El coronavirus ha matado a cerca de 3.000 personas en el planeta, casi todas en China. Los infectados confirmados van camino a los 100.000, repartidos en más de 60 países. Esas cifras lucen minúsculas comparadas con un primo hermano del virus: la gripa estacional. Esta mata cada año a más de 600.000 personas. Bajo esa métrica hará falta que el coronavirus multiplique por 200 sus muertes para que se acerque a la cifra de su pariente.
Aun así, es el coronavirus y no la gripa estacional el que tiene al mundo patas arriba, el que ha hecho suspender miles de eventos, el que sirve de excusa para que un gobierno muestre que es capaz de convertir una ciudad más grande que Bogotá en un lazareto, el que está en boca de todos los ciudadanos, el que está desbaratando las cadenas de abastecimiento global y el que desbarajustó los mercados financieros: tuvieron la peor semana desde la gran crisis financiera global de hace más de una década. Ah, y el que mandó la tasa de cambio colombiana a terrenos nunca antes explorados, empobreciéndonos a todos un poco.
¿Por qué es ese virus y no el que ha comprobado su letalidad el culpable de tal desorden? Una respuesta podría ser que el coronavirus apenas está empezando a trazar su estela de dolor y pronto competirá con su primo hermano por el deshonroso premio a la letalidad global. Pero sospecho que la respuesta no es solo esa: la diferencia fundamental radica en a quiénes mata el uno y el otro: para la gripa estacional tenemos vacunas anuales y por tanto los países ricos, aquellos con buenos sistemas de salud, o los habitantes ricos de los países con malos sistemas de salud, se pinchan el brazo una vez al año y le sacan la lengua a la influenza. Para el coronavirus no tenemos aún una vacuna y por tanto su letalidad es más democrática. No es solo un problema del África Subsahariana o del Sudeste asiático, si bien su letalidad seguro será mayor allí.
Parece previsible entonces que en los próximos meses nos cansemos de contar contagiados, países afectados y sumar muertes. La prensa sensacionalista quizás tenga la suerte de que en esa red indiscriminada caiga algún famoso, ojalá rico y apuesto. Sin importar si son muchas menos estas muertes que las de la influenza, trastocarán la vida del planeta como nunca lo hacía esta. Habremos de pensar en estrategias públicas que no impliquen volver el planeta un lazareto. Y, claro, eso incluye que la Fuerza Aérea no podrá estar al servicio de repatriar de los lazaretos externos a los internos a cuanto nacional se contagie.
Pero a la vuelta de un tiempo habrá vacuna. Cuando esté disponible dejaremos de hacer las cuentas, de poner la vida planetaria en pausa, volveremos a los eventos multitudinarios, viajaremos, las ciudades dejarán de ser fantasmales. Seguirá habiendo más de 600.000 muertes anuales por gripa estacional y en esos mismos sitios se sumarán otras por coronavirus. Pero esos muertos no cuentan igual: no estarán democráticamente distribuidos.
@mahofste
El coronavirus ha matado a cerca de 3.000 personas en el planeta, casi todas en China. Los infectados confirmados van camino a los 100.000, repartidos en más de 60 países. Esas cifras lucen minúsculas comparadas con un primo hermano del virus: la gripa estacional. Esta mata cada año a más de 600.000 personas. Bajo esa métrica hará falta que el coronavirus multiplique por 200 sus muertes para que se acerque a la cifra de su pariente.
Aun así, es el coronavirus y no la gripa estacional el que tiene al mundo patas arriba, el que ha hecho suspender miles de eventos, el que sirve de excusa para que un gobierno muestre que es capaz de convertir una ciudad más grande que Bogotá en un lazareto, el que está en boca de todos los ciudadanos, el que está desbaratando las cadenas de abastecimiento global y el que desbarajustó los mercados financieros: tuvieron la peor semana desde la gran crisis financiera global de hace más de una década. Ah, y el que mandó la tasa de cambio colombiana a terrenos nunca antes explorados, empobreciéndonos a todos un poco.
¿Por qué es ese virus y no el que ha comprobado su letalidad el culpable de tal desorden? Una respuesta podría ser que el coronavirus apenas está empezando a trazar su estela de dolor y pronto competirá con su primo hermano por el deshonroso premio a la letalidad global. Pero sospecho que la respuesta no es solo esa: la diferencia fundamental radica en a quiénes mata el uno y el otro: para la gripa estacional tenemos vacunas anuales y por tanto los países ricos, aquellos con buenos sistemas de salud, o los habitantes ricos de los países con malos sistemas de salud, se pinchan el brazo una vez al año y le sacan la lengua a la influenza. Para el coronavirus no tenemos aún una vacuna y por tanto su letalidad es más democrática. No es solo un problema del África Subsahariana o del Sudeste asiático, si bien su letalidad seguro será mayor allí.
Parece previsible entonces que en los próximos meses nos cansemos de contar contagiados, países afectados y sumar muertes. La prensa sensacionalista quizás tenga la suerte de que en esa red indiscriminada caiga algún famoso, ojalá rico y apuesto. Sin importar si son muchas menos estas muertes que las de la influenza, trastocarán la vida del planeta como nunca lo hacía esta. Habremos de pensar en estrategias públicas que no impliquen volver el planeta un lazareto. Y, claro, eso incluye que la Fuerza Aérea no podrá estar al servicio de repatriar de los lazaretos externos a los internos a cuanto nacional se contagie.
Pero a la vuelta de un tiempo habrá vacuna. Cuando esté disponible dejaremos de hacer las cuentas, de poner la vida planetaria en pausa, volveremos a los eventos multitudinarios, viajaremos, las ciudades dejarán de ser fantasmales. Seguirá habiendo más de 600.000 muertes anuales por gripa estacional y en esos mismos sitios se sumarán otras por coronavirus. Pero esos muertos no cuentan igual: no estarán democráticamente distribuidos.
@mahofste