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Hemos vuelto a las calles dándolo todo, muchos ya sin tapabocas, y otros aún prudentes con su mascarilla. Pero, en general, se nos ve la cara de felicidad al poder respirar y vernos los dientes, reconociéndonos como realmente somos. No voy a decir que soy de las que sigue guardando todas las medidas de bioseguridad, porque la verdad estaba cansada, y gracias a esto, intento sonreírle a cuanta persona me cruzo por la vida.
Sin embargo, debo reconocer que me ha sorprendido la facilidad con la que las personas hemos aprendido a compartir. En cafés, restaurantes y hasta en la casa, la mesa se ha recompuesto con mucha facilidad, creando espacios donde, sin tener una línea divisoria, el respeto es evidente. Sin duda es un gran avance, pues no es fácil compartir el espacio vital luego de semejante pandemia.
Pasamos de pequeños globos o casitas plásticas, donde con dificultad podíamos siquiera movernos, a recobrar metros cuadrados vitales, tener ventanas abiertas y ver a la gente compartir su comida. Es un alivio para el servicio, para la organización de los restaurantes y para todo lo que implique logística. Las calles cerradas y peatonalizadas, llenas de mesas, me encantan, siento que por fin hay lugares en los que, de alguna manera, la convivencia del espacio de la ciudad es real, y está disponible para transeúntes y comensales.
Muchos crecimos con la popular cama franca de los niños, donde todos cabíamos. De pequeña, la cama franca con primos y los amigos del colegio era un gran plan, y recuerdo que era de las actividades que más me gustaba. Hoy nos está pasando lo mismo con las mesas, y de alguna manera estamos construyendo mesas francas, espacios donde el poder es compartir, construir y hasta recomendarnos los platos es la norma. A estas dos habría que sumarle la ayuda franca y solidaria, esa que tanto se necesita siempre en este país.
Vemos que comienzan a pasar cosas buenas como resultado de este cambio que tuvimos en la pandemia. Poco a poco van resurgiendo antiguos restaurantes, y llegan otros nuevos lugares pequeños que apuestan por el mercado local, panaderías en los barrios que se vuelven el corazón de las reuniones de los vecinos y, por supuesto, las plazas de mercado que empiezan a recobrar su papel fundamental en la vida diaria de las ciudades.
Que dicha volver y volver viendo florecer. Por eso, hoy quiero recomendarles Irreverente (@irreverentebogota), que hace honor a su nombre con todas sus letras. Esto no se debe a que sea un restaurante atípico en su decoración, o a que su diseño se salga de los parámetros convencionales, sino porque su comida es realmente arriesgada, pero llena de sabores, colores y mucha historia en cada plato. Amé encontrar una gran variedad de pescados y mariscos en preparaciones diversas, y que estos no se parecieran entre ellos. Los campeones fueron los tacos de chicharrón de pescado, mientras que los clásicos tacos al pastor, también son de pescado. Otras buenas opciones son los shitake dim sum, que los pediría siempre. Las carnes, por su parte, también están jugosas y muy bien preparadas, y hay unos dumplings de rib eye que no pueden dejar de pedir.
En cuanto a los cócteles, hay que probar el Oaxaca Mule, mientras se disfruta de los tres ambientes que ofrece el lugar, amenizados con buena música, ideales para ver el atardecer o para compartir una noche entre amigos. En serio, vale la pena disfrutar de un goce de los sentidos en Irreverente. Déjense impresionar por sus espumas, aromas, toques de oxígeno y sus colores, e incluso monten una mesa franca. Seguro no se arrepentirán.