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El sistema de salud colombiano se está desmoronando. Los recursos que gira el gobierno a las aseguradoras por la atención de sus pacientes no alcanzan a cubrir los crecientes gastos que los usuarios demandamos. En adición a ese faltante, el gobierno no ha girado a las aseguradoras cerca de 3 billones de pesos que les debe por tratamientos que están por fuera de la prima usual de aseguramiento. Esas dos realidades sumadas están secando los recursos en toda la cadena del sistema. Los pacientes empezamos a ver de a poco los efectos del estrés financiero: unos medicamentos que antes llegaban religiosamente ahora se atrasan o no llegan, acceder a los tratamientos se hace más difícil, algunas instituciones que prestaban servicios a las aseguradoras empiezan a retirarse ante la falta de pago o la perspectiva de que este no llegará.
El boquete financiero más temprano que tarde estallará en la billetera de todos de dos maneras: habremos de usar nuestros propios recursos privados (si los tenemos) para acceder a tratamientos y medicamentos que antes el sistema nos proveía y el gobierno terminará teniendo que financiar parte de ese creciente gasto. En el camino el deterioro del servicio será prominente.
En medio de sus diatribas, el ministro de Salud (“dejémoslo a él que divague” dijo su colega de Hacienda) confesó casi que involuntariamente que al sistema le hace falta plata. Era su tarea pedirla y lucharla en la discusión del presupuesto general de la Nación, cosa que no hizo. La falta de recursos del sistema es un problema que la reforma que cursa en el Congreso no solo no resuelve, sino que empeora: los cálculos del Ministerio de Hacienda estiman en 140 billones de pesos los costos de la reforma en los próximos 10 años. Sin reforma la plata asignada al sistema no alcanza; con reforma, aún menos.
Y mientras el ministro de salud divaga, el de Hacienda abre una conversación de ciencia ficción: bajar los impuestos a las empresas y compensar esos ingresos con una mejor gestión tributaria. Tiene razón en anotar que son demasiado altos los impuestos empresariales, que la reforma tributaria aprobada por este gobierno debió hacer esa tarea, que una mejor estructura tributaria le cargaría más la mano a las personas y menos a las empresas. Pero aun sin sumar el desmoronamiento del sistema de salud, las cuentas del gobierno están al límite, señalan una alta probabilidad de que no cumplan con los límites de la regla fiscal e incluso una calificadora de riesgo acaba de bajar la perspectiva de la deuda colombiana.
Sacar el chupetín de la reducción de impuestos en semejante coyuntura fiscal y anotar que esos recursos se sustituyen mejorando la gestión tributaria es vender humo en el mejor de los casos o acelerar una crisis fiscal en el peor. Y sin un cambio rápido de rumbo, el que vende humo tendrá dentro de poco que escarbar recursos de donde no tiene para tratar de recoger las migajas del sistema de salud que dejó el divagador en el camino.
Twitter: @mahofste