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Tras solo tres meses en el cargo de ministro de Hacienda, Diego Guevara lo dejó. Si bien a Guevara le deben haber parecido eternos, tres meses son poco tiempo para hacer balances. Guevara se sentó en el puesto en diciembre, con el gasto público desbordado y con las cuentas de los recaudos esperados deliberadamente infladas. No había nada que hacer, de cara cambiar esa situación, faltando pocos días para terminar el año.
La ecuación con un gasto desbordado e ingresos fantasiosos no podía salir bien. Firmó Guevara, por tanto, un déficit fiscal de 2024 de 6,8 % del PIB, una cifra escandalosa que hizo regresar la deuda pública a niveles tipo pandemia con dos agravantes: no hay una emergencia sanitaria que justifique el salto y ahora las tasas de interés que paga el gobierno son más de tres puntos porcentuales más altas que las de finales de 2020.
En donde sí pudo haber hecho mejor la tarea Guevara es en llamar las cosas por su nombre. Con el déficit que firmó, la regla fiscal no se cumplió, pero Guevara empujó la teoría de que un monto significativo de los gastos fue sorpresivo y con esa triquiñuela contable se puso la nota de aprobado en la materia de “regla fiscal”. Le habría venido bien al país no aprobar oficialmente ese examen y desatar las reflexiones necesarias que deberían ocurrir tras un fracaso en una evaluación importante.
Hay otra tarea de final de año que quedó mal hecha. El ajuste del salario mínimo superó en más de 4 puntos porcentuales a la inflación. Ese elevado aumento también le rebota al gobierno vía gastos pensionales, costos de los bienes y servicios que contrata y gastos salariales directos. El palo no estaba para cucharas. Lo que no sabemos es si las cifras de aumento salarial que el gobierno discutió eran aún más altas y Guevara logró aterrizarlas. Como sea, el resultado no ayudó.
Para 2025 el presupuesto que el gobierno aprobó por decreto sigue desbordado a pesar de que acumula cuentas sin pagar en salud, energía, gas y educación. Los ingresos que el gobierno estima que recibirá vuelven a estar inflados. Los ajustes fiscales, que siempre son difíciles, ahora se enfrentarían a la realidad de que uno de cada tres pesos recaudados se va a pagar intereses. Sin un cambio de rumbo, el resultado al final del 2025 nos habrá movido un paso más cerca del abismo fiscal—uno habitado por recesión, devaluación, altas tasas de interés y baja provisión de bienes públicos.
Al momento de escribir esta columna, Guevara no había dicho públicamente las razones de su salida. Luego de la estridencia con la que salió de ministro de Comercio se agradece una salida más digna. Pero el mercado financiero no recibió la noticia con buenos ojos. Relativa a otras monedas de la región la nuestra se depreció con la noticia y los títulos del gobierno perdieron valor. La interpretación de muchos es que, en medio de las cifras tan preocupantes, Guevara se movía para ponerle freno al gasto, que hacía lo que se le pide a un ministro de Hacienda: decirle NO al presidente. Y que por eso salió.
