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Una escena clásica del cine. Una familia risueña cuenta anécdotas alrededor de una mesa. Vamos viendo la interacción, la comida, el vino, las chanzas, la travesura de algún pequeño; oímos el ruido de los cubiertos. Un ambiente absolutamente tranquilo. Pequeños clips de lo que ocurre afuera de la casa interrumpen de tanto en tanto la tranquila panorámica interior: muestran a un grupo de malandros armados que la está rodeando. Cuando nos muestran esos clips, la música se apaga; cuando volvemos al interior, las tonalidades alegres se prenden de nuevo. En el comedor, ignorada por todos, la mascota es la única que no comparte las chanzas y travesuras: su pelo está erizado.
La familia podría ser una cualquiera en Colombia. La pandemia ha quedado atrás, sus mercados laborales han recuperado buena parte del terreno perdido, los ingresos del hogar han crecido nuevamente. El hogar está endeudado, pero los reforzados ingresos les permiten pagar las obligaciones. La celebración tranquila no es una farsa familiar: con los vaivenes de la vida, las cosas van mejor.
Pero harían bien esas familias y su gobierno si giraran sus ojos hacia la mascota, si se percataran de su lomo erizado, si vieran más allá del cándido comedor, las chanzas, la comida y las tonadas alegres. En Estados Unidos, la inflación más alta en cuatro décadas ha desatado el incremento de tasas de interés más acelerado desde entonces. La discusión no es si va a haber recesión, sino cómo la definimos, su tamaño y duración.
En Europa, la inflación también campea por sus terrenos y a esta se suma la preocupación de que el acontecer político en Italia despierte al elefante dormido en una cristalería que representa su deuda pública. Todo esto en el contexto de los problemas energéticos y temores de escalamientos que vienen de la mano con la guerra en Ucrania.
China, otrora motor de la economía mundial, ha entrado en una fase de desaceleración de la que difícilmente saldrá si sigue con la obstinación de confinar una ciudad detrás de otra.
En la región, las turbulencias sociales llegaron con fuerza a dos vecinos —Ecuador y Panamá—, la espiral hacia la crisis en Argentina ha tomado velocidad y Chile no levanta cabeza. En Colombia, esa coyuntura nos toma altamente endeudados, con déficits fiscal y externo preocupantes, una inflación a punto de llegar a dos dígitos y tasas de interés que la persiguen sin lograr darle caza.
Pronto alguno de esos malandros que nos rodean romperá un cristal de la casa. Le da igual si a los de adentro les gusta la “paz con legalidad” o “vivir sabroso”. La fiesta se acabará.
La pregunta es si varios de los que rodean la casa actuarán simultáneamente por distintos frentes y si eso nos tomará, como hasta ahora pareciera ser el caso, por sorpresa, sin que alguien se haya fijado e interpretado correctamente el lomo erizado.
@mahofste