Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Esta semana el Gobierno presentó su propuesta de reforma pensional. Como el propio Gobierno ha dicho que la igualdad está en el corazón de sus propósitos —tanto que hasta creará un Ministerio con ese apellido—, voy a discutir tres frentes de la reforma relacionados con la igualdad. En el primero la calificación es notable. En los otros dos pierde la materia de manera rotunda.
Primer frente: comparemos dos personas de una misma generación. La primera tiene ingresos y cotizaciones altos y estables; la segunda, más representativa de la sociedad colombiana, tiene ingresos esporádicos, bajos, con una cotización pensional porosa que al final de su vida no le alcanza para una pensión. El sistema actual es tremendamente generoso con la primera persona, a quien Colpensiones premiará con una pensión que con creces superará sus aportes a lo largo de la vida, y tremendamente avaro con la segunda, a quien devolverá sus aportes y lo lanzará a la vejez sin una renta segura.
La reforma, por fin, será más generosa con la segunda persona y le quitará parte de los subsidios a la primera. (Ojalá en el trámite en el Congreso los aportes del primer pilar contributivo se acerquen a un salario mínimo en lugar de los tres propuestos, de manera que se reduzcan aún más los subsidios a la primera persona).
El segundo frente es el de la igualdad intergeneracional. La reforma propuesta implica un gasto en el sistema de protección a la vejez futuro que con creces supera el estipulado a la fecha. A la vuelta de pocos años, cuando pase la borrachera de recibir millones de nuevos cotizantes en Colpensiones con sus respectivos ingresos, quedará el guayabo; es decir, los pagos que habrá que hacerles. Son los jóvenes de hoy y los que no han nacido a quienes les dejaremos esa factura.
En ese frente, la reforma acentúa la desigualdad por no dar las batallas difíciles: la edad de jubilación debería subirse —desde que establecimos los umbrales actuales la esperanza de vida ha subido casi nueve años— y la fórmula con la que estimamos la pensión en función de los ingresos debería incorporar toda la vida laboral, no solo los últimos 10 años. No dar esas batallas es dejarles cobardemente la cuenta a quienes todavía no tienen voz.
Por último, está la igualdad de género. Las reglas actuales establecen que las mujeres se pensionan con solo 57 años, cinco menos que los hombres. La reforma no solo no hace un esfuerzo por nivelar esa cancha, sino que la inclina aún más: propone reducir en 50 semanas las cotizaciones necesarias para las madres por cada hijo que tengan. El estereotipo según el cual las tareas del hogar y del cuidado de los niños son femeninas queda ahora reforzado.
De nuevo aquí falta arrojo del Gobierno: si de verdad defiende la igualdad, debería propender por una transición que nos lleve a igualar las edades de pensión sin distinción de género.