Desde que comenzó la crisis económica por la pandemia, el Banco de la República ha bajado su tasa de interés en 2,5 % y esta ha alcanzado el menor nivel de la historia reciente (1,75 %). Si bien el nivel alcanzado es históricamente bajo, el tamaño de la caída es pequeño. Sin embargo, el Banco ha señalado que es difícil que haya más reducciones y los analistas creen que en efecto ya se acabaron.
Me resulta difícil de entender que, en la peor crisis económica en más de un siglo, el empujón monetario se detenga tras una caída de solo 2,5 %. Ninguno de los argumentos que veo para justificar la timidez me convence.
El primer argumento es que si al emisor se le va la mano en empujar la demanda generará presiones inflacionarias. Sin embargo, la actividad caerá cerca de 8 % y la recuperación prevista para los siguientes dos años, en el mejor de los casos, servirá para recuperar la que había en 2019. Las mismas proyecciones del emisor apuntan a que la inflación de este año y del entrante estará por debajo de la meta.
Otros han dicho que es mejor no bajar más las tasas porque eso afectaría la rentabilidad de los bancos. No sobra decirlo: proteger la rentabilidad de los bancos no está en el manual de mandatos del emisor.
Algunos opinan que menores tasas harían a Colombia menos atractiva para los flujos de inversión extranjera de portafolio y eso dificultaría el financiamiento del déficit externo. Argumentaría tres cosas: primero, que nada hace más difícil el financiamiento externo que una recuperación lenta e incompleta. Segundo, que tenemos, entre reservas internacionales y la línea de crédito flexible del FMI, cerca de US$75.000 millones de colchón. Y tercero, que la flexibilidad de la tasa de cambio facilita los ajustes de ese déficit sin mayores traumatismos.
También se ha dicho que más reducciones en la tasa de política son inútiles porque no logran cambiar las tasas de más largo plazo. Sin embargo, la baja transmisión a las tasas de largo plazo es en parte una consecuencia del lenguaje del emisor sobre el comportamiento de la política monetaria a futuro. Su retórica sobre el fin de las reducciones y la expectativa consecuente del mercado de que, a mediados de 2021, el Banco volverá a subirlas son dos impedimentos importantes en la transmisión a las tasas de más largo plazo. De hecho, si quisiera bajar las de más largo plazo, el Banco podría comprometerse a través de un anuncio público con no subir sus tasas de política durante un tiempo prolongado y transmitirles esa información a los mercados, como lo hizo la FED en 2011. Eso podría ayudar a “aplanar la curva”, como dicen los analistas de mercado; es decir, a atenuar las tasas de largo plazo.
Otros argumentan que es mejor no bajar tasas ahora para guardar munición para el futuro. ¿Para qué guardar munición en la peor crisis en más de cien años? Es como si un montañista muriendo de frío extraviado en medio de una tormenta de nieve no se pusiera la chaqueta porque es la única que le queda.
Desde que comenzó la crisis económica por la pandemia, el Banco de la República ha bajado su tasa de interés en 2,5 % y esta ha alcanzado el menor nivel de la historia reciente (1,75 %). Si bien el nivel alcanzado es históricamente bajo, el tamaño de la caída es pequeño. Sin embargo, el Banco ha señalado que es difícil que haya más reducciones y los analistas creen que en efecto ya se acabaron.
Me resulta difícil de entender que, en la peor crisis económica en más de un siglo, el empujón monetario se detenga tras una caída de solo 2,5 %. Ninguno de los argumentos que veo para justificar la timidez me convence.
El primer argumento es que si al emisor se le va la mano en empujar la demanda generará presiones inflacionarias. Sin embargo, la actividad caerá cerca de 8 % y la recuperación prevista para los siguientes dos años, en el mejor de los casos, servirá para recuperar la que había en 2019. Las mismas proyecciones del emisor apuntan a que la inflación de este año y del entrante estará por debajo de la meta.
Otros han dicho que es mejor no bajar más las tasas porque eso afectaría la rentabilidad de los bancos. No sobra decirlo: proteger la rentabilidad de los bancos no está en el manual de mandatos del emisor.
Algunos opinan que menores tasas harían a Colombia menos atractiva para los flujos de inversión extranjera de portafolio y eso dificultaría el financiamiento del déficit externo. Argumentaría tres cosas: primero, que nada hace más difícil el financiamiento externo que una recuperación lenta e incompleta. Segundo, que tenemos, entre reservas internacionales y la línea de crédito flexible del FMI, cerca de US$75.000 millones de colchón. Y tercero, que la flexibilidad de la tasa de cambio facilita los ajustes de ese déficit sin mayores traumatismos.
También se ha dicho que más reducciones en la tasa de política son inútiles porque no logran cambiar las tasas de más largo plazo. Sin embargo, la baja transmisión a las tasas de largo plazo es en parte una consecuencia del lenguaje del emisor sobre el comportamiento de la política monetaria a futuro. Su retórica sobre el fin de las reducciones y la expectativa consecuente del mercado de que, a mediados de 2021, el Banco volverá a subirlas son dos impedimentos importantes en la transmisión a las tasas de más largo plazo. De hecho, si quisiera bajar las de más largo plazo, el Banco podría comprometerse a través de un anuncio público con no subir sus tasas de política durante un tiempo prolongado y transmitirles esa información a los mercados, como lo hizo la FED en 2011. Eso podría ayudar a “aplanar la curva”, como dicen los analistas de mercado; es decir, a atenuar las tasas de largo plazo.
Otros argumentan que es mejor no bajar tasas ahora para guardar munición para el futuro. ¿Para qué guardar munición en la peor crisis en más de cien años? Es como si un montañista muriendo de frío extraviado en medio de una tormenta de nieve no se pusiera la chaqueta porque es la única que le queda.