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Como se ha afirmado tantas veces, cada vez que surgen problemas económicos, la primera víctima casi invariablemente es la cultura. Eso no solo sucede entre nosotros. En Alemania, país que se enorgullece de contar con centenares de casas de ópera, los presupuestos destinados a ellas se han disminuido tanto que algunas amenazan con cerrar sus puertas. En Berlín, donde hay tres teatros destinados al arte lírico, pretenden reducirlos a uno solo, y de hecho uno de ellos, la Ópera Cómica, que había comenzado una ambiciosa restauración de su sede, va a tener que interrumpirla porque no se asignó dinero alguno para terminarla. Igualmente en Francia, que tanto se enorgullece de sus aportes culturales, muchas iniciativas han visto sus presupuestos recortados drásticamente y, en algunos casos, han desaparecido. En Inglaterra las cosas no van mejor y las subvenciones a proyectos culturales se han disminuido en tal forma que muchas afirman que no tienen posibilidad de realizar labor alguna.
Si volvemos a Colombia, se informa una reducción drástica de las sumas destinadas al Ministerio de Cultura (me niego a usar los otros nombres que le dieron, ya que ellos están incluidos en la definición de cultura) y por esa razón muchos de los programas de auxilios a orquestas juveniles, a teatro y otras manifestaciones similares corren peligro de desaparecer. Es claro que hay una situación económica precaria, pero la cultura (y, de paso, también las ciencias) ha sido víctima especial, con lo cual se priva al colombiano de la posibilidad de tener goces espirituales. Lo peor es que muchas de esas entidades culturales tienen una vida tan precaria que, si mueren por los recortes monetarios que se han hecho, muy posiblemente jamás vuelvan a resucitar.