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El uso de vías de hecho para hacer solicitudes a los gobernantes, no importa si es a nivel local o nacional, se ha convertido en una constante mundial, olvidando que en muchos casos desconocen los derechos de los afectados en las movilizaciones. Parar es válido y respetable, por supuesto, pero lo que no es entendible es cómo nos permitimos afectar la vida diaria de millones de personas que necesitan sus alimentos, citas médicas, mover sus productos, etc.
El ejemplo más claro de que parar muchas veces no tiene sentido son los ciclos propios del campo. Las vacas no paran de producir leche, pero por cuenta de las movilizaciones, en ocasiones, hemos visto a campesinos de muchas regiones tirarla, pues no hay quién la recoja o lleve a su destino. Las hortalizas tampoco paran su crecimiento, ellas siguen su ciclo acorde a sus tiempos y, si se pasan, los que pierden son los productores, pues no se las recibirán en los mercados.
Y así con todo: vayan y abran su nevera o miren la alacena, y verán que en la cocina los procesos de los productores no paran, y por lo tanto sus pérdidas son inmensas cuando un paro les quita la posibilidad de raíz de vender y entregar sus producciones. Ahora, Colombia nos ha demostrado en varias ocasiones que cuando nos ponemos la camiseta, se vende hasta la suegra, pero que esto no sea necesario por cuenta de un paro.
Eventos como el ‘ñametón’, la venta de papa o yuca en camiones parqueados en avenidas de las ciudades, videos de campesinos vendiendo directamente las canastas de frutas o verduras, o los mercados de productores que se organizan ahora en varias partes nos sirven de termómetro para saber que no podemos parar del todo, y menos jugar con la comida de los colombianos.
Los gastos básicos de la canasta familiar, así como la gasolina, obviamente impactan la vida de todos los ciudadanos, no solo de quienes tienen carro. Los que usamos transporte público, los que despachan sus cosechas, las familias que salen durante de los fines de semana de paseo, y de paso a consumir, los camiones hasta de los trasteos: todos, al final del día, medimos nuestro presupuesto entorno a esos costos que, indirecta o directamente, nos afectan el bolsillo.
Siendo así, vuelve la burra al trigo, como diría mi profesora de matemáticas, y entonces uno se pregunta: ¿se justifica sacrificar el campo, las producciones y seguir con los incrementos en la canasta familiar parando? ¿No será más fácil mantener una dinámica de respeto para con los productores, que ya per se tienen que lidiar con sus costos, las vías y los intermediarios?
No estoy diciendo que debamos parar de cuestionar, ni parar de organizarnos para pedir. Dejar de actuar por momentos, pensando en el beneficio de lo que sentimos que tenemos derecho como ciudadanos, pero que esto no nos haga olvidar que, como lo hemos visto en otros paros, los más afectados somos quienes apostamos por que el país se mueva. Piénselo bien: leche derramada, pollos sacrificados, comida podrida, cultivos que ni siquiera se cosechan por costos, desabastecimiento… Todos estos son escenarios que ya conocemos y hemos vivido, y que no queremos repetir. A veces pasamos mucho tiempo rasgándonos las vestiduras por decisiones que nosotros mismos permitimos, pero que al final del día no nos cobijaban a todos.
Parar para a todos, no a unos cuantos, y se traduce en mayores diferencias sociales, mayores pérdidas en varios sectores, y sigue poniendo en juego el dinamismo de nuestra economía. Pare y piense antes de parar cómo se afecta usted, su entorno y quizás hasta el vecino que, como el resto de los colombianos, está con el cinturón bien apretado.