Mientras Colombia sembraba los primeros pinos de su propia banca central hace 101 años, Alemania vivía en medio de una hiperinflación. Tras perder la Primera Guerra Mundial los aliados le habían impuesto unas reparaciones que superaron con creces la capacidad fiscal alemana. Ahogada de obligaciones financieras, fue echando mano de la impresión de billetes para costear el gasto público.
A medida que la velocidad de impresión de billetes se aceleraba lo hacía también la inflación. El proceso se debocó en 1923 cuando los franceses, frustrados porque los alemanes no cumplían con los pagos, invadieron el Valle del Ruhr, la región industrial alemana. La invasión acrecentó las dificultades fiscales alemanas y aceleró aún más la velocidad de impresión de billetes. El desastre inflacionario fue total: algunos cálculos sitúan la inflación de 1923 por encima de 800 millones por ciento.
Una investigación publicada recientemente, analiza si ese desastre dejó secuelas que sean todavía visibles hoy. Recoge datos de inflación del catastrófico periodo de 1920-23 para más de 600 pueblos alemanes. Así pueden comparar municipios con inflación más alta hace 100 años con otros con tasas menores. Los resultados son sorprendentes. Hoy, personas que habitan municipios que enfrentaron mayores tasas de inflación hace 100 años, pronostican mayores tasas de inflación que aquellos en municipios que tuvieron menores inflaciones un siglo atrás. Cuando se les pregunta en esos pueblos más inflacionarios de antaño, por sus preferencias a la hora de combatir la inflación relativo a iniciativas de paz, orden o libertad de prensa, esos habitantes son más proclives hoy a priorizar el combate contra la inflación. También son menos proclives a invertir en activos que puedan perder valor en presencia de sorpresas inflacionarias.
Los investigadores argumentan que parte de la razón de la persistencia de esas secuelas tiene que ver con la transmisión del trauma familiar de una generación a otra: cuando analizan si estos efectos son iguales para familias migrantes, encuentran relaciones más débiles entre lo sucedido hace un siglo y hoy. Pero también encuentran que no es solo la familia la que transmite esas cicatrices. Los periódicos locales de pueblos más azotados por los precios durante la hiperinflación publican hoy en día más artículos donde el tema es la inflación. Y los políticos de esas regiones también son más propensos a mencionarla que sus pares de pueblos menos golpeados por el incremento de precios de hace 100 años.
Estos aprendizajes sobre la persistencia en el subconsciente nacional de las consecuencias de la inflación pueden ser parte del motor de la terquedad del presente episodio inflacionario colombiano. Llevamos tres años con la inflación violando los objetivos del Banco de la República. Haber vivido durante un cuarto de siglo con inflación de dos dígitos hasta 1999, hace que tengamos desplegado un arsenal inconsciente para defendernos de la inflación actual. Todos esperamos que nuestros salarios, pensiones, arriendos y precios de lo que vendemos o compramos se ajusten a esa inflación reciente. Con ese ADN de indexación, devolver la inflación a su nivel deseado está resultando titánico.
Mientras Colombia sembraba los primeros pinos de su propia banca central hace 101 años, Alemania vivía en medio de una hiperinflación. Tras perder la Primera Guerra Mundial los aliados le habían impuesto unas reparaciones que superaron con creces la capacidad fiscal alemana. Ahogada de obligaciones financieras, fue echando mano de la impresión de billetes para costear el gasto público.
A medida que la velocidad de impresión de billetes se aceleraba lo hacía también la inflación. El proceso se debocó en 1923 cuando los franceses, frustrados porque los alemanes no cumplían con los pagos, invadieron el Valle del Ruhr, la región industrial alemana. La invasión acrecentó las dificultades fiscales alemanas y aceleró aún más la velocidad de impresión de billetes. El desastre inflacionario fue total: algunos cálculos sitúan la inflación de 1923 por encima de 800 millones por ciento.
Una investigación publicada recientemente, analiza si ese desastre dejó secuelas que sean todavía visibles hoy. Recoge datos de inflación del catastrófico periodo de 1920-23 para más de 600 pueblos alemanes. Así pueden comparar municipios con inflación más alta hace 100 años con otros con tasas menores. Los resultados son sorprendentes. Hoy, personas que habitan municipios que enfrentaron mayores tasas de inflación hace 100 años, pronostican mayores tasas de inflación que aquellos en municipios que tuvieron menores inflaciones un siglo atrás. Cuando se les pregunta en esos pueblos más inflacionarios de antaño, por sus preferencias a la hora de combatir la inflación relativo a iniciativas de paz, orden o libertad de prensa, esos habitantes son más proclives hoy a priorizar el combate contra la inflación. También son menos proclives a invertir en activos que puedan perder valor en presencia de sorpresas inflacionarias.
Los investigadores argumentan que parte de la razón de la persistencia de esas secuelas tiene que ver con la transmisión del trauma familiar de una generación a otra: cuando analizan si estos efectos son iguales para familias migrantes, encuentran relaciones más débiles entre lo sucedido hace un siglo y hoy. Pero también encuentran que no es solo la familia la que transmite esas cicatrices. Los periódicos locales de pueblos más azotados por los precios durante la hiperinflación publican hoy en día más artículos donde el tema es la inflación. Y los políticos de esas regiones también son más propensos a mencionarla que sus pares de pueblos menos golpeados por el incremento de precios de hace 100 años.
Estos aprendizajes sobre la persistencia en el subconsciente nacional de las consecuencias de la inflación pueden ser parte del motor de la terquedad del presente episodio inflacionario colombiano. Llevamos tres años con la inflación violando los objetivos del Banco de la República. Haber vivido durante un cuarto de siglo con inflación de dos dígitos hasta 1999, hace que tengamos desplegado un arsenal inconsciente para defendernos de la inflación actual. Todos esperamos que nuestros salarios, pensiones, arriendos y precios de lo que vendemos o compramos se ajusten a esa inflación reciente. Con ese ADN de indexación, devolver la inflación a su nivel deseado está resultando titánico.