Mañana se conmemora el centenario de la muerte de ese compositor único que fue Giacomo Puccini, uno de los más populares creadores de óperas de la historia. A pesar de que solo compuso doce, ellas son parte indispensable del repertorio de todas las casas líricas del mundo. Inicialmente parecía que el músico estaba destinado a seguir la tradición de cinco generaciones de sus antepasados, todos los cuales habían sido organistas de la catedral de una aldea italiana, pero cuando vio una ópera de Verdi decidió olvidar el órgano y, gracias a la ayuda de un tío rico, pudo estudiar composición en Milán. Poco a poco logró que sus óperas comenzaran a ser representadas, y a pesar de que muchas de ellas fueron inicialmente fracasos, sus dotes melódicas y su instinto dramático las impusieron hasta llegar a ser considerado el sucesor de Verdi, como efectivamente lo fue. Dicen muchos que las heroínas inolvidables de sus creaciones, tales como Mimí, Madame Butterfly y Liú, entre otras, eran reflejo de su vida amorosa privada.
El de Puccini fue otro caso en que sus sublimes óperas muestran el hecho de que en esa vida privada fuera más que censurable, ya que era egoísta y poco leal. Muchos atribuyen esas fallas de carácter a su falta de cultura: no leía sino posibles bases para nuevas óperas; no estudiaba las grandes creaciones musicales del pasado y nada sabía de artes y de cultura. Su única afición, aparte del erotismo descrito, fueron los automóviles, de los cuales tenía una colección envidiable. En uno de ellos estaba cuando tuvo el accidente casi mortal que a la larga le costó la vida. Pero hoy se le recuerda por esas obras maestras del arte lírico que hacen que, en su centenario, sea uno de los músicos más representados en casas de ópera de todo el mundo.
Mañana se conmemora el centenario de la muerte de ese compositor único que fue Giacomo Puccini, uno de los más populares creadores de óperas de la historia. A pesar de que solo compuso doce, ellas son parte indispensable del repertorio de todas las casas líricas del mundo. Inicialmente parecía que el músico estaba destinado a seguir la tradición de cinco generaciones de sus antepasados, todos los cuales habían sido organistas de la catedral de una aldea italiana, pero cuando vio una ópera de Verdi decidió olvidar el órgano y, gracias a la ayuda de un tío rico, pudo estudiar composición en Milán. Poco a poco logró que sus óperas comenzaran a ser representadas, y a pesar de que muchas de ellas fueron inicialmente fracasos, sus dotes melódicas y su instinto dramático las impusieron hasta llegar a ser considerado el sucesor de Verdi, como efectivamente lo fue. Dicen muchos que las heroínas inolvidables de sus creaciones, tales como Mimí, Madame Butterfly y Liú, entre otras, eran reflejo de su vida amorosa privada.
El de Puccini fue otro caso en que sus sublimes óperas muestran el hecho de que en esa vida privada fuera más que censurable, ya que era egoísta y poco leal. Muchos atribuyen esas fallas de carácter a su falta de cultura: no leía sino posibles bases para nuevas óperas; no estudiaba las grandes creaciones musicales del pasado y nada sabía de artes y de cultura. Su única afición, aparte del erotismo descrito, fueron los automóviles, de los cuales tenía una colección envidiable. En uno de ellos estaba cuando tuvo el accidente casi mortal que a la larga le costó la vida. Pero hoy se le recuerda por esas obras maestras del arte lírico que hacen que, en su centenario, sea uno de los músicos más representados en casas de ópera de todo el mundo.