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Que los mandatarios crean que ellos son absolutos no es cosa nueva y ha habido ejemplos en la historia que lo demuestran. El reinado en Francia de Luis XIV, al que apodaron “Rey sol”, es un ejemplo elocuente. En sus tiempos, la nobleza tenía una influencia casi tanta como la del rey y eso no le gustó a Luis XIV. Entonces, para disminuir su poder, hizo algo novedoso: creó una etiqueta cortesana tan complicada en la que dio prerrogativas para estar cerca del rey. Los nobles se dedicaron a buscar influencia a través de vicios, tahurismo y disipación, con lo cual, sin darse cuenta, perdieron su poder.
Cuando el parlamento francés quiso objetar el presupuesto presentado por el rey, pues querían proteger los intereses del Estado, la respuesta del monarca fue la famosa frase “El estado soy yo”. De todos modos, cuando trató de aumentar los impuestos en 1648, se encontró con la oposición de la nobleza, del parlamento y de casi toda la población de Francia, y eso originó una guerra civil que fue llamada la Fronda. Con la ayuda del Cardenal Mazarino, Luis XIV ofreció alivios, pero a la larga se echó para atrás y de alguna forma acabó triunfante.
Luis XIV había accedido al trono cuando tenía solo cinco años y, por mucho tiempo, el país fue regido por su madre, Ana de Austria, y el cardenal Mazarino. Los rumores afirmaban que el verdadero padre de Luis XIV era este cardenal, ya que el presunto padre, el rey Luis XIII, poco visitaba la alcoba de la reina y, de todas formas, prefería los varones.
Luis XIV fue apodado Rey sol porque le gustaba participar en presentaciones de ballet vestido como el astro rey, aunque los aduladores decían que el sobrenombre se lo había ganado porque su gloria iluminaba a Europa. Durante su reino decidió revocar el Edicto de Nantes, que garantizaba a los protestantes la libertad de cultos, lo cual ocasionó que emigraran cantidad de franceses valiosos.
Sus ministros Colbert y Louvois intentaron sanear las finanzas, pero las extravagancias del rey, tales como la construcción de Versalles, acabaron con todo intento de tener una economía viable y el país quedó en la ruina cuando murió.
Al paso de la procesión fúnebre, el pueblo lanzó gritos de desprecio que dejaron intuir la revolución que vendría pocos años más tarde. Su intento de que su sucesor fuera su hijo ilegítimo con Madame de Montespan fue echado atrás por el parlamento y ese nuevo poder acabó en ese mismo siglo XVIII con la monarquía. O sea, el Estado no fue él por mucho tiempo.