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Ya está siendo difícil no evidenciar qué hay alimentos que no estamos consiguiendo. La situación pasa por abarrotes, frutas, verduras, cárnicos, lácteos o lo que se les ocurra: los llamados de atención que recibo en mis redes sociales son constantes. Por eso sigo, por tercera vez, profundizando sobre lo que estamos viviendo socarronamente, como haciéndonos los bobos y, lo que es más grave, con poca solución a la vista, porque más que una norma, esto parece ser un acuerdo de minorías hecho adrede.
Y esto nos lleva a que cada uno invente una historia más compleja: que nos parecemos a otros países, que así empezó la debacle, pero no veo a nadie proponiendo soluciones o haciendo veeduría en MinSalud, y ni hablemos en MinCit. Tampoco vale la pena gastar tiempo en teorías de conspiración, como que los aliens se llevaron las semillas porque nadie nunca las cuidó y no sé cuántas más historias épicas. Va uno a ver y, en el caso de nuestras semillas, son bien pocas las organizaciones sociales que se encargan de ellas, de métodos de cultivos y hasta de cultura gastronómica local.
Esta necesidad de quejarnos sin fin y esperar que el vecino sea el que exija es lo que nos tiene jodidos a todos. No es fácil tratar de tener a todos contentos, pero como colombianos sí podríamos hacer un esfuerzo de no tragar entero, porque en una de esas nos atoramos. La comida es un derecho fundamental de todos, y más en niños, niñas y adultos mayores, pero fuera de ver tweets de gente rasgándose las vestiduras, no veo acciones concretas nuevamente.
El foco de esta conversación hoy va más allá de la mantequilla, la mostaza, la salsa soja (que ya conseguí), o del nuevo mercado negro de las redes, donde hasta con un 600% de encarecimiento uno consigue lo que necesite. Va encaminado a exigir en la medida que hagamos. Mi mamá decía que es fácil pedir sin trabajar y es totalmente cierto para todo en la vida. Cuando era chiquita mi labor era estudiar y pasar el año, y agradecí el valor del estudio que me inculcaron.
Pero hoy soy de las primeras que no entienden en qué punto creímos que todo era gratis, regalado y que viene de un recurso infinito. No conozco el primer país del mundo, no sé en otra galaxia, que pueda alimentar de forma completa a todos sus conciudadanos. ¡Que me lo presenten y me retracto! Pero el denominador común de nosotros, como vecinos y amigos, es sencillo: la ley del vivo, que detesto. Y luego sigue la de si yo tengo, qué me importan los demás.
Ya en este punto acuérdense que la excusa de la harina hace unos meses era Ucrania, antes los contenedores. Las solicitudes de algunas redes de ciudadanos están primando por encima del bien común y, sobre todo, de la cocina, que es un oficio que ha evolucionado desde la época rupestre, porque tampoco he aprendido de alguna civilización que haya vivido sin alimentos o agua. ¿Qué sigue? Los empacados, los congelados, los enlatados. No señores, la comida depende de cada uno de nosotros, de sus gustos y preferencias, y de las capacidades que cada familia tenga para alimentarse.
Tengo claro que nunca ha sido lo nuestro pensar como país o defender nuestra cocina. Por el contrario, hablamos de lo pobre que es, de lo mal mezclada, de que no hay nada de lo qué sacar pecho. Y eso es lo más falso que hay en el imaginario colectivo. Pero nos llegó la hora de pensar con un poquito más de inteligencia, de sentido de pertenencia, como colombianos, y no sacar la bandera solo el día que la selección Colombia juega futbol.
Los invito a enviarme qué más ven que se está acabando o desapareciendo, esto tiene mucha tela para cortar. En Instagram y el pajarito @ChefGuty o en Facebook https://www.facebook.com/madamepapita. Tenemos que salvaguardar nuestras raíces, historias y cocinados sin más mentiras.