Bueno, aquí vamos de nuevo. Llevamos unos días más compartiendo y aprendiendo a vivir con nuestras familias, encontrando nuevas formas de comunicación válidas, aguantando a los vecinos incómodos y conviviendo con los mensajeros que se han vuelto amigos indispensables para llevar con calma estos días de reflexión. Para hacerme a la idea y tener algo de tranquilidad, decidí cambiarle el nombre al aislamiento porque me sonaba a castigo escuelero, a una esquina solitaria donde nadie lo mira a uno cuando ha hecho necedades. Propongo que desde ahora los llamemos “días de compartir” o “momento para volver a empezar”.
Y es que estos días se han prestado para todo, hasta para retomar las promesas del 31 de diciembre, como las de las 12 uvas. “Vamos a comer sano”, hasta que alguien dice “mejor pizza porque estamos cansados, porque no podemos encima de todo sufrir tanto”. También está el “vamos a hacer ejercicio”, y luego de empezar los primeros días como entrenadores de gimnasios disciplinados, hoy nos sentamos a ver cómo pasa el tiempo y de pronto nos animamos a salir los 30 minutos o lo que nos permiten en nuestras ciudades… Y así sucesivamente vamos armando y desarmando esa pequeña lista mental de promesas.
Quizá la que más atención me ha llamado es la promesa de “no me voy a engordar”. ¿Acaso estos días de estar en casa son sinónimo de comer sin parar? ¡Grave error! Leo y veo memes en todos los chats donde hay chistes y comparaciones salvajes frente a la subida de peso y me dedico a contestar con recetas ricas y saludables a ese desocupado que se burla silenciosamente de quien, por educación, tiene que reírse de su mal chiste. Seamos realistas, ¿tenemos alguna necesidad de sumarle presión a este difícil momento con el tema de que vamos a salir gordos? No le veo sentido.
Por lo contrario, veo fotos de los hijos de mis amigos felices cocinando en familia, rozagantes - como diría mi abuela-, con buen ánimo y siento que, como familias, algo estamos haciendo bien entonces. Faltará tiempo, el que sea necesario, para que cada uno de nosotros le pierda el miedo a la convivencia con el virus, pero sin olvidar que igual tendremos que enfrentarnos de nuevo a la reactivación, que cada uno de nosotros tendrá que volver a salir a trabajar, a llevar a los niños al colegio, pero, por sobre todo, a tenernos confianza en que estamos haciendo las cosas bien para nosotros y para los demás. En el amor nunca sobra mil veces este compartir, este interactuar frente a estar en esa esquina aislada por no querer engordar.
Este espacio nos fortaleció como personas (bueno no a todos, algunos salvajes seguirán siendo salvajes), nos devolvió saberes ancestrales como hacer pan, revivir los postres caseros y hasta compartir recetas con las suegras por Zoom. Han sido días donde la particularidad de las dinámicas nos ha dejado disfrutar, entre risas y lágrimas, de mesas donde el amor y la bondad se han sentado como un comensal más.
Dejen el miedo de amar a través de la comida, de cocinar, de reír alrededor de una preparación. Ya lo dije, no es necesario comer desmedidamente, lo único desmedido acá debe ser que al final todos salgamos más unidos, más llenos de humanidad.
Bueno, aquí vamos de nuevo. Llevamos unos días más compartiendo y aprendiendo a vivir con nuestras familias, encontrando nuevas formas de comunicación válidas, aguantando a los vecinos incómodos y conviviendo con los mensajeros que se han vuelto amigos indispensables para llevar con calma estos días de reflexión. Para hacerme a la idea y tener algo de tranquilidad, decidí cambiarle el nombre al aislamiento porque me sonaba a castigo escuelero, a una esquina solitaria donde nadie lo mira a uno cuando ha hecho necedades. Propongo que desde ahora los llamemos “días de compartir” o “momento para volver a empezar”.
Y es que estos días se han prestado para todo, hasta para retomar las promesas del 31 de diciembre, como las de las 12 uvas. “Vamos a comer sano”, hasta que alguien dice “mejor pizza porque estamos cansados, porque no podemos encima de todo sufrir tanto”. También está el “vamos a hacer ejercicio”, y luego de empezar los primeros días como entrenadores de gimnasios disciplinados, hoy nos sentamos a ver cómo pasa el tiempo y de pronto nos animamos a salir los 30 minutos o lo que nos permiten en nuestras ciudades… Y así sucesivamente vamos armando y desarmando esa pequeña lista mental de promesas.
Quizá la que más atención me ha llamado es la promesa de “no me voy a engordar”. ¿Acaso estos días de estar en casa son sinónimo de comer sin parar? ¡Grave error! Leo y veo memes en todos los chats donde hay chistes y comparaciones salvajes frente a la subida de peso y me dedico a contestar con recetas ricas y saludables a ese desocupado que se burla silenciosamente de quien, por educación, tiene que reírse de su mal chiste. Seamos realistas, ¿tenemos alguna necesidad de sumarle presión a este difícil momento con el tema de que vamos a salir gordos? No le veo sentido.
Por lo contrario, veo fotos de los hijos de mis amigos felices cocinando en familia, rozagantes - como diría mi abuela-, con buen ánimo y siento que, como familias, algo estamos haciendo bien entonces. Faltará tiempo, el que sea necesario, para que cada uno de nosotros le pierda el miedo a la convivencia con el virus, pero sin olvidar que igual tendremos que enfrentarnos de nuevo a la reactivación, que cada uno de nosotros tendrá que volver a salir a trabajar, a llevar a los niños al colegio, pero, por sobre todo, a tenernos confianza en que estamos haciendo las cosas bien para nosotros y para los demás. En el amor nunca sobra mil veces este compartir, este interactuar frente a estar en esa esquina aislada por no querer engordar.
Este espacio nos fortaleció como personas (bueno no a todos, algunos salvajes seguirán siendo salvajes), nos devolvió saberes ancestrales como hacer pan, revivir los postres caseros y hasta compartir recetas con las suegras por Zoom. Han sido días donde la particularidad de las dinámicas nos ha dejado disfrutar, entre risas y lágrimas, de mesas donde el amor y la bondad se han sentado como un comensal más.
Dejen el miedo de amar a través de la comida, de cocinar, de reír alrededor de una preparación. Ya lo dije, no es necesario comer desmedidamente, lo único desmedido acá debe ser que al final todos salgamos más unidos, más llenos de humanidad.