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Yuval Noah Harari, afamado historiador israelí, escribió esta semana en el diario The Washington Post un texto con sus reflexiones sobre los recientes acontecimientos ocurridos en su país. Comienza por señalar que Israel —sin que eso justifique la barbarie del ataque terrorista— está pagando el precio por haber abandonado los esfuerzos de lograr una paz con los palestinos y por mantener durante décadas la ocupación de sus territorios. Pero los ataques recientes, afirma, no se pueden explicar sin entender la disfuncionalidad en la que ha caído el Estado israelí.
Dice Harari que la disfuncionalidad de Israel tiene su origen en el populismo rampante de quien ha sido su incompetente gobernante por muchos años: Netanyahu. Para Harari, el hombre fuerte de Israel es un genio de las relaciones públicas que ha construido su carrera dividiendo a la nación, que ha designado a personas para puestos claves basándose más en la lealtad que en las calificaciones y que parece dar poca importancia a decir o escuchar la verdad. La coalición que Netanyahu estableció en diciembre de 2022 ha sido, con diferencia, la peor. Es una alianza de fanáticos mesiánicos y oportunistas descarados —palabras de Harari— que adoptaron políticas extremadamente divisivas, difundieron escandalosas teorías de conspiración sobre instituciones estatales que se oponen a sus políticas y etiquetaron de traidoras a las élites que servían en el país. Cuando el jefe del Estado Mayor pidió una reunión con Netanyahu para advertirle sobre las implicaciones de seguridad de las políticas del Gobierno, Netanyahu se negó a reunirse con él. Cuando el ministro de Defensa, Yoav Gallant, dio la alarma, Netanyahu lo despidió. La forma en que el populismo corroyó al Estado de Israel, concluye Harari, debería servir como advertencia para otras democracias del mundo.
Leídas las reflexiones de Harari, resulta imposible no ver rasgos calcados en nuestra democracia, una dirigida por otro genio de la plaza pública que también llenó su gobierno de leales activistas —muchos sin las competencias claves para desempeñar sus tareas—. En nuestra democracia también se ha despedido uno tras otro a los miembros del Gobierno que levantaban la mano para dar alarmas en diferentes temas —desde la reforma agraria, pasando por la salud y las finanzas públicas—, también se etiqueta a las élites como traidoras, hay poco apego por oír algunas verdades y las teorías de conspiración se mueven al son de las incontinencias que se trinan sin reflexión, filtro ni estrategia. Las políticas divisivas también hacen parte del coctel de rasgos que parecemos haber calcado.
En nuestro camino se han deteriorado de manera severa los indicadores de seguridad, estamos al borde de un apagón energético y con o sin reforma el desgobierno en el sector de la salud nos tiene ad portas de una crisis profunda que puede incluso amenazar la estabilidad fiscal. En medio de los retos del desarrollo, los avances en salud y seguridad y la estabilidad energética y fiscal eran progresos que dábamos por sentados, como los israelíes daban por sentado que por su frontera no pasarían jamás miles de terroristas.
Twitter: @mahofste