Hay días donde el realismo mágico colombiano supera la ficción. Es increíble ver cómo las redes sociales se han llenado de “verdades reveladas”, y no hablamos propiamente de un dogma de fe. Por el contrario, cada historia que se teje frente a la alimentación, la producción y el abastecimiento nacional, parece un capítulo del Chapulín Colorado, donde se repite constantemente su famoso “no contaban con mi astucia”. Lo peor es que logran crear y hacer creer historias fantásticas a punta de mentiras.
La inflación y su afectación en la canasta familiar y las economías caseras son algo de no creer, al punto que vemos considerables aumentos en los alimentos que más consumimos los colombianos: café, leche, arroz, pan y hasta los huevos. “Que no panda el cúnico”, dirán algunos. Otros dirán que soy fatalista, pues todo está perfecto. Lo cierto es que no podemos seguir haciéndonos los de la vista gorda, porque la verdad estamos pasando más bien por las vacas flacas, y bien flacas sí están.
Esta situación va mucho más allá de alianzas entre los gremios y los industriales. Debe ir de la mano de políticas claras para el campo, que incentive la capacitación y la educación, para lograr así una mejora en los procesos de producción, logística y hasta de comercialización, a ver sí inclinamos la balanza, y reconocemos el valor del trabajo de nuestros campesinos.
El momento que vivimos no nos permite seguir diciendo qué es culpa de las guerras, las relaciones internacionales y un sinfín de situaciones que se acentúan con el paso del tiempo. Ya va siendo hora de asumir que esto no va a cambiar, al menos no en el corto plazo. Es de público conocimiento que dependemos de la importación de muchos insumos, por no decir que casi todos, para la mayoría de nuestros procesos de producción. Esto significa que mientras el dólar siga como un yoyo, esto tiende es a empeorar.
En este punto ya necesitamos hacer un frente común, y que nos sigan los buenos. Es hora de exigir que nuestro producto local sea el que tenga mayores beneficios, mejores condiciones de compra y venta y, sobre todo, más y mejor acceso y salida a las cadenas logísticas. Tenemos claro que no es culpa de este gobierno, o de varios de los que han pasado, que muchas vías sean trochas, pues Colombia tiene una geografía difícil y muy particular, a lo que se suma que en muchos casos no haya sido prioridad para los gobiernos locales priorizar estos proyectos. El atraso en infraestructura es evidente, pero más allá de eso, necesitamos cumplirle al campo en todos los niveles, no solo con movilidad.
Lo que estamos viviendo hoy parece un tamal mal amarrado, al que se le comienza a salir el relleno y le va entrando agua de más, y entonces el resultado es una masa aguada que no solo perdió el sabor, si no que se redujo a menos de la mitad. No podemos seguir en la comodidad de construir mentiras para ocultar o negar verdades. No podemos seguir gobernados desde las redes sociales, y muchísimo menos podemos seguir perdiendo tiempo entorno a quién dijo qué. Tenemos que actuar todos juntos.
Todos lo hemos sospechado desde el principio y lo sabemos: Colombia es un país próspero, con gente pujante y muy trabajadora, que necesita contar con herramientas y posibilidades de trabajo. No digan que les tengamos paciencia, porque ya llevamos casi un año de tantas promesas: es hora de zanjar diferencias y comenzar a ejecutar, buscando resultados. Adiós a las redes, la vida real se construye con las manos y los pies, con nuestro campo, nuestros productos y nuestra propia historia, que no debe ser contada por unos cuantos que sufren de amnesia.
Y como diría el Chapulín, “síganme los buenos” a ver si logramos ayudarnos.
Hay días donde el realismo mágico colombiano supera la ficción. Es increíble ver cómo las redes sociales se han llenado de “verdades reveladas”, y no hablamos propiamente de un dogma de fe. Por el contrario, cada historia que se teje frente a la alimentación, la producción y el abastecimiento nacional, parece un capítulo del Chapulín Colorado, donde se repite constantemente su famoso “no contaban con mi astucia”. Lo peor es que logran crear y hacer creer historias fantásticas a punta de mentiras.
La inflación y su afectación en la canasta familiar y las economías caseras son algo de no creer, al punto que vemos considerables aumentos en los alimentos que más consumimos los colombianos: café, leche, arroz, pan y hasta los huevos. “Que no panda el cúnico”, dirán algunos. Otros dirán que soy fatalista, pues todo está perfecto. Lo cierto es que no podemos seguir haciéndonos los de la vista gorda, porque la verdad estamos pasando más bien por las vacas flacas, y bien flacas sí están.
Esta situación va mucho más allá de alianzas entre los gremios y los industriales. Debe ir de la mano de políticas claras para el campo, que incentive la capacitación y la educación, para lograr así una mejora en los procesos de producción, logística y hasta de comercialización, a ver sí inclinamos la balanza, y reconocemos el valor del trabajo de nuestros campesinos.
El momento que vivimos no nos permite seguir diciendo qué es culpa de las guerras, las relaciones internacionales y un sinfín de situaciones que se acentúan con el paso del tiempo. Ya va siendo hora de asumir que esto no va a cambiar, al menos no en el corto plazo. Es de público conocimiento que dependemos de la importación de muchos insumos, por no decir que casi todos, para la mayoría de nuestros procesos de producción. Esto significa que mientras el dólar siga como un yoyo, esto tiende es a empeorar.
En este punto ya necesitamos hacer un frente común, y que nos sigan los buenos. Es hora de exigir que nuestro producto local sea el que tenga mayores beneficios, mejores condiciones de compra y venta y, sobre todo, más y mejor acceso y salida a las cadenas logísticas. Tenemos claro que no es culpa de este gobierno, o de varios de los que han pasado, que muchas vías sean trochas, pues Colombia tiene una geografía difícil y muy particular, a lo que se suma que en muchos casos no haya sido prioridad para los gobiernos locales priorizar estos proyectos. El atraso en infraestructura es evidente, pero más allá de eso, necesitamos cumplirle al campo en todos los niveles, no solo con movilidad.
Lo que estamos viviendo hoy parece un tamal mal amarrado, al que se le comienza a salir el relleno y le va entrando agua de más, y entonces el resultado es una masa aguada que no solo perdió el sabor, si no que se redujo a menos de la mitad. No podemos seguir en la comodidad de construir mentiras para ocultar o negar verdades. No podemos seguir gobernados desde las redes sociales, y muchísimo menos podemos seguir perdiendo tiempo entorno a quién dijo qué. Tenemos que actuar todos juntos.
Todos lo hemos sospechado desde el principio y lo sabemos: Colombia es un país próspero, con gente pujante y muy trabajadora, que necesita contar con herramientas y posibilidades de trabajo. No digan que les tengamos paciencia, porque ya llevamos casi un año de tantas promesas: es hora de zanjar diferencias y comenzar a ejecutar, buscando resultados. Adiós a las redes, la vida real se construye con las manos y los pies, con nuestro campo, nuestros productos y nuestra propia historia, que no debe ser contada por unos cuantos que sufren de amnesia.
Y como diría el Chapulín, “síganme los buenos” a ver si logramos ayudarnos.