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Gran polémica y crisis en las relaciones entre Israel y Brasil causaron las declaraciones del presidente Lula en la cumbre de la Unión Africana comparando lo que ocurre en Gaza con el Holocausto nazi. Viniendo estas palabras del mandatario de una de las potencias emergentes, Brasil parece que siempre lo será, pesaron mas que las de otros ya sean políticos, académicos o bodegueros, quienes también han caído en la misma comparación fantasiosa.
Esta declaración se enmarca como guante en la errática y maniquea política exterior brasileña en las eras de Lula, quien no ha condenado lo que hace Rusia en Ucrania, se ha reunido con el genocida sirio Bashar al Assad, le ha extendido alfombra roja a los Ayatolas y líderes iraníes que han asesinado miles de mujeres, niegan el Holocausto y amenazan con aniquilar a Israel. Quizás quería Lula en Adís Abeba desmarcarse de su nuevo recargado rival latinoamericano, el presidente argentino Javier Milei, quien ha mojado más prensa y tenido más eco últimamente que su contraparte en Planalto.
No ha habido nada en la historia de la humanidad que se compare con el Holocausto, la industrialización de la muerte. Comenzó con años de palabras, discurso de odio y demonización de los judíos por parte de los nazis, incluido el libro Mi lucha, de la pluma de Hitler en el que escribió, entre otras, que “[...] los judíos son una raza, pero no son humanos”. En ningún momento los judíos, ciudadanos alemanes, algunos muy ilustres como Albert Einstein, atacaron o vilipendiaron a Alemania, por el contrario, amaban a su país.
Cuando el nacionalsocialismo finalmente llegó al poder, puso manos a la obra. El exterminio del pueblo judío fue una decisión del gobierno nazi ejecutada de manera precisa por el aparato del Estado. Aunque la persecución comenzó en 1935 con las leyes de Nuremberg, fue en la conferencia de Wannsee en 1942 liderada por Adolf Eichman, sentenciado a muerte por un tribunal en Israel en 1961, que se diseñó la llamada “solución final”, pues para los jerarcas nazis “el extermino iba muy lento”.
Se construyeron campos especiales para el exterminio, se desarrollaron métodos que hacían más eficiente el asesinato masivo, se mantenían estadísticas de eficiencia, se construyeron las cámaras de gas y se licitó la elaboración de un químico letal y eficaz: el Zyklon B, producido por una de las más importantes empresas alemanas, IG Farben. Se cazó a los judíos a lo largo y ancho de Europa, gracias a una amplia red de colaboradores locales, se les hacinó en trenes de ganado y se les transportó a los campos de exterminio. Allí se separaban las familias, se marcaban los brazos con números, se extraían las cosas de valor incluyendo las calzas de oro y plata, y con la eficiencia de una nación avanzada, se conducía a centenares de judíos cada día a las cámaras de gas. Allí abrazados a sus compañeros de infortunio morían. Los cuerpos eran entonces retirados y llevados a los hornos crematorios para su desaparición final.
Seis millones de judíos europeos de nueve que residían en Europa antes de la guerra fueron exterminados, un millón y medio de niños. Un trágico acontecimiento, único en la historia de la humanidad, no comparable con ninguno, ni antes, ni después.
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