Cada profesión tiene un set de siglas que facilita la comunicación efectiva entre pares. Estas pueden resultar antipáticas para aquellos que no comparten la jerga profesional, como lo podrá constatar cualquier paciente que haya visto a un combo de médicos discutir su “caso interesante”.
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Cada profesión tiene un set de siglas que facilita la comunicación efectiva entre pares. Estas pueden resultar antipáticas para aquellos que no comparten la jerga profesional, como lo podrá constatar cualquier paciente que haya visto a un combo de médicos discutir su “caso interesante”.
En la jerga de bancos centrales hay una sigla que todos reconocen: OMA, que corresponde a operaciones de mercado abierto, que son el principal instrumento del emisor para afectar la cantidad de dinero que circula en la economía. En tiempos normales, mientras cada quien está ocupado en sus quehaceres diarios, un equipo del banco central comanda una estrategia ligada a las OMA, afinada para implementar los destinos monetarios establecidos por su dirección. Cuando, con grandilocuencia, el gerente del banco hace un anuncio sobre qué ocurrirá con la tasa de interés, tras bambalinas se pone en marcha el ejército a cargo de las OMA.
En la década pasada aparecieron unas operaciones quizá más interesantes que las aburridas OMA, que seguro tienen sin cuidado a la mayoría de los lectores que llegaron hasta aquí. Un ejemplo clásico de este nuevo set de operaciones ocurrió cuando el banco central de Estados Unidos, habiendo ya reducido sus tasas de interés a cero y habiendo prendido el ejército de OMA a todo vapor, veía que en todo caso la economía seguía sin despertar tras haber sido noqueada por una crisis financiera.
En una audaz movida, el emisor se decidió por una jugada que suele ser más del resorte de los políticos que de los banqueros centrales: hacer promesas. En efecto, lo que hizo el banco fue prometer que la tasa de interés, que ya había reducido hasta llegar a cero, la mantendría así durante al menos dos años más. La movida era audaz porque si en el transcurso de esos dos años ocurría algo que hiciera al emisor renegar de su promesa, la credibilidad de los futuros anuncios quedaría seriamente lastrada. Ese episodio acabó bien: el banco central no se echó para atrás y los negocios y hogares tomaron decisiones de financiamiento estimando que los bajos costos de los créditos estarían de moda durante un buen tiempo. La economía despertó del letargo; la carreta del emisor surtió los efectos deseados.
Esa estrategia, la de un banco central haciendo una promesa sobre cómo se va a portar en el futuro la conocemos ahora como OBA (operación de boca abierta). Detrás de la promesa monetaria y el anuncio sobre el devenir de las políticas había miles de horas de discusión y análisis de pros y contras de la estrategia. Cuando abrieron la boca, sabían exactamente para qué lo hacían y los escenarios que se abrían.
En estos meses tan llenos de improvisación gubernamental, trinos presidenciales mal escritos y carentes de reflexión, concluí que deberíamos agregar una sigla más a esta saga, aplicable no al emisor sino al Gobierno, al que le vendría muy bien implementarla: las OBC: operaciones de boca cerrada.