro, pero hoy, que podemos decir sin titubear que todo está carísimo, no podemos meterle a la ecuación que nos estamos sintiendo estafados. Qué nos cobren lo justo, y cumplan las promesas de valor que nos hacen, pues en muchos casos esas comidas son el lujo que nos damos con mucho esfuerzo.
Esta semana traigo recomendado, y se trata de un lugar que por mucho tiempo ha sido como una parada obligada camino a mi casa: @el_chori_charrua. Fui en medio del Burger Master, y me tocó sí o sí comer hamburguesa, y además una que nunca había probado por prevención, porque tenía pera. Pues quiero decirles que fue monumental. De ahora en adelante, cuál choripán, me quedo con la hamburguesa una y mil veces. Háganle el paseo, hay jardín para niños y perros, y un comedor maravilloso con la parrilla como gran atractivo. La experiencia se completa con cerveza, para bajar la hamburguesa, y un alfajor que nada tiene que envidiarle a los mejores del sur del continente.
En esta economía de guerra que vivimos actualmente, nos la pasamos buscando cómo aliviar el bolsillo y hacer la popular gimnasia financiera, para lograr seguir alimentándonos sin sacrificar nuestra nutrición y la de nuestras familias. Cada vez veo más ofertas en redes sociales de aparentes servicios de alimentación, que aseguran servir menús completos listos para consumir de inmediato o congelados para calentar. Les cuento que he venido probando algunos y, la verdad, estoy muy desilusionada, sobre todo cuando los comparo con las frutas y verduras que también llegan a mi casa desde tiempos de la pandemia.
Pero vamos por partes, como en la cocina. Esos mercados que me envían en esas cajas, que vienen según la producción de la semana, son impecables, se les nota el amor con que los cosechan y cómo cada uno de los implicados en la cadena le pone el alma a su producto. Y ni hablemos del pan hecho en casa, que como dice mi mamá, es ‘pan de la abuela, es como una nube’. También llegan encurtidos, masa lista para pizza, y cientos de productos para la mesa, todo pesado y pagado justamente.
Aquí quiero mencionar a @saviadeparamo, para que los busquen y vean lo que es un proyecto productivo, justo, de trabajo consciente por y para sus comunidades. A ellos se les paga con muchísimo gusto. No les adelantó más para que lo miren, pero sí les digo que, además, hasta se llevan el vidrio que tengo limpio y en buen estado, para seguirme enviando mi comida.
En contraste, con los dos servicios de alimentación que probé en estos días, uno de menú listo y el otro de comida congelada, me sentí estafada, así de frente. Primero por las porciones, pues ni que todos fuéramos Barbies: cuando los pasé al plato, ni se veían las proteínas. Así que de entrada me quedó la duda de cómo pesan los productos para cumplir su promesa de valor del gramaje. Creo que es a punta de carbohidratos, pues esos llegaron duplicados. Sobre la calidad de la verdura, déjenme decirles que uno puede hacer, o montar, unas deliciosas verduras calientes en lugar de vender, o presentar, hojas marchitas, y siguen ajustados al presupuesto. Estos productos, la verdad, me dejaron una sensación de irrespeto a clientes que, sin tiempo, sin conocimiento o teniendo que dejar a los hijos solos después del colegio, confían ciegamente en que llegara lo ofrecido.
Pero esa situación no pasa solo con productos nuevos. Muchas veces invertimos tiempo y dinero en apoyar proyectos de conocidos, y cuando se me desinflan es cuando más rabia me da, pues la comida está cara, y me están viendo la cara. Pago por comer con dicha, y reconozco el trabajo de quienes a diario se ponen la camiseta con su restaurante, servicio de comida y hasta le celebro a la panadería de mi vereda que esté incursionando en el mercado del #corrientazo, pero abusar de esta forma de la necesidad de la gente es algo que no puedo entender.
De mi parte, sigo fiel y firme con los corrientazos, así estén subiendo de precio y ya hayan pasado de $15.000 a $18.000, y el especial del viernes ya esté en $21.000. Tampoco me alejo de la coca, amiga fiel a la que recurro con juicio varias veces a la semana. Pero acepto que también se necesita ayuda, porque ya los días no dan para tanto. Mi mamá es un claro ejemplo de que hay que buscar opciones: para ella corrientazo es mucho, y por eso prefiere lo que consigue congelado y casi listo, pues como vive sola, lo que necesita es practicidad y comer bien.
Entonces, hay que tener esta conversación de comer y pagar con justicia, pero sin politizarla o sacarnos los chiros. Debemos, más bien, pensar que necesitamos poder comer y alimentarnos bien, y recordar la importancia de entender la diferencia, para salirnos de peleas recurrentes, y francamente eternas y aburridas, sobre los impuestos, el azúcar o los enlatados. Hay discusiones que hay que tener, con altura, como esta de los precios de las comidas que nos llegan a la casa para facilitarnos la vida. Siempre se ha dicho que lo barato sale caro, pero hoy, que podemos decir sin titubear que todo está carísimo, no podemos meterle a la ecuación que nos estamos sintiendo estafados. Qué nos cobren lo justo, y cumplan las promesas de valor que nos hacen, pues en muchos casos esas comidas son el lujo que nos damos con mucho esfuerzo.
Esta semana traigo recomendado, y se trata de un lugar que por mucho tiempo ha sido como una parada obligada camino a mi casa: @el_chori_charrua. Fui en medio del Burger Master, y me tocó sí o sí comer hamburguesa, y además una que nunca había probado por prevención, porque tenía pera. Pues quiero decirles que fue monumental. De ahora en adelante, cuál choripán, me quedo con la hamburguesa una y mil veces. Háganle el paseo, hay jardín para niños y perros, y un comedor maravilloso con la parrilla como gran atractivo. La experiencia se completa con cerveza, para bajar la hamburguesa, y un alfajor que nada tiene que envidiarle a los mejores del sur del continente.