Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Todos sabemos lo deliciosos que son esos frijoles refritos bien picosos, o los huevos fritos pasados de tostados, con la salsita de cebolla, tomate, pimentón y algo de mantequilla o, mejor aún, ese calentado refrito con todo lo que quedó del fin de semana. Refrito es una palabra que aplica para muchas cosas: por ejemplo, es el momento del tostado de más que nos encanta a la hora de comer y, también, desafortunadamente es esa gente sin creatividad, con ganas de pelear, y que busca engancharse en conflictos por todo y sobre todo, en redes sociales.
En la cocina, los refritos mexicanos son una máxima a la hora de pensar en un plato azteca. En esto existen recetas como mexicanos hay en el mundo. Eso sí, lo fundamental son los frijoles, la manteca, ojalá de cerdo según me enseñaron, y el chile que uno quiera ponerle. Hay gente más lanzada, que aplican hasta lata de frijoles listos para salvarse de la remojada, y van directo a la licuadora, y de ahí empiezan a arreglarlos. Me gustan más machacados que licuados, con cebolla sofrita, manteca de cerdo y queso fresco para decorar.
Es comida sencilla, pero llena de tradición y sabor, donde cada uno de los que cocinamos podemos crear y modificar sin que la historia de la gastronomía estalle. Lo cierto es que es una receta que pasó de familia en familia, sin saber cómo ni de quién, pero es la base de la dicha de cualquier taco, carnita, tortilla, pollo, tamal o lo que quieran acompañar con esta delicia de guarnición.
Algo similar nos pasa aquí en Colombia. No hay mejor calentado que el que lleva frijoles del día anterior, o desayuno con arepa paisa con una cucharadita de frijoles refritos. Y bueno, ya entrados en gastos, ni hablemos de una buena bandeja paisa que, con permiso de todos, es un plato de campeonato para quienes disfrutamos de semejante manjar.
Los frijoles, como las lentejas, los garbanzos y la arveja, son productos que los colombianos comemos mucho, tenemos historias y recetas en cada casa y, generalmente, son considerados muy alimenticios. Además, tienen un costo asequible para la gente. Sin embargo, yendo y viniendo, he estado viendo que en Colombia, la siembra de varios de estos granos ya no es rentable por muchos motivos que todos conocemos, lo que ha llevado a que estos productos ahora sean mayoritariamente importados.
No estamos para discutir políticas agropecuarias, porque disto mucho de la técnica de descabezar y pelear para ser catalogada como un gran espacio de discusión. Aquí eso no pegó. Pero, por el contrario, sí estoy para seguir insistiendo, como colombiana interesada, en empujar nuestro campo.
Vivimos una situación similar a los granos con el ajo, la cebolla larga y algunas frutas. Y no podemos menos que preocuparnos. La justificación no puede seguir siendo que importar es más barato que invertir en nuestro país, y sobre todo en el campo. Claramente el bolsillo está afectado por los precios que suben y no vuelven a bajar, pero ya es hora de pensar un poco en lo propio, y movilizarnos frente a lo que cada uno puede hacer desde la facilidad de su hogar. Leer etiquetas, buscar el mercado directo de plazas o carros, visitar los municipios productores para acceder a mayor información e investigación, y buscar distribuidores locales sin tanta aplicación de celular.
Aparte de mi mamá, que no puede por cuestiones de salud, no creo que haya mucha gente en Colombia que no pueda comer lentejas o frijoles. De hecho, somos muchísimos los que dependemos dos y hasta tres veces a la semana de la dicha de poder comer un plato que lleve algún grano. Se trata, como siempre, de voluntad, creatividad y apoyar lo nuestro.
Lo bueno es que siempre habrá opciones. Revisen en @muchocol todas las referencias deliciosas de mercado que llegan a todos los rincones del país, como ellos mismo dicen, para apostarle al grano, y hagan un poco más que necesitan, pal calentao del día siguiente, o el refrito que nunca falla.