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La química es una de las ciencias que más me apasionan en la vida, y eso que la detestaba en el colegio gracias a un profesor que se encarnizaba en el desarrollo de las cadenas y sus interpretaciones (alias “malos dibujos”). La química orgánica es entender qué es eso de que las moléculas contienen carbono; ese tenebroso término de “la masa” y sus alteraciones, cómo reaccionan en la vida diaria todos esos componentes y, por supuesto, cómo la química se vuelve parte básica de la cocina a través de carbohidratos, lípidos, proteínas, ácidos y un sinfín más de componentes.
La química también es esa mezcla maravillosa que se desencadena en los sentidos del cuerpo cada vez que un bocado, un olor o una imagen toca nuestra memoria. Es ese momento donde la dicha nos invade y decidimos comernos todo, muchas veces rememorando a la abuela, la mamá o la suegra, y claro está, mantener esa receta con nosotros no solo en la memoria. A veces es tan fuerte que pedimos que nos la anoten. La química no es el coco del colegio; la química es el arma favorita de la creatividad, una muy necesaria en la cocina.
Sin embargo, hay que entender que todo tiene límites. Esta semana hice varias preguntas luego de ver cómo lapidaban en redes a alguien que no entendía cómo se rellena el borde de una pizza con bocadillo y queso, algo que yo aún tampoco entiendo, pues la pizza es pizza, no un retazo de ingenios. Entonces caí en cuenta: en nombre de la creatividad se están haciendo aberraciones casi que inexplicables.
Todo esto me hizo recordar que, hace poco más de un año, escribí sobre estas modas pavorosas de redes sociales donde la comida se vuelve un actor más de las estupideces del diario vivir. Bolsas de chips rellenas de salsas, toppings, tope máximo de ají y que se comen en contra de un tiempo específico, sin importar nada. Seguimos viendo ahora la fácil: picar, juntar, aderezar y servir; eso pasa con la pasta, los sándwiches y ahora hasta con las sopas. La cocina da para todo, pero hay determinadas situaciones básicas que, realmente, no se logran entender. Comer por comer ya no es una necesidad ni una gracia de ningún adulto que le meta tres puntos de inteligencia, más aún cuando vemos la situación de varias comunidades que pasan hambre en el mundo.
Hace unos años nos jalábamos los pelos con la deconstrucción de un ajiaco y una bandeja paisa, pero hoy veo que ese era el menor de nuestros problemas. Ahora el mal de las redes nos lleva no solo a ver estupideces, sino a un nivel de desperdicios nunca antes visto. Tener que encajar en las tendencias generalmente no lleva nada bueno, pues es esa diferencia la que hace que la química con la comida suceda.
Para muchos de nosotros comer es sinónimo de historia, placer, conquista, familia, además de ser una función natural necesaria, obviamente. La química tiene un parte fundamental en ese proceso sencillo que nos reúne en torno a una comida, pero que nos distancia entre la pendejada de las tendencias y la realidad del bolsillo. A mí no me comen a cuento con un croissant relleno de galleta de 60.000 pesos, pues no hay nada más imponente que un buen croissant esponjoso, suave y que, en el fondo, tenga su buen sabor a mantequilla.
No podemos seguir sumergidos en los retos, juegos o tendencias que a todas luces lo único que fomentan es la desidia, el desperdicio y estupidez general. La química es el principio básico de la alimentación; por ende, ser creativos es necesario desde la lógica, no desde la ilógica racionalidad de la moda.
Último hervor: Esta semana, el último hervor va dedicado a ustedes, los lectores, que me han acompañado en este espacio que el próximo lunes cumple ocho años. Gracias por haber hecho de este pequeño refugio una gran mesa franca, como esas que tanto disfrutamos. Gracias también a El Espectador, a su director y al equipo de Opinión, por el respeto y la oportunidad de decir lo que me nace. Gracias por todos los comentarios, regaños, recuerdos, reclamos y anécdotas que me comparten y que me dejan más llenita y satisfecha que la mejor de las sopas calientes. Con su lectura me han hecho crecer, me han acompañado en las buenas y en las malas, en algunas incluso que no quisiera recordar ni repetir, y que han sido más llevaderas al saberlos mis comensales cada semana. Espero que disfruten de estos contenidos tanto como yo haciéndolos, pues estamos elaborando una receta irrepetible, que espero deje a todos con la barriga llena y el corazón contento, como vivo yo.