Llegó el nuevo año a Bogotá con nuevas prohibiciones. Entrar a la ciudad en vehículo particular durante un festivo está prohibido en ciertos horarios en función de la placa del mismo. Prohibieron el trancón. Algunos celebran: ¡la velocidad de circulación aumentó! Ajá; ¡como si un establecimiento prohibiera la entrada a la mitad de sus clientes y celebrara que los atendió más rápido! ¿No quedan algunas consideraciones por fuera de esa estadística?
Primera: prohibir el trancón también prohíbe las actividades económicas, deportivas, sociales, turísticas, etc. que dependían de esa circulación. Las salidas en festivos a recorrer la sabana, almorzar en sus alrededores, visitar la naturaleza o encontrarse con amigos o familia quedarán proscritas. Para muchos no será razonable salir si deben quedarse por fuera de la ciudad hasta las 8 de la noche -cuando empieza uno de los turnos de entrada; otros, para los cuales el corte arranca a las 4 p.m., no se jugarán la ruleta de alcanzar a franquear las zonas prohibidas antes del cambio de turno. Esas actividades de esparcimiento, de socialización y de consumo regional no las harán. Con la prohibición del trancón también quedaron proscritas.
Segunda: la capital no tiene buenas vías circunvalares. Aquellos viajeros de afuera de la ciudad que necesitan usar sus accesos para llegar a otros destinos quedaron atrapados en la magia de la prohibición.
Tercera: ciudadanos que viajan desde lejos y encuentren más tráfico del esperado quedarán atrapados en los límites horarios habiendo de esperar varias horas antes de poder proseguir su regreso. De paso: ¿ya pensaron en las filas de carros parados, algunos por horas, justo antes de los límites de la restricción?
Cuarta: habrá, supongo, cámaras y policías prestos a multar (o extorsionar, en el peor de los casos) a los infractores. Otra razón para que veamos al Estado y la Policía no como coequiperos, sino como un enemigo.
Quinta: buena parte del tráfico de un festivo está relacionado con actividades de esparcimiento como las descritas anteriormente. ¿No somos los propios ciudadanos quienes debemos elegir si estamos dispuestos a pagar el costo de un trancón? No salgo en festivos en esos horarios justo porque no estoy dispuesto a pagar ese costo; pero miles sí lo están y no veo por qué los gobiernos locales deban (y de hecho puedan -pregunta para constitucionalistas-) prohibir esa elección.
Y, por último: ¿no había mejores alternativas para lidiar con la congestión que prohibirla? ¿No era mejor poner en marcha cobros por congestión usando tecnología que le cobra a quienes circulen por esas vías en los festivos en los horarios de tráfico elevado? La tarifa se podría afinar para que sea más alta en los horarios más congestionados logrando el efecto de distribuir el tráfico en el tiempo, sin prohibirlo. De paso, el cobro les dejaría a los municipios de la región recursos para la solución de fondo: mejorar los accesos de la ciudad.
Twitter: @mahofste
Llegó el nuevo año a Bogotá con nuevas prohibiciones. Entrar a la ciudad en vehículo particular durante un festivo está prohibido en ciertos horarios en función de la placa del mismo. Prohibieron el trancón. Algunos celebran: ¡la velocidad de circulación aumentó! Ajá; ¡como si un establecimiento prohibiera la entrada a la mitad de sus clientes y celebrara que los atendió más rápido! ¿No quedan algunas consideraciones por fuera de esa estadística?
Primera: prohibir el trancón también prohíbe las actividades económicas, deportivas, sociales, turísticas, etc. que dependían de esa circulación. Las salidas en festivos a recorrer la sabana, almorzar en sus alrededores, visitar la naturaleza o encontrarse con amigos o familia quedarán proscritas. Para muchos no será razonable salir si deben quedarse por fuera de la ciudad hasta las 8 de la noche -cuando empieza uno de los turnos de entrada; otros, para los cuales el corte arranca a las 4 p.m., no se jugarán la ruleta de alcanzar a franquear las zonas prohibidas antes del cambio de turno. Esas actividades de esparcimiento, de socialización y de consumo regional no las harán. Con la prohibición del trancón también quedaron proscritas.
Segunda: la capital no tiene buenas vías circunvalares. Aquellos viajeros de afuera de la ciudad que necesitan usar sus accesos para llegar a otros destinos quedaron atrapados en la magia de la prohibición.
Tercera: ciudadanos que viajan desde lejos y encuentren más tráfico del esperado quedarán atrapados en los límites horarios habiendo de esperar varias horas antes de poder proseguir su regreso. De paso: ¿ya pensaron en las filas de carros parados, algunos por horas, justo antes de los límites de la restricción?
Cuarta: habrá, supongo, cámaras y policías prestos a multar (o extorsionar, en el peor de los casos) a los infractores. Otra razón para que veamos al Estado y la Policía no como coequiperos, sino como un enemigo.
Quinta: buena parte del tráfico de un festivo está relacionado con actividades de esparcimiento como las descritas anteriormente. ¿No somos los propios ciudadanos quienes debemos elegir si estamos dispuestos a pagar el costo de un trancón? No salgo en festivos en esos horarios justo porque no estoy dispuesto a pagar ese costo; pero miles sí lo están y no veo por qué los gobiernos locales deban (y de hecho puedan -pregunta para constitucionalistas-) prohibir esa elección.
Y, por último: ¿no había mejores alternativas para lidiar con la congestión que prohibirla? ¿No era mejor poner en marcha cobros por congestión usando tecnología que le cobra a quienes circulen por esas vías en los festivos en los horarios de tráfico elevado? La tarifa se podría afinar para que sea más alta en los horarios más congestionados logrando el efecto de distribuir el tráfico en el tiempo, sin prohibirlo. De paso, el cobro les dejaría a los municipios de la región recursos para la solución de fondo: mejorar los accesos de la ciudad.
Twitter: @mahofste