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En estos días se cumplen setenta años desde la llegada de la televisión a Colombia y por haber sido parte de los primeros años de la existencia de ese medio, creo que vale la pena hacer algunas consideraciones sobre lo que fue la TV en esa época. Desde luego me refiero a los tiempos en que el medio era algo en el cual la cultura era lo central, ya que no había requerimientos comerciales y como solo había un canal, la audiencia para cada programa era del ciento por ciento.
En esa época la televisión era una dependencia de la presidencia de la república, ya que Rojas Pinilla tuvo la sagacidad de darse cuenta de lo poderoso que era ese medio, de manera que la programación se sostenía para cuando el mandatario quisiera interrumpirla para uno de sus discursos. Hay que decir que eso no pasaba con demasiada frecuencia, de manera que la programación se desarrollaba con normalidad casi siempre.
Y era una programación de lujo. Los grandes nombres del teatro universal eran representados varias veces por semana y así los colombianos supieron de la existencia de Eurípides, de Moliere, de Shakespeare, de Bernard Shaw y así sucesivamente hasta llegar a los dramaturgos de nuestros días. En esos programas se formaron innumerables actores, y directores que fueron la base de los fecundos movimientos escénicos de nuestros días. Es injusto que se haya olvidado la contribución que esos primeros tiempos de la TV hicieron al teatro nacional. Había conciertos y la televisión colombiana, por ejemplo fue la primera en el mundo de transmitir la Novena Sinfonía de Beethoven. También los programas infantiles y didácticos fueron múltiples e incluso había secciones para crítica de arte y de música como parte de la programación. Desafortunadamente en esa época no había la posibilidad de grabar en videocintas y un sistema llamado kinescopio, en el cual si se podían registrar en películas de cine los programas, vivió dañado toda la vida.
Quizá técnicamente la televisión comercial de nuestros días sea superior a lo que hubo en esos tiempos de TV en blanco y negro, pero uno de los resultados de haber terminado con la de esos tiempos es que el público tuvo que aceptar que se reemplazara a Lope de Vega por Betty la Fea. La búsqueda de sintonía hizo que la programación fuera diseñada para el nivel más bajo de la audiencia y el resultado es un “inmenso desierto cultural” como acertadamente lo llamó un distinguido intelectual.
Es una lástima que se haya perdido la experiencia de esos tiempos que ahora, setenta años después, la gente ni siquiera se imagina como era.