Uno de los placeres infinitos en mi vida es caminar por horas por las calles de cuanto pueblo y país visito. Amo España por eso, pues cada comunidad, cada ciudad, cada pequeño pueblo, está diseñado histórica y sabiamente para que el visitante se pueda perder felizmente entre calles, plazas y esquinas, visitando infinidad de locales llenos de sabor y color. Estuve hace algunos días en la hermosa Madrid, a la que no en vano llaman la capital de Colombia en Europa. Debo reconocer que el apelativo me pareció un poco exagerado cuando me lo contaron, pero lo cierto es que en todas partes encontraba un paisano que respiraba colombianidad y que se convertía en el mejor guía de tips y buenas recomendaciones para cada paseo. Gracias por ser tan buenos anfitriones en su segunda patria, mis queridos coterráneos.
Gracias también a la hermana de una amiga y a su pareja, quienes viven hace años en la ciudad, pude pasear y conocer los vericuetos de los barrios de Las Letras, Malasaña y Chueca, tomar las más ricas cervezas (o cañitas, como las llaman allá) en pequeños restaurantes, y encontrar ricos tapeos entre tiendas de cómics, de arte urbano y mercadillos de artistas locales. Todo un placer cuando lo haces con los ojos de quien ha vivido y respirado por años un lugar, y que con certeza de GPS suben y bajan, entran a lugares y te muestran como vive, siente y goza un local.
Mi mayor placer en este viaje, gracias a varias recomendaciones y uno que otro amigo conspirador y hasta celestino, fue descubrir tres espectaculares terrazas de la ciudad, donde aparte de la gran vista, sorprendentemente encontré excelente comida y un ambiente increíble, bastante alejado de la postal de la castañuela y el pasodoble.
Si lo que quieren es un café o una buena pizza, tienen que ir a la terraza Palacio Cibeles (@palaciodecibeles), la cual amé visitar. Está ubicada en una edificación icónica de Madrid, donde funciona el ayuntamiento y un centro cultural que siempre tiene sorprendentes exposiciones. Les juro que es un placer absoluto sentarse ahí a ver la Gran Vía, llena de luces y rodeada de grandes edificios, y admirar a la Diosa de Cibeles con su majestuoso carruaje y fuente, con el movimiento de una calle histórica de la ciudad.
La que me sorprendió en esta ocasión fue la terraza Azotea (@azoteadelcirculo) del Círculo de Bellas Artes, ya que su comida estaba increíble y la música inigualable. Bien sea con una cerveza o un cóctel, la noche está garantizada gracias a un ambiente animado que descresta a todo el que va, pues es una mezcla perfecta entre la vista, la buena comida del menú diseñado por Manú Berganza, y esa magia del lugar. Como buena colombiana, me deshice en la delicia de unos chicharrones crocantes que, obviamente, no se llaman así: son los “Torreznos de Soria” crujientes. Aunque no soy muy fan de las croquetas, las de esta terraza estaban en su punto de cremosidad y buen jamón, y no se pierdan las gambas con pil pil de ajillo.
Para cerrar con broche de oro, o como diría mi abuela, la cereza del pastel: Picalagartos (@picalagartos) un sky bar y restaurante donde se puede ver el mejor atardecer de Madrid en 360 grados. Después de tanto picar por las calles de la ciudad, me sentí acá comiendo como la mismísima reina de España, en un ambiente moderno, con buena música y un servicio impecable. La noche termina con una rumba deliciosa, muy animada y biosegura, en lo más alto de esta azotea, que tiene dos pisos. Los interesados la encuentran en el hotel NH Collection de Gran Vía. Necesita reserva porque es uno de los lugares más apetecidos de locales y turistas, y de verdad si que lo vale. Gracias, Pablo: un anfitrión no solo de Picalagartos sino de todo lo que se les ocurra preguntar.
Madrid es, sin lugar a duda, el segundo hogar de muchísimos compatriotas. Su sonrisa cuando uno les dice y el acento es colombiano le llena a uno el corazón, y nos deja claro que la templanza y el buen trabajo de la mayoría nos abre caminos en cualquier lugar.
Uno de los placeres infinitos en mi vida es caminar por horas por las calles de cuanto pueblo y país visito. Amo España por eso, pues cada comunidad, cada ciudad, cada pequeño pueblo, está diseñado histórica y sabiamente para que el visitante se pueda perder felizmente entre calles, plazas y esquinas, visitando infinidad de locales llenos de sabor y color. Estuve hace algunos días en la hermosa Madrid, a la que no en vano llaman la capital de Colombia en Europa. Debo reconocer que el apelativo me pareció un poco exagerado cuando me lo contaron, pero lo cierto es que en todas partes encontraba un paisano que respiraba colombianidad y que se convertía en el mejor guía de tips y buenas recomendaciones para cada paseo. Gracias por ser tan buenos anfitriones en su segunda patria, mis queridos coterráneos.
Gracias también a la hermana de una amiga y a su pareja, quienes viven hace años en la ciudad, pude pasear y conocer los vericuetos de los barrios de Las Letras, Malasaña y Chueca, tomar las más ricas cervezas (o cañitas, como las llaman allá) en pequeños restaurantes, y encontrar ricos tapeos entre tiendas de cómics, de arte urbano y mercadillos de artistas locales. Todo un placer cuando lo haces con los ojos de quien ha vivido y respirado por años un lugar, y que con certeza de GPS suben y bajan, entran a lugares y te muestran como vive, siente y goza un local.
Mi mayor placer en este viaje, gracias a varias recomendaciones y uno que otro amigo conspirador y hasta celestino, fue descubrir tres espectaculares terrazas de la ciudad, donde aparte de la gran vista, sorprendentemente encontré excelente comida y un ambiente increíble, bastante alejado de la postal de la castañuela y el pasodoble.
Si lo que quieren es un café o una buena pizza, tienen que ir a la terraza Palacio Cibeles (@palaciodecibeles), la cual amé visitar. Está ubicada en una edificación icónica de Madrid, donde funciona el ayuntamiento y un centro cultural que siempre tiene sorprendentes exposiciones. Les juro que es un placer absoluto sentarse ahí a ver la Gran Vía, llena de luces y rodeada de grandes edificios, y admirar a la Diosa de Cibeles con su majestuoso carruaje y fuente, con el movimiento de una calle histórica de la ciudad.
La que me sorprendió en esta ocasión fue la terraza Azotea (@azoteadelcirculo) del Círculo de Bellas Artes, ya que su comida estaba increíble y la música inigualable. Bien sea con una cerveza o un cóctel, la noche está garantizada gracias a un ambiente animado que descresta a todo el que va, pues es una mezcla perfecta entre la vista, la buena comida del menú diseñado por Manú Berganza, y esa magia del lugar. Como buena colombiana, me deshice en la delicia de unos chicharrones crocantes que, obviamente, no se llaman así: son los “Torreznos de Soria” crujientes. Aunque no soy muy fan de las croquetas, las de esta terraza estaban en su punto de cremosidad y buen jamón, y no se pierdan las gambas con pil pil de ajillo.
Para cerrar con broche de oro, o como diría mi abuela, la cereza del pastel: Picalagartos (@picalagartos) un sky bar y restaurante donde se puede ver el mejor atardecer de Madrid en 360 grados. Después de tanto picar por las calles de la ciudad, me sentí acá comiendo como la mismísima reina de España, en un ambiente moderno, con buena música y un servicio impecable. La noche termina con una rumba deliciosa, muy animada y biosegura, en lo más alto de esta azotea, que tiene dos pisos. Los interesados la encuentran en el hotel NH Collection de Gran Vía. Necesita reserva porque es uno de los lugares más apetecidos de locales y turistas, y de verdad si que lo vale. Gracias, Pablo: un anfitrión no solo de Picalagartos sino de todo lo que se les ocurra preguntar.
Madrid es, sin lugar a duda, el segundo hogar de muchísimos compatriotas. Su sonrisa cuando uno les dice y el acento es colombiano le llena a uno el corazón, y nos deja claro que la templanza y el buen trabajo de la mayoría nos abre caminos en cualquier lugar.