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Si había un mal momento para subir de manera drástica el salario mínimo era justo este, el que escogió el gobierno para firmar el mayor incremento, por encima de la inflación, en décadas. Hay razones fiscales, de equilibrio macroeconómico y del mercado laboral para temer que esa elección nos saldrá muy cara.
Comienzo con las del mercado laboral. El número de ocupados de a poco se ha venido acercado a las cifras que había antes de la pandemia. Pero ese agregado está fundamentalmente explicado por incrementos en empleos masculinos informales que han crecido 8% con relación a las cifras prepandémicas. Eso contrasta con el empleo formal: por cada 100 ocupados formales que había antes de la pandemia, ahora solo tenemos 92; y por cada 100 jóvenes entre 15 y 24 años que tenían un empleo formal ahora solo 78 lo tienen. La estrambótica subida del salario mínimo aceleró la velocidad del tren de la formalidad detrás del cuál corrían todos esos jóvenes. A muchos los veremos votando por promesas populistas y a otros de nuevo protestando en las calles desolados por su futuro, frustrados con su presente.
Las razones fiscales de preocupación relacionadas con el salario mínimo tienen múltiples aristas. Por un lado, partimos de un enorme déficit fiscal y una creciente deuda pública que ya habían desencadenado una rebaja en la calificación de nuestros títulos. El incremento del salario mínimo, dadas las reglas de juego, implica un ajuste de las pensiones mínimas equivalente, muchas de las cuales se pagan con el presupuesto nacional. Por otro lado, presionado para contener las presiones inflacionarias de la medida, el gobierno tendrá que seguir aplazando los ajustes de precios regulados como por ejemplo el de la gasolina: cálculos de hace pocos meses indicaban que ese déficit para 2021 bordearía los 8 billones de pesos que también salen de nuestros impuestos.
Desde el punto de vista macroeconómico, la medida llega justo en momentos donde las presiones inflacionarias locales y globales están a la orden del día y el Banco de la República había empezado a dar puntadas a su tasa de interés para contenerlas. La inflación en Colombia cerrará el año por encima de 5%. El incremento de dos dígitos en el salario mínimo permeará las expectativas inflacionarias rápidamente. El dato de inflación de enero dejará perplejos a muchos y forzará al Banco a apagar la música de la fiesta de la recuperación. De paso, el costo del crédito para todos, incluido el gobierno ávido de recursos, se encarecerá y forzará ajustes dolorosos.
El significado que muchos le habían dado al “ojo con el 2022″ tendrá nuevas connotaciones: alta inflación, alto déficit fiscal, alta deuda, altas tasas de interés. Al complejo coctel social y económico con el que entrábamos a ese año, el gobierno le acaba de poner la cereza.
Twitter: @mahofste