Pasando hace pocos días por el aeropuerto internacional Ben Gurión, en Israel, pude observar avisos prominentes anunciando vuelos directos desde el Estado judío a Casablanca, en Marruecos, Dubái y Abu Dabi en los Emiratos, Manama en Baréin, y el Cairo en Egipto, además de la docena de frecuencias diarias que desde hace años hacen la ruta entre Estambul y Tel Aviv. Una realidad impensable hace pocos años, al igual que el espacio aéreo saudí abierto a vuelos a Israel.
En momentos que Estados Unidos busca marginarse de la región tras su retirada de Afganistán, los Estados de la zona se acomodan a una realidad post–americana, post–petróleo y afectada por el cambio climático. En ese dinámico entorno, unos progresan, otros se quedan.
Los Acuerdos de Abraham, firmados el año anterior, abrieron las puertas a una nueva realidad de convivencia, cooperación e intercambio entre Israel y países árabes, cuyas perspectivas son muy halagüeñas. Es solo cuestión de tiempo para que otros países se unan a esta tendencia de establecer relaciones abiertas y formales con Jerusalén. Israel tiene mucho que ofrecer a los países árabes en gran variedad de campos, ya sea innovación, agua, tecnología, medicina, cooperación militar y apoyo diplomático. El paradigma según el cual ningún país árabe establecería relaciones con Israel hasta tanto no se resolviera la cuestión palestina, quedó hecho trizas.
Hay, sin embargo, otro medio oriente que se hunde en conflictos sectarios, que le dice no al progreso y a la prosperidad. Naciones víctimas, entre otras, de una nociva injerencia iraní. El primero es el Líbano, agobiado por la presencia de Hezbolá, testaferro de Irán, que impone su voluntad por las armas, mucho más poderosas que las del ejército nacional. Esta organización, que tiene mucho que explicar respecto a la catastrófica explosión en el puerto de Beirut, impide que el país se acerque a Israel, lo que traería inmensos beneficios a la población libanesa, comenzando por la explotación conjunta de yacimientos de gas en el Mediterráneo.
Las recientes elecciones parlamentarias en Irak enviaron un mensaje claro: no más injerencia iraní. El país que ha sufrido lo indecible busca encontrar su destino. En una reciente convención de líderes iraquíes, representativos de múltiples colectivos llamaron a establecer relaciones con Israel. La respuesta ha sido amenazas por parte de proxis iraníes.
Entretanto, en el Magreb, Marruecos cosecha triunfos diplomáticos y sociales, mientras que Argelia, sufriendo de inestabilidad política y crisis social, sacando una página del pasado, rompió relaciones con Rabat por el trasnochado tema del Sahara. Otro que se queda.
Para los palestinos, los Acuerdos de Abraham plantean una encrucijada, especialmente al nuevo liderazgo que debe surgir cuando Abbas abandone el escenario. O siguen en su negación, postrando a su pueblo por otra generación, o aceptan la realidad y se montan en el tren de la paz con Israel, que hace rato salió de la estación.
Los nuevos medios orientes, uno que avanza, otro que se queda.
Pasando hace pocos días por el aeropuerto internacional Ben Gurión, en Israel, pude observar avisos prominentes anunciando vuelos directos desde el Estado judío a Casablanca, en Marruecos, Dubái y Abu Dabi en los Emiratos, Manama en Baréin, y el Cairo en Egipto, además de la docena de frecuencias diarias que desde hace años hacen la ruta entre Estambul y Tel Aviv. Una realidad impensable hace pocos años, al igual que el espacio aéreo saudí abierto a vuelos a Israel.
En momentos que Estados Unidos busca marginarse de la región tras su retirada de Afganistán, los Estados de la zona se acomodan a una realidad post–americana, post–petróleo y afectada por el cambio climático. En ese dinámico entorno, unos progresan, otros se quedan.
Los Acuerdos de Abraham, firmados el año anterior, abrieron las puertas a una nueva realidad de convivencia, cooperación e intercambio entre Israel y países árabes, cuyas perspectivas son muy halagüeñas. Es solo cuestión de tiempo para que otros países se unan a esta tendencia de establecer relaciones abiertas y formales con Jerusalén. Israel tiene mucho que ofrecer a los países árabes en gran variedad de campos, ya sea innovación, agua, tecnología, medicina, cooperación militar y apoyo diplomático. El paradigma según el cual ningún país árabe establecería relaciones con Israel hasta tanto no se resolviera la cuestión palestina, quedó hecho trizas.
Hay, sin embargo, otro medio oriente que se hunde en conflictos sectarios, que le dice no al progreso y a la prosperidad. Naciones víctimas, entre otras, de una nociva injerencia iraní. El primero es el Líbano, agobiado por la presencia de Hezbolá, testaferro de Irán, que impone su voluntad por las armas, mucho más poderosas que las del ejército nacional. Esta organización, que tiene mucho que explicar respecto a la catastrófica explosión en el puerto de Beirut, impide que el país se acerque a Israel, lo que traería inmensos beneficios a la población libanesa, comenzando por la explotación conjunta de yacimientos de gas en el Mediterráneo.
Las recientes elecciones parlamentarias en Irak enviaron un mensaje claro: no más injerencia iraní. El país que ha sufrido lo indecible busca encontrar su destino. En una reciente convención de líderes iraquíes, representativos de múltiples colectivos llamaron a establecer relaciones con Israel. La respuesta ha sido amenazas por parte de proxis iraníes.
Entretanto, en el Magreb, Marruecos cosecha triunfos diplomáticos y sociales, mientras que Argelia, sufriendo de inestabilidad política y crisis social, sacando una página del pasado, rompió relaciones con Rabat por el trasnochado tema del Sahara. Otro que se queda.
Para los palestinos, los Acuerdos de Abraham plantean una encrucijada, especialmente al nuevo liderazgo que debe surgir cuando Abbas abandone el escenario. O siguen en su negación, postrando a su pueblo por otra generación, o aceptan la realidad y se montan en el tren de la paz con Israel, que hace rato salió de la estación.
Los nuevos medios orientes, uno que avanza, otro que se queda.