En noviembre de 2022, cuando el Gobierno todavía mantenía una coalición con sectores del centro del espectro político que le permitía avanzar en una agenda de reformas alejada de los extremos políticos, el 30 % de la población colombiana se declaraba de izquierda. Dos años después ese porcentaje ha caído a la mitad. Desde la época preelectoral de 2022 a la fecha, en contraste, los ciudadanos que se declaran de derecha se han duplicado. La explicación parece ir más allá del desgaste natural de un gobernante y parece apuntar más bien a la decepción de la mitad de los militantes con las ideas que abrazaron hace solo dos años.
Más allá de los énfasis en políticas públicas que quisiera empujar un gobierno de izquierda, había unos huevitos —para usar la vieja analogía colombiana— que no se podían sacrificar, que había que seguir empollando.
La primera de esas ganancias era la seguridad. Luego de pasar por una situación que puso en duda la viabilidad del Estado en los años noventa, las ganancias en ese frente de seguridad se fueron consolidando durante este siglo de la mano de unas Fuerzas Armadas más competentes y de los procesos de paz que desmovilizaron a miles de hombres y armas. Demasiado frescos en nuestra memoria están los recuerdos en los que circular por medio país era una osadía y ser sujeto de extorsión el pan de cada día. La sensación extendida en amplias partes del territorio de que esas épocas han regresado con el freno al accionar de las Fuerzas Armadas, que va de la mano de la muy mal planificada noción de la paz total, sin duda es parte de la decepción de muchos que abrazaron el sueño de la izquierda, pero lo abandonaron al ver que venía de mano del fin de la tranquilidad ciudadana.
Hay otros campos que deben haber decepcionado a quienes en algún momento abrazaron la ilusión zurda. La estabilidad de las cuentas fiscales se ha perdido, e incluso las siempre optimistas cuentas a 10 años publicadas por el Gobierno apuntan a tensiones en ese frente de largo aliento. Buena parte de la población empieza a notar un deterioro de los servicios de salud y la incertidumbre de cómo funcionará este a medida que las políticas inducen a una crisis en el sistema. Ser conservador en ese caso es querer mantener el servicio que por décadas le sirvió bien a esa población y significa sin duda moverse a la derecha. Y luego están los casos de corrupción y las recientes denuncias sobre espionaje al sector judicial, este último reviviendo uno de los episodios más vergonzosos de la primera década del siglo.
La lista de razones para dejar de abrazar esa ilusión, que al menos un tercio del país tuvo es larga, y la percepción de que no habrá un cambio de rumbo en los próximos dos años la puede ensanchar. Lo más triste es que hay más incompetencia que izquierda entre quienes nos dirigen. Pero para aquellos que abandonaron el barco de la izquierda esa distinción es irrelevante.
En noviembre de 2022, cuando el Gobierno todavía mantenía una coalición con sectores del centro del espectro político que le permitía avanzar en una agenda de reformas alejada de los extremos políticos, el 30 % de la población colombiana se declaraba de izquierda. Dos años después ese porcentaje ha caído a la mitad. Desde la época preelectoral de 2022 a la fecha, en contraste, los ciudadanos que se declaran de derecha se han duplicado. La explicación parece ir más allá del desgaste natural de un gobernante y parece apuntar más bien a la decepción de la mitad de los militantes con las ideas que abrazaron hace solo dos años.
Más allá de los énfasis en políticas públicas que quisiera empujar un gobierno de izquierda, había unos huevitos —para usar la vieja analogía colombiana— que no se podían sacrificar, que había que seguir empollando.
La primera de esas ganancias era la seguridad. Luego de pasar por una situación que puso en duda la viabilidad del Estado en los años noventa, las ganancias en ese frente de seguridad se fueron consolidando durante este siglo de la mano de unas Fuerzas Armadas más competentes y de los procesos de paz que desmovilizaron a miles de hombres y armas. Demasiado frescos en nuestra memoria están los recuerdos en los que circular por medio país era una osadía y ser sujeto de extorsión el pan de cada día. La sensación extendida en amplias partes del territorio de que esas épocas han regresado con el freno al accionar de las Fuerzas Armadas, que va de la mano de la muy mal planificada noción de la paz total, sin duda es parte de la decepción de muchos que abrazaron el sueño de la izquierda, pero lo abandonaron al ver que venía de mano del fin de la tranquilidad ciudadana.
Hay otros campos que deben haber decepcionado a quienes en algún momento abrazaron la ilusión zurda. La estabilidad de las cuentas fiscales se ha perdido, e incluso las siempre optimistas cuentas a 10 años publicadas por el Gobierno apuntan a tensiones en ese frente de largo aliento. Buena parte de la población empieza a notar un deterioro de los servicios de salud y la incertidumbre de cómo funcionará este a medida que las políticas inducen a una crisis en el sistema. Ser conservador en ese caso es querer mantener el servicio que por décadas le sirvió bien a esa población y significa sin duda moverse a la derecha. Y luego están los casos de corrupción y las recientes denuncias sobre espionaje al sector judicial, este último reviviendo uno de los episodios más vergonzosos de la primera década del siglo.
La lista de razones para dejar de abrazar esa ilusión, que al menos un tercio del país tuvo es larga, y la percepción de que no habrá un cambio de rumbo en los próximos dos años la puede ensanchar. Lo más triste es que hay más incompetencia que izquierda entre quienes nos dirigen. Pero para aquellos que abandonaron el barco de la izquierda esa distinción es irrelevante.