Estoy desesperada con esta vaina de no poder comprar una libra de mantequilla en ningún lugar, porque nadie sabe qué es lo que pasa. Unos me dicen que las vacas no tienen pasto. Otros aseguran que el valor pagado por litro de leche es infame frente a los costos. Hay quienes me miran con cara de “¿usted dónde vive? ¿es que no ha visto que las carreteras apenas llegan a trochas…?”. La verdad, señores, no cuestiono ni las vías, ni el pasto: me emberraca saber que (algunos) campesinos sí están botando la leche porque les vale más sacarla que venderla.
Señores, la comida sin mantequilla es como besos sin babas. Es un atropello pensar, como muchos nutricionistas y algunos gurús de la alimentación que la detestan afirman, que algo como el aceite de coco puede ser su reemplazo. Si mi memoria no me falla, desde el siglo XV o XVI, con Europa a la vanguardia, siempre incluía grasas de origen animal en sus comidas, y ahora se da cuenta uno que, sin llamarlo mantequilla, ya lo era.
Julia Child la defendió siempre, en todos sus libros y declaraciones decía: “mantequilla, mantequilla y más mantequilla. Claro, todo en exceso es malo, pero un poco de mantequilla puede realzar tu salsa, dorar tus panes, añadir sabor a tu pollo rostizado o darle vida a un pastel. Esta es el arma secreta de muchas cocinas, úsala”.
Esas margarinas químicas, que disque buenísimas y baratas, matan, pues están llenas de químicos. Yo sé que en general las aman, pero por favor, tómense el tiempo de leer una etiqueta en el mercado o en una tienda, y cuenten cuántos insumos no pueden pronunciar, o cuántos hay que nunca han oído ni visto en la tabla periódica del colegio. No olvidemos que lo barato generalmente sale caro, y eso sí que aplica en temas de cocina. Es mejor el equilibrio y el ahorro inteligente. Eso sí, para ser más claros, un poco de mantequilla hace menos daño que esos productos.
Volvamos a lo que nos compete: la escasez de mantequilla, por el motivo que sea. El no encontrarla me llevó hasta buscar tutorial de YouTube para prepararla, y la verdad es que es fácil y hasta entretenida de hacer. Obvio, aquí habrá más de un detractor que me dirá que los costos o la pobreza, pero creo que es la pobreza de iniciativa la que no nos deja avanzar. ¿Han pensado en buscar leche y medírsele a preparar la mantequilla? Yo pensaba que era un gallo y, como les decía, resultó de lo más sencillo. Además, como le compre un par de litros de leche a mi vecino para los ensayos, de ñapa me ofreció curso para aprender a hacer cuajada.
Como siempre, la cadena de favores no defrauda y por eso me seguiré empecinando en fortalecerla, incentivando la compra directa y buscando que nos salgamos del manicomio que se han convertido los mercados, que culpan a todos menos a sus pésimas condiciones de negociación. Hace unas semanas eran las ridiculeces de las importaciones de la mostaza y la salsa soja; ahora llevamos varias semanas sin mantequilla ni en las tiendas que le venden a uno por pedazo… Todas las semanas hay un producto que sale y desaparece, y parece que ni nos afecta ni nos importa.
La independencia alimentaria se fundamenta en la libertad de poder elegir y tomar decisiones conscientes. No con un sistema restrictivo, lleno de stickers que la gente ni entiende, y que al final solo genera mal genio, porque creo profundamente que uno a los 18 años ya puede tomar decisiones a conciencia, y que las familias con hijos tienen la obligación de educarlos, no todos nosotros educando al vecino.
Quiero saber qué más vamos a tener que sacar de la canasta familiar para comenzar a darnos cuenta de que más allá de la inflación, del poco dinero para invertir en alimentación, de los gurús que satanizan todo y pretenden que comamos aire raspado con viento molido, lo que tenemos que hacer es mejorar las pésimas condiciones en la que viven nuestros campesinos, defender nuestros mercados y nuestras despensas, y cuidar nuestro campo. La verdad, no entiendo qué más esperamos.
Ya para finalizar, vuelvo y pregunto seriamente: ¿dónde está mi mantequilla?
Estoy desesperada con esta vaina de no poder comprar una libra de mantequilla en ningún lugar, porque nadie sabe qué es lo que pasa. Unos me dicen que las vacas no tienen pasto. Otros aseguran que el valor pagado por litro de leche es infame frente a los costos. Hay quienes me miran con cara de “¿usted dónde vive? ¿es que no ha visto que las carreteras apenas llegan a trochas…?”. La verdad, señores, no cuestiono ni las vías, ni el pasto: me emberraca saber que (algunos) campesinos sí están botando la leche porque les vale más sacarla que venderla.
Señores, la comida sin mantequilla es como besos sin babas. Es un atropello pensar, como muchos nutricionistas y algunos gurús de la alimentación que la detestan afirman, que algo como el aceite de coco puede ser su reemplazo. Si mi memoria no me falla, desde el siglo XV o XVI, con Europa a la vanguardia, siempre incluía grasas de origen animal en sus comidas, y ahora se da cuenta uno que, sin llamarlo mantequilla, ya lo era.
Julia Child la defendió siempre, en todos sus libros y declaraciones decía: “mantequilla, mantequilla y más mantequilla. Claro, todo en exceso es malo, pero un poco de mantequilla puede realzar tu salsa, dorar tus panes, añadir sabor a tu pollo rostizado o darle vida a un pastel. Esta es el arma secreta de muchas cocinas, úsala”.
Esas margarinas químicas, que disque buenísimas y baratas, matan, pues están llenas de químicos. Yo sé que en general las aman, pero por favor, tómense el tiempo de leer una etiqueta en el mercado o en una tienda, y cuenten cuántos insumos no pueden pronunciar, o cuántos hay que nunca han oído ni visto en la tabla periódica del colegio. No olvidemos que lo barato generalmente sale caro, y eso sí que aplica en temas de cocina. Es mejor el equilibrio y el ahorro inteligente. Eso sí, para ser más claros, un poco de mantequilla hace menos daño que esos productos.
Volvamos a lo que nos compete: la escasez de mantequilla, por el motivo que sea. El no encontrarla me llevó hasta buscar tutorial de YouTube para prepararla, y la verdad es que es fácil y hasta entretenida de hacer. Obvio, aquí habrá más de un detractor que me dirá que los costos o la pobreza, pero creo que es la pobreza de iniciativa la que no nos deja avanzar. ¿Han pensado en buscar leche y medírsele a preparar la mantequilla? Yo pensaba que era un gallo y, como les decía, resultó de lo más sencillo. Además, como le compre un par de litros de leche a mi vecino para los ensayos, de ñapa me ofreció curso para aprender a hacer cuajada.
Como siempre, la cadena de favores no defrauda y por eso me seguiré empecinando en fortalecerla, incentivando la compra directa y buscando que nos salgamos del manicomio que se han convertido los mercados, que culpan a todos menos a sus pésimas condiciones de negociación. Hace unas semanas eran las ridiculeces de las importaciones de la mostaza y la salsa soja; ahora llevamos varias semanas sin mantequilla ni en las tiendas que le venden a uno por pedazo… Todas las semanas hay un producto que sale y desaparece, y parece que ni nos afecta ni nos importa.
La independencia alimentaria se fundamenta en la libertad de poder elegir y tomar decisiones conscientes. No con un sistema restrictivo, lleno de stickers que la gente ni entiende, y que al final solo genera mal genio, porque creo profundamente que uno a los 18 años ya puede tomar decisiones a conciencia, y que las familias con hijos tienen la obligación de educarlos, no todos nosotros educando al vecino.
Quiero saber qué más vamos a tener que sacar de la canasta familiar para comenzar a darnos cuenta de que más allá de la inflación, del poco dinero para invertir en alimentación, de los gurús que satanizan todo y pretenden que comamos aire raspado con viento molido, lo que tenemos que hacer es mejorar las pésimas condiciones en la que viven nuestros campesinos, defender nuestros mercados y nuestras despensas, y cuidar nuestro campo. La verdad, no entiendo qué más esperamos.
Ya para finalizar, vuelvo y pregunto seriamente: ¿dónde está mi mantequilla?