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No es difícil, se ve a simple vista. Hamás, Hezbollah y los hutíes son herramientas al servicio de los designios geopolíticos de Irán, uno de los cuales es la destrucción del Estado judío como repetidamente los declaran sus líderes. Ni a Hamás le interesan los palestinos, ni a Hezbollah los libaneses, ni a los hutíes los yemenitas; por el contrario, están dispuestos a sacrificar a sus pueblos para el goce de los ayatolas. En la coyuntura actual, tras la masacre del 7 de octubre, se han juntado los tres en su gesta de atacar a Israel diariamente poniendo a “su gente” en la línea de fuego.
Hamás, nacida en 1987, establece en el preámbulo de su carta fundacional que su objetivo es “destruir a Israel” y rechaza los procesos de paz conducentes a un acuerdo entre las partes. Dos años después de la retirada total de Israel de Gaza en 2005, Hamas expulsó al gobierno legítimo de la Autoridad Palestina y convirtió el territorio en una guarida terrorista cuyo único fin ha sido atacar objetivos civiles en Israel. Millones de dólares que han llegado a las arcas del gobierno de Hamás en Gaza han sido destinados a desarrollar su infraestructura terrorista, abandonando a su suerte a los dos millones de residentes palestinos. Con el objetivo de sabotear los acercamientos entre Jerusalem y Riad, Hamás ejecutó la masacre del pasado 7 de octubre en Israel, secuestró a 255 personas, mujeres y niños entre ellos, iniciando una guerra que Israel nunca quiso.
Hezbollah, creado en 1982 por la Guardia Revolucionaria Iraní en medio de la guerra civil en Líbano y la presencia militar de Siria e Israel en el territorio, se ha convertido en el más poderoso proxi de Teherán. Intervino en la guerra civil en Siria para salvar al genocida Bashar al Asad, en Irak apoyando a las milicias shiitas y en Yemen a los hutíes. En 2006, Hezbollah inició sin provocación alguna una guerra contra Israel, llevándose por delante al pueblo libanés que no tenia ningún deseo ni razón para esa guerra, al igual que lo está haciendo desde el pasado 7 de octubre. Políticos libaneses le imploran a Hezbollah que detenga sus ataques, conscientes de que no depende de ellos, sino de los ayatolas.
Los hutíes, llamados así por el líder de la tribu, Hussein Badreddin al-Houthi, conocidos también como Ansar Allah —partidarios de Dios— tienen como consigna: “Dios es grande, muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos y victoria del islam”. En 2014, durante la llamada primavera árabe que dio al traste con la larga presidencia de Ali Abdulá Saleh, los hutíes, apoyados por Irán, tomaron control de la capital Sana y amplios territorios del país a pesar de las negociaciones que se llevaban a cabo bajo los auspicios de la ONU. Arabia Saudita y una coalición de nueve países atacaron a los hutíes para restablecer al gobierno legítimo del país en una guerra que ha dejado poco menos de medio millón de muertos y sumido a Yemen en la peor crisis humanitaria del planeta.
Desde el 7 de octubre, los hutíes han activado un muy sofisticado arsenal desde un país donde no hay nada, para atacar a Israel a 2.000 kilómetros de distancia y a embarcaciones que surcan el estrecho de Bab al Manda hacia el canal de Suez. Finalmente, Israel en uso del derecho a la legítima defensa respondió a los ataques de los hutíes y envió un mensaje que reaccionará ante cualquier agresión a su territorio provenga de donde provenga.
Fácil de entender: tres proxis de Teherán arrastran a sus países a guerras que solo ellos quieren, sacrificando a sus pueblos, cumpliendo órdenes del líder supremo. La comunidad internacional, lo que sea que es, se lava las manos y condena a Israel.
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