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“Por favor… así se demore un poquito más”, decía mi abuela segundos antes de que supiéramos que venía un objeto volador no identificado con objetivo personal. Y realmente siento que nunca dejaré de agradecer esa buena educación del “por favor” y “gracias”, en especial con las cosas sencillas del día a día, con lo que aprendo cada día del ser humano y, aún más, con las decisiones complejas de la vida.
Gracias a la reactivación del sector de los restaurantes, poco a poco hemos comenzado a frecuentarlos de nuevo, al igual que algunos cafés y hasta bares. Hay que reconocer que el servicio a la mesa, aunque con algo de miedo, ha mejorado notablemente, y las sonrisas que se evidencian a través de unos ojos brillantes y detrás de un tapabocas son el plato principal de cualquiera de estos lugares. Esperamos con ansias las reservas, salimos arreglados, perfumados y emperifollados, como si fuera una primera gran cita, y el espacio que compartimos en la mesa es un gran momento de amigos o familia, que se reencuentran con su gente y su lugar favorito… Parece un sueño, pero es la nueva realidad.
Igual seguimos pidiendo domicilios, pues todavía no hay mesa pa tanta gente, y es válido cuidarnos y cuidar a quienes nos rodean. Los domicilios continuarán siendo reyes en esta nueva realidad, hasta para el mercado. Y otro gran descubrimiento son los pedidos a las mamás y tías de las amigas, quienes nos brindan comida especial y sabores propios de sus casas, emprendimientos del momento que ayudan a muchos y nos llenan con el calor de sus hogares. Sin embargo, creer que es un cuento de hadas es ridículo. Los problemas acumulados de meses de confinamiento no se solucionan en un par de días de trabajo.
Por eso es fundamental ayudarnos. Aquí es válido un llamado a la cordura a la hora de hacer las reservas y los domicilios. Sepamos bien qué pedimos, valoremos el tiempo y la potencial lavada del motociclista en el aguacero y tengamos en cuenta el trabajo de cada uno de los cocineros que participaron en ese paquete antes de comenzar a publicar comentarios destructivos de estos lugares y sus cocinas. Lo digo porque muchas veces me ha pasado que, con un domicilio de mi lugar favorito, el domiciliario lo batió de tal manera que podría pensarse que era ensalada rusa.
A veces siento que esa frase que con tanta felicidad dijimos varios al principio del confinamiento, esa de que “seríamos mejores seres humanos una vez pudiéramos salir de todo este embrollo”, está cada día más lejos de nuestra realidad. La agresividad, la intolerancia, la falta de escucharnos y la facilidad para prejuzgarnos son algo que desafortunadamente será más difícil de solucionar que un ejercicio de gimnasia financiera. Nadie espera tener que comerse un mal producto o pagar por un mal servicio, pero todos sí esperamos que el buen trato sea lo que reine en esta reactivación donde cada plato y cada entrega están llenos de amor, y es todo un reto de sacrificio.
Lo que más me ha gustado de este nuevo modelo de vida social, lo reconozco como mi preferido, son las cajas mágicas con sus respectivas recetas. Esos domicilios de restaurantes donde venden recetas propias porcionadas y listas para tener una gran noche o almuerzo en casa. Esto garantiza que la calidad de la comida es alta, que hay un buen plan para todos en casa y que la cadena de proveedores se sigue moviendo los días que no hay servicio en los restaurantes.
Por mi parte seguiré en la tarea diaria de hablarnos, convencernos y respetarnos. Nadie nació siendo un ejemplo perfecto de servicio. Por el contrario, el ejemplo es la capacidad de adaptación y supervivencia que hemos aprendido todos en este tiempo, la capacidad de entender que detrás de un producto hay seres humanos haciendo lo mejor de lo mejor para activar sus sectores y mandar mucho amor a sus clientes.