Ya ustedes me conocen y saben que la sabrosura es lo de estos huesitos y estas carnitas, la “gozadera culinaria”. Y en ese sentido, la búsqueda de buenas alternativas de comer rico, de cocinar con placer y apreciar lo que llega a nuestras alacenas siempre será lo mío. Por eso, para mí cada mercado es como soltar a un niño en una juguetería, cada cultivador es mi nuevo guía gastronómico, y cada negocio y emprendimiento se convierte en un gana-gana entre mi paladar y quien lo trae a mi mesa, que suele agrandarse gracias a todos los seres que se alimentan en mi extendido hogar.
Los colombianos nos acomodamos a lo que la tierra nos da, y gracias a esa apertura de mente y de estómago, cada cierto tiempo descubrimos cosas que podemos cultivar y consumir, productos que antes no nos imaginábamos que pudiéramos cocinar, llevar a la boca o reempacar para compartir. Últimamente nos encanta saquen de la vaina muchos productos que vienen en su empaque ancestral, para evitarnos la vaina de pelar y acomodar, perdiendo parte de su mística y su valor terrenal.
La vaina es más sencilla que una simple pelea por quién tuvo la culpa con la comida y con el mercado, pues tenemos que hacernos responsables todos por lo que el campo produce. Ya es hora de tomar conciencia de que no hay nada mejor que respetar el medioambiente y los empaques originales. Las que más han llevado del bulto con estos nuevos modos de empacar tan antisépticos, pero tan poco amables con la naturaleza, son precisamente las variedades de verduras de vaina, las deliciosas habas que nunca faltan en mi casa para las sopas, los guisantes o arvejas (que guisadas en leche son mi adoración), y hasta las habichuelas que he llegado a verlas peladas y desmembradas como si fueran arroz.
Yo les pido a los dueños de los supermercados, puestos de plazas y tiendas que dejen de usar tanto plástico al empacarlas, picarlas y desgranarlas, pues además esta práctica, en tiempos de pandemia, puede resultar no tan sabrosa de manipular. Dejemos que lo que venga del campo, luego de una lavada, llegue más puro a nuestras mesas.
Todas estas vainas, más las nuevas que llegan, como judías, guisantes, tirabeques o bisaltos, siempre me han encantado por su dulce sabor, apenas para salteados de verduras que, con pollo o cualquier carne y buenos aliños orientales, son un almuerzo rápido y perfecto, junto a mi infaltable arroz. Todo esto, además, rinde mucho cuando, como dice mi mamá, donde comen dos comen seis, como ocurre ahora en tiempos de unidad familiar, de ayudarnos con la casa familiar que esté afrontando temas de falta de recursos, o cuando alguien cae en manos del Covid y hay que apoyarlos a todos a la hora de alimentarse.
La vaina es que el campo no es que esté de moda, no necesita momentos de fama en las redes sociales. El campo necesita estrategia, números, fondos y, sobre todo, capacitación para mantener las cosechas y fortalecer nuestros productos propios. Volver a esos momentos donde nos reencontramos, por ejemplo, con las papas nativas, con los cubios y hasta las hibias; y así cada una de las tendencias que hemos venido viviendo. El campo necesita compradores que vuelvan al negocio directo, y por redes sociales sí que hay opciones. Ayudemos todos, pues ¡ni de vainas vamos a dejar que se nos friegue nuestro campo!
Ya ustedes me conocen y saben que la sabrosura es lo de estos huesitos y estas carnitas, la “gozadera culinaria”. Y en ese sentido, la búsqueda de buenas alternativas de comer rico, de cocinar con placer y apreciar lo que llega a nuestras alacenas siempre será lo mío. Por eso, para mí cada mercado es como soltar a un niño en una juguetería, cada cultivador es mi nuevo guía gastronómico, y cada negocio y emprendimiento se convierte en un gana-gana entre mi paladar y quien lo trae a mi mesa, que suele agrandarse gracias a todos los seres que se alimentan en mi extendido hogar.
Los colombianos nos acomodamos a lo que la tierra nos da, y gracias a esa apertura de mente y de estómago, cada cierto tiempo descubrimos cosas que podemos cultivar y consumir, productos que antes no nos imaginábamos que pudiéramos cocinar, llevar a la boca o reempacar para compartir. Últimamente nos encanta saquen de la vaina muchos productos que vienen en su empaque ancestral, para evitarnos la vaina de pelar y acomodar, perdiendo parte de su mística y su valor terrenal.
La vaina es más sencilla que una simple pelea por quién tuvo la culpa con la comida y con el mercado, pues tenemos que hacernos responsables todos por lo que el campo produce. Ya es hora de tomar conciencia de que no hay nada mejor que respetar el medioambiente y los empaques originales. Las que más han llevado del bulto con estos nuevos modos de empacar tan antisépticos, pero tan poco amables con la naturaleza, son precisamente las variedades de verduras de vaina, las deliciosas habas que nunca faltan en mi casa para las sopas, los guisantes o arvejas (que guisadas en leche son mi adoración), y hasta las habichuelas que he llegado a verlas peladas y desmembradas como si fueran arroz.
Yo les pido a los dueños de los supermercados, puestos de plazas y tiendas que dejen de usar tanto plástico al empacarlas, picarlas y desgranarlas, pues además esta práctica, en tiempos de pandemia, puede resultar no tan sabrosa de manipular. Dejemos que lo que venga del campo, luego de una lavada, llegue más puro a nuestras mesas.
Todas estas vainas, más las nuevas que llegan, como judías, guisantes, tirabeques o bisaltos, siempre me han encantado por su dulce sabor, apenas para salteados de verduras que, con pollo o cualquier carne y buenos aliños orientales, son un almuerzo rápido y perfecto, junto a mi infaltable arroz. Todo esto, además, rinde mucho cuando, como dice mi mamá, donde comen dos comen seis, como ocurre ahora en tiempos de unidad familiar, de ayudarnos con la casa familiar que esté afrontando temas de falta de recursos, o cuando alguien cae en manos del Covid y hay que apoyarlos a todos a la hora de alimentarse.
La vaina es que el campo no es que esté de moda, no necesita momentos de fama en las redes sociales. El campo necesita estrategia, números, fondos y, sobre todo, capacitación para mantener las cosechas y fortalecer nuestros productos propios. Volver a esos momentos donde nos reencontramos, por ejemplo, con las papas nativas, con los cubios y hasta las hibias; y así cada una de las tendencias que hemos venido viviendo. El campo necesita compradores que vuelvan al negocio directo, y por redes sociales sí que hay opciones. Ayudemos todos, pues ¡ni de vainas vamos a dejar que se nos friegue nuestro campo!