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Creo que el título de este escrito es la mejor definición para cualquier proyecto que requiere de una gran ingeniería para conectar dos puntos de luz. Hoy no solo se pone en funcionamiento el tan anhelado túnel de La Línea, donde la frase “gracias a Dios” cobra todo sentido, y gracias al compromiso de más de 6.000 trabajadores que por más de una década pusieron su tesón y conocimiento al servicio de la construcción. Además, cumplimos la primera semana de estar saliendo de nuevo a la calle, a vivir esta realidad de tapabocas, alcohol y distanciamiento responsable. Durante mucho tiempo las noticias no fueron alentadoras, pero esta semana se me salía el corazón cada vez que veía a las familias reencontrarse en los aeropuertos y terminales, a los abuelos que conocían a sus nietos, a los meseros que volvían a los restaurantes a poner orden y dar vida a los locales. También, claramente, al oír a los dueños de restaurantes, tiendas, plazas y hasta los de la panadería confiar en que encontraron esa salida para reabrir sus proyectos.
Como ven, todo nos lleva de nuevo a que los colombianos somos unos verracos. No solo perforamos una cordillera para acortar camino, sino que después de meses de domicilios y rebuscar para poder pagar sueldos e insumos, se pudieron abrir algunos locales con nuevos horarios, formas de atención y, claro está, reglas de juego. Unas que nos invitan a exigirnos, a ver en el entorno al otro que está cerca y saber, de antemano, que todo lo bueno o malo que hagamos como comensales impacta al resto de los humanos a nuestro alrededor y además pone en juego la licencia de apertura.
“Vimos la luz al final del túnel…”. Mi corazón colombiano, acostumbrado a esperar, se llena hoy de felicidad al ver cómo sí se pueden tener glorias más allá de las adversidades. Muchos cocineros han tenido que usar la creatividad y pensar su negocio de una forma distinta, además de reinventarnos todos como seres humanos. Después de ver que han cerrado tantos locales, llegó el primer fin de semana de sonreírle al cliente, y que este pueda saborear las delicias que tanto extrañó.
El desafío es igual de grande tras 11 años de construcción de esta obra de ingeniería colombiana que une a Quindío con Tolima, pues debemos comportarnos casi sin emociones, sin abrazos y sin compartir platos o trago. Será una tarea titánica, pero es cuestión de convencernos de que no es solo por el egoísmo propio de querer salir, sino por el compromiso con Colombia que tenemos todos.
Retomando los proyectos que han sido exitosos durante este periodo de pandemia, quiero invitarlos a conocer @nacoalitaytaco, una propuesta ecléctica de comida rápida. Naco junta dos antojos que nunca había visto emparejados: alitas y tacos. Esta fusión, que puede parecer un viejo conocido tex-mex en un principio, termina sorprendiendo por la forma en que ambos platos se complementan. Es una muy buena experiencia donde los sabores enamoran y los precios son razonables.
En Naco son tres socios, dos hermanos y un amigo de infancia (abogado, cineasta y ejecutivo de mercadeo), y los une el amor profundo por los buenos tacos y la pasión desmedida por las alitas bien preparadas. Sabor, picante y mucha paciencia para salir adelante es lo que ha mantenido este restaurante abierto. Por obvias razones, las alitas con salsa búfalo y la sopa de tortilla son mis preferidas. Sin embargo, tienen más de seis tipos de salsas y tres tipos de tacos para dar y convidar.