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El DANE publicó en días recientes una cifra esperada para medir la salud de la economía: el PIB. El dato completo de 2023 muestra que el ingreso total de quienes habitan estas tierras creció un magro 0,6 %. Para poner el dato en perspectiva es útil notar que en términos per cápita eso representa una caída del ingreso nacional. Otra forma de resaltar cuán pobre es esa métrica es notando que es el cuarto peor registro desde hace 65 años: solo en 1982 (en medio de la crisis de la deuda de América Latina), en 1999 (nuestra crisis hipotecaria de final de siglo) y en 2020 (el desastre de la pandemia) tenemos peores registros.
Escarbando las entrañas de la cifra hay dos datos que son dicientes y preocupantes a la vez. El primero, el de la construcción. Si comparamos la actividad del sector relativa a la que había en el último trimestre antes de la pandemia encontramos que ha decrecido en una cuarta parte. La caída ha sido tan pronunciada, que ahora el sector tiene la participación relativa al PIB más pequeña de los últimos 30 años, excepto por el último trimestre de 1999 (en el pico de la crisis hipotecaria). El segundo dato preocupante, por el lado del gasto, es la inversión. En el último trimestre de este año el país invirtió $11 menos de los invertidos hace cuatro años. Si durante las últimas dos décadas en promedio destinamos como sociedad $21 de cada $100 de ingreso a la inversión, esa cifra ha caído en este año a $17. Una pésima noticia de cara a las perspectivas económicas que son una función de la inversión pasada.
Las dos cifras, el desastre de la construcción y el de la inversión, tienen un elemento en común: ambas hablan de decisiones de largo plazo de los hogares y los negocios en Colombia. Esas contracciones reflejan que hogares y empresas no le estamos apostando al futuro. ¿Por qué? El Gobierno ha empujado la idea de que las altas tasas de interés recientes están detrás del resultado. Esa respuesta no es satisfactoria: las cifras mencionadas son las peores en décadas y, por lo tanto, ya ha habido otros episodios de apretones monetarios que no se reflejaron en tal desazón por el futuro.
La desesperanza tiene su origen en las señales implícitas y explícitas del Gobierno sobre el devenir de varios sectores. En minería, servicios públicos, salud e infraestructura el objetivo del Gobierno es el de arrasar con las reglas de juego que venían funcionando. Lo que no está para nada claro es que haya un plan viable para reemplazarlas por algo mejor. Si a eso se le suma el deterioro de los indicadores de seguridad, el freno de mano a las Fuerzas Armadas en nombre de la bala perdida de la paz total y las preguntas sobre la estabilidad fiscal del país, no extraña que haya apuestas poco nutridas por el futuro. Nada hace prever que ese rumbo se vaya a despejar. A este paso la economía llegará arrastrándose a 2026.
@mahofste