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Una semana y algo más desde que se acabó el mes del fútbol. ¿La primera sensación? Qué Eurocopa tuvimos. La más suelta, abierta y goleadora que se recuerde. Desde el impactante milagro de Eriksen y el cuento de hadas subsecuente de Dinamarca, enamorando al mundo y alcanzando la semifinal; pasando por aquel 28 de junio que quedará estampado en los libros del fútbol, el día que Croacia, España, Suiza y Francia nos regalaron un derrame de emociones sin precedentes; hasta aquel penal de Jorginho a España, helado y humillante. Fenomenal.
Francia y Bélgica decepcionaron, al igual que Alemania y Portugal. Sorprendieron, sin dudas, Dinamarca y Suiza. El mejor fútbol lo jugó España, una España criticada por la prensa y la hinchada desde el primer día, pero notablemente bien trabajada por Luis Enrique. Una España lírica, poética, pero perseguida por la tragedia (ya desde Rusia 2018), personificada acaso en Morata. Y vimos una Italia brillante, refrescante, alegre y suelta pero sólida atrás como siempre, y cómo no, si mientras vivan Bonucci y Chielini no podrá ser diferente. Tal vez decayeron un poco al final los de Mancini, fueron menos dominantes tras la fase de grupos. Se les vio cansados. Pero les alcanzó igual.
Y hubo Copa América a la vez. Una fría Copa América. Algo hueca. Algo inventada, forzada a más no poder. Sin mucho ambiente, jugada en apenas cuatro estadios, igual llevada a cabo porque en Conmebol como en el mundo, el dinero y el mercado lo mueven todo. Igual, Copa América al fin, apretada y emocionante.
Fue hermoso tener los dos torneos andando al tiempo. Derroche de partidos y fútbol, como un sueño extendido, un espejismo futbolero que ahora se repetirá cada cuatro años por el nuevo calendario. Y sin embargo fue feo de a ratos. Fue feo porque se hizo evidente como nunca el contraste crudo y doloroso entre un fútbol y el otro. Entre un continente y el otro. Fue más fuerte que siempre el golpe de realidad. Pues por allá derroche de talento, explosión de genio e intensidad y magia. Por acá un par de equipos incurables, partidos chatos, grises, infumables. Por un lado reflectores y brillo europeo, estadios llenos, banderas y fanáticos y eufóricos cánticos. Por el otro, estadios vacíos y mal iluminados, canchas secas y mal mantenidas, el balón que daba tumbos y lloraba en vez de abrazar el césped y rodar. Duro ver a Uruguay y Paraguay sin fútbol, a Venezuela y Bolivia intentando jugar, mientras allá Hungría y Dinamarca y Suecia miraban a los ojos a cualquiera. Los europeos se acercaron entre ellos, decía Daniel Arcucci hace algunas semanas, y se alejaron del resto. Qué lejos quedamos.
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Es inevitable la pregunta, ¿qué le pasó al fútbol suramericano? El nivel de clubes es párrafo aparte, ya otro día se hablará. Pero si nos detenemos a pensar, son tan solo 11 años de aquel Paraguay aguerrido, temible, del Tata Martino, que puso a España contra las cuerdas en Sudáfrica y estuvo a un penal de eliminarlo en cuartos de final del mundial. Son 11 años nada más desde que todos fuimos testigos de la Uruguay de Forlán, feroz, audaz, que se metió a la semifinal del mundo en Ciudad del Cabo y miraba a los ojos a cualquiera. Han pasado solo siete temporadas desde la Argentina de Sabella, aquella que puso a Messi lo más cerca que jamás ha estado del cielo, que en Brasil 2014 puso a sudar sangre a la mejor Alemania de la última época, llevándola hasta tiempo extra. El mismo Chile, si bien conserva alguna que otra chispa de jerarquía, ya no está ni cerca de aquella aplanadora mitológica que entre el 2015 y el 2016 se convirtió en el equipo más invencible de este lado del planeta. Hoy, parece que ninguno cuaja. Ningún equipo termina de funcionar. Casi todos, como por una suerte de depresión simultánea, comunal, se encuentran estancados en un cambio generacional. No hay nuevos jugadores en Perú, ni en Paraguay ni en Chile, ni en Ecuador, donde todos se aferran desesperadamente a las proezas de Alfaro en el área técnica, pues el equipo aqueja una falta de talento alarmante. Bolivia y Venezuela siguen tan perdidos como siempre, y Colombia… acaso Colombia parece tener algo de esperanza. Ve la luz al final de la eliminatoria, esa misma que vislumbran Brasil, Argentina, y tal vez Uruguay.
Fue buena la copa de Rueda y los suyos. ¿Faltó fútbol? Seguro que sí. ¿Faltaron creatividad y gol? Ciertamente. Pero ya hay ciertas cosas que funcionan. Ya hay un par de ideas asentadas. Ya se percibe un amor propio, una emoción visceral, una defensa apasionada por la camiseta tricolor que tanto hizo falta con Queiroz. Cada jugador se mató por el equipo en esta copa, y la selección, sin hacer mucho ruido, se convirtió en un conjunto al que nadie quiere enfrentar, y al que los tres mejores del continente —en teoría Brasil, Argentina y Uruguay— no le pudieron ganar, al menos en los noventa minutos (Brasil necesitó 100). ¿Y los problemas ofensivos? Calma. Pues faltan Quintero y James, los dos jugadores más brillantes de este equipo, que deben volver y volverán.
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Messi mereció la Copa, y Argentina fue justo ganador. Pero que la euforia por la consagración de Lionel no tape lo que es inescondible: el equipo de Scaloni es regular. Normalito, a veces débil. Sufrió notoriamente frente a Paraguay en fase de grupos, y Colombia le manejó gran parte del juego en la semifinal. Messi y compañía hicieron un partidazo (canchero, ilusionante) frente a Brasil, sí, pero falta mucho para llegar a donde quieren estar. Falta sistema, falta jerarquía y falta identidad. A pesar del ’10′, esta Argentina de hoy está para alcanzar octavos de final en Catar. Ni menos ni más.
La cosa es que Brasil, que pasó por encima de todos hasta la final y pudo también ganar la Copa (incluso con cierta facilidad, que hubiera significado repetir lo que hizo hace tan solo dos años), también está muy lejos de su lugar habitual. Es un equipo mucho menos invencible al que era pre Rusia 2018. Más terrenal. Neymar seguirá siendo Neymar, pero ya no hay un colectivo que contrarreste la preocupante falta de talento individual de esta selección respecto a lo que nos ha acostumbrado toda la vida. El fútbol en Latinoamérica se ha hundido en conjunto y Brasil también está muy abajo. Hoy, pensando en Catar, solo en Europa hay candidatos.
Se fue un mes especial, de puro fútbol internacional, que tiene siempre una dinámica diferente, una energía diferente, sin igual. Algunos equipos, los Italias, Inglaterras y Españas, querrán mantener el propulsor al máximo, extender el envión anímico actual. Otros, los Francias, Alemanias, y la mayoría de los de acá, desesperadamente deben mejorar o renovar. Pues falta solo año y medio para Catar.
@manrodllo