Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El que no ha pasado por una tusa trifásica no está en nada. Ese momento perfecto en el cual uno termina con quien cree que es el amor de su vida, y decide ahogar sus penas en la comida. Para bien o para mal, es cuando decidimos comernos hasta las migas porque estamos eternamente hambrientos o decidimos dejarnos morir de inanición porque no se puede ni pensar. Tenemos que tener claro que las lipotusas no son para todas las personas, para algunos son solo mitos.
Las fases son claramente identificables en este proceso, que a diferencia de comerse un súper sancocho trifásico bajado con una bandeja paisa en nombre del amor, es mucho más profundo y visceral. Después del llanto, las atragantadas de comida, las rascas justificadas y el guayabo pomarroso en el nombre del desamor, comienza la fase de cómo me alimento para “mejorarme”. Claro está que esa es la justificación para estar "repuestico", como dicen las abuelas, porque todos llegamos a la conclusión de que esa relación nos dejó acabados. Aquí es donde se aplica la célebre frase que también se aplica en el amor, “enfermo que come no tiene peligro de morir”, porque déjenme decirles que esto debería ser una enfermedad claramente tipificada.
La segunda fase del trifásico empieza con la justificación de dejar de comerse hasta el pegao para comenzar a cuidarse, a invertir tiempo en el gimnasio y tomar consciencia de que es el momento de cobrarle todo a la dieta, porque ya en este punto hay que lograr recuperarse y entrar nuevamente al mercado de los solteros, al "mercado del usado". Y aquí va el dicho perfecto para esta etapa, “la tusas es mejor sudarlas que llorarlas”. Aquí todo es a la inversa, se empiezan mil dietas que nunca se terminan, largas horas de gimnasio que acaban, los fines de semana, en las rumbas de levante y claramente la tusa es cada día menos evidente y más controlada la chillada. Ya las ensaladas, sopas, jugos detox y la dieta del tomate son los argumentos evangelizadores para poder sobrellevar esa entrada al ruedo del amor.
Lo maravilloso de la última fase de la tusa es el reenamoramiento propio y del siguiente amor de la vida, es soltarse y volver a enamorarse de la comida y del levante. Invitaciones vienen y van, comidita aquí y allá, que desembocan lentamente en esa deliciosa conquista que desde el estómago garantiza el éxito del corazón.
Las abuelas eran sabias al decirnos que barriga llena, corazón contento. Uno sabe que sobrevivió a la tusa trifásica cuando logra ese exquisito punto de comer y comerse lo que uno de verdad quiere y le llena. A mí sí no me da pena decir que es el punto más delicioso, el saber que esa tusa es el motivo para reinventarse en la comida, la cama y la vida.
En términos de cocina, uno no puede demeritar las tusas, son la columna vertebral que la naturaleza le dio a mis amadas mazorcas. Mazorca bien asada, con queso y chile o de acompañamiento del sancocho trifásico o el ajiaco. Pero las tusas son sagradas en la cocina colombiana como en los desamores modernos.
Les recomiendo para este fin de semana un par de restaurantes en Bogotá.
Osaka: Mi debilidad la comida peruana y la perdición la nikkei (cocina japonesa-peruana). Así que para mi es quizás de los mejores restaurantes que hay hoy en Bogotá. El ideal, compartir al centro de la mesa varios platos pues es una carta amplia y llena de sabores y texturas. Me saboreo aún una robata de vegetales; la humita con una fina salsa criolla que sirve de acompañamiento a una deliciosa robata de pollo y el pulpo a la parrilla con puré de yuca. Fundamental hacer reserva o disfrutar del bar.
Di Lucca: Se ha convertido en un referente en la ciudad por sus pastas y antipastos. Un restaurante italiano que realmente es una delicia visitar pues sus productos siempre frescos garantizan una buena comida. Para mí sigue siendo campeona la lasagna tradicional y los raviolis de alcachofa. Es necesario pecar y comerse una galleta de chips de chocolate.