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Mauricio Ravel, de quien en estos días se cumple el sesquicentenario de su nacimiento en 1875, ha corrido la triste suerte de que, a pesar de haber sido un compositor ecléctico, que nunca quiso matricularse en ninguna de las numerosas escuelas que florecieron en los últimos años del romanticismo, es conocido por el gran público por una sola obra, que él mismo consideraba menor, el Bolero. Se trata de una pieza de quince minutos, con una sola tonalidad y una sola melodía que se repite una y otra vez a lo largo de la obra y en la que lo único que cambia es su orquestación cada vez que el tema se repite. El mismo Ravel dijo que en este no había música, pero a pesar de todo la gente ha convertido el Bolero en una de las creaciones más populares de toda la historia del arte.
Lo anterior es lástima porque se privan de una producción brillante, por todo lo alto, en casi todos los géneros musicales de un músico que, a pesar de no haber querido dar su espalda al pasado, adoptó con entusiasmo muchos de los avances de la música de sus tiempos. Por eso en las creaciones del compositor se encuentran cosas tan disímiles como el jazz (en un concierto para piano), la música española, las melodías tradicionales judías o el mundo de la ilusión y la fantasía mostrado en su ópera El niño y los sortilegios. Fue un maestro de la orquesta, como lo demostró en sus obras sinfónicas o en la magistral orquestación que hizo de Cuadros de una exposición de Mussorgsky.
Un crítico afirmó alguna vez que “en la obra de Ravel no hay presa mala”, haciendo un paralelo gastronómico y no cabe duda de que este maestro de la creación musical debe estar catalogado como uno de los grandes músicos de todos los tiempos, así mucho público crea que Mauricio Ravel fue únicamente el Bolero.
