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Sabroso. Sin duda una gran palabra, pero, como todo, terminó en la lista de las innombrables, por asociaciones pendejas de términos que se pusieron a hacer. Sin embargo, es una de las palabras que mejor puede resumir un plato de comida. Sabroso no solo hace referencia a uno que nos gusta, es una confluencia de saborear, sentir y disfrutar esas preparaciones que, en muchos casos, nos llegan al corazón y a la memoria. Ese plato sabroso suele ser una comida que llena el alma y el corazón, y que se disfruta con mucha pasión.
Tristemente, siento que rara vez nos pasa eso con lo que comemos, porque en los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a la velocidad de la vida, a comer lo que nos dan o a destapar la lata que tenemos. Y es que sabroso también es ese tiempo que nos tomamos a la hora de preparar nuestros alimentos, y entender que lo que nos llevamos a la boca es más que un acto mecánico.
Por eso creo que volver a lo sencillo es básico en un tiempo de cambio: volver a las panaderías, a las “verdulerías”, a esos espacios de barrio donde se construye comunidad. Eso es lo que ha venido pasando en Chapinero. Una reorganización, una toma del espacio y unos vecinos que conviven entre el desarrollo y la cultura, a los que se une un fortalecido sector gastronómico, que es flexible y lleno de opciones para todos los gustos y bolsillos.
Chapinero se ha convertido en algo así como un microhábitat maravilloso donde todo hace la vida más fácil y sabrosa: desde el mercado justo, las tiendas, los restaurantes, panaderías y heladerías, hasta los anticuarios y las costureras. Chapinero conserva ese “no sé qué, no sé dónde” que hace que, sin importar donde uno camine, se topa con casas y edificios que aún evocan esa época de la Bogotá menos acelerada.
Y, al parecer, no soy la única que ha venido sintiendo este extraño enamoramiento por Chapinero. Sin proponérmelo ni esperarlo, en Instagram me apareció un recomendado, de esos automáticos que nos “regalan”, con el nombre @distrito_ch, que dice “únete al distrito más chimbita de Bta”. Y, para ser prácticos, eso es lo que pienso, pues es un distrito sin pretensiones, donde todos cabemos y donde la oferta de servicios, actividades y ventas llena el corazón.
Chapinero es ese limbo donde algunas generaciones pensamos en los abuelos, pues muchos vivieron ahí por décadas. Otros añoramos la ciudad que tenía casas, y todos disfrutamos, o deberíamos hacerlo, de restaurantes, mercaditos, áreas comunes y mucha actividad en la noche. Este fenómeno no es solo de Chapinero, tengo que reconocerlo. Usaquén trabaja duro, y hay otras tantas localidades con propuestas interesantes, pero destaco a Chapinero pues por ahí paso a diario, y entonces veo como lentamente se construye tejido social.
Así que la invitación, más allá de lo que les pueda decir, es a que vayan y se regalen la oportunidad de caminar, conocer, probar y, de alguna forma, dar paso a esa sabrosura que tenemos todos, que ahora parece reunida en Distrito Chapinero. Esta es una opción para reconocernos y disfrutar de esas actividades “de barrio” que hemos venido perdiendo. Algo está pasando en Chapinero, lo sabemos todos, hasta Claudia López, quien pasó un día de esta semana recorriendo los diferentes espacios de la localidad. Durante todo el año se ve información sobre momentos para compartir, los colegios hacen actividad social con los menos favorecidos, y hay más de un negocio que merece una oportunidad en la comunidad.
Sabroso, sabrosura o sabrosón, todos son adjetivos que merecen la pena para Bogotá, para darle una oportunidad y un respiro a la ciudad, sin dejar de lado los serios problemas de inseguridad, inequidad y, hay que decirlo, algo de olvido de todos los que habitamos en ella.